02.

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Quién iba a decir que, finalmente, iba a conseguir un trabajo.

Siempre fue la clase de persona de la cual todos esperan que deje sus estudios, se meta en una banda de rock y trate de vivir de ello mientras cae en las drogas. Aunque en un principio ese era su plan.

Quitando el asunto de las drogas.

Pero ahora se encontraba con un trabajo estable, en un lugar que le agradaba, y aunque no hubiese continuado sus estudios en la universidad al menos había terminado sus estudios anteriores. Sabía que tenía tiempo si quería estudiar algo.

Si le hubiesen dicho hace un par de años atrás que en un futuro estaría trabajando y a punto de casarse con el delegaducho de cuarta no lo creería. Quizá hasta se reiría y haría todo por evitar ese futuro.

Pero ahí estaba él, con una sonrisa boba en el rostro mientras se miraba en el espejo del baño y pensaba en que no faltaba mucho para regresar a casa para poder tirarse en la cama con su prometido y quedarse allí lo que restaba del día. Abrazándolo y besándolo.

Le resultaba lindo sentir aquella felicidad. Jamás la había sentido por completo y mucho menos había durado tanto.

Nathaniel se ocupaba de casi toda la organización de la boda. Y es que, básicamente, era más organizado que Castiel. Sin embargo el pelirrojo gustaba ayudar algunas veces, pero siempre terminaba sacando de quicio a Nathaniel por lo cual terminaba sentado en el sofá mientras su prometido terminaba de elegir el diseño de los manteles. Para él simplemente no tenía sentido, ¿acaso alguien iba a fijarse en detalle en el diseño de unos manteles? Si él organizara aquella boda todo sería blanco. Quizá con algunos toques de rojo, o de negro, pero nada de diseños y estampados.

Pero no le quedaba otra que estar allí trabajando. No le molestaba, de hecho lo prefería antes que estar escogiendo manteles.

— ¿Estás nervioso? —preguntó Lysandro en cuanto se sentaron a tomar un café.

Lysandro era un aficionado por las cafeterías. Casi todos los días invitaba a Castiel a tomar un café y siempre iban a una cafetería distinta solamente porque al victoriano le gustaba probar diferentes ambientes. Decía que en cada lugar nuevo se le venían a la mente diferentes pensamientos que necesitaba plasmar en su libreta. Si, aún la conservaba, y vale aclarar que ya estaba siendo hora de que se consiguiera una nueva, puesto que había tanto en su mente que solamente le quedaban dos hojas en blanco.

— En realidad no. Pero estoy seguro que el día de la boda no podré estar tranquilo —Castiel bebió un sorbo de su café y observó por el ventanal a la gente que pasaba de aquí para allá. Algunos tranquilos, otros con rapidez, seguro llegando tarde a algún lugar. Y él se encontraba ahí, con calma, sintiéndose feliz de la vida que estaba llevando. De las cosas que le estaban sucediendo. De cómo su vida había dado un giro de 180 grados y había cambiado por completo tan solo por decidir ser una buena persona una vez en su vida y dejar que Nathaniel se hospedara en su casa.

— ¿Te acuerdas cuando te negabas a aceptar que Nathaniel te gustaba? —Una risa se escapó de la boca de Castiel mientras asentía con su cabeza. Había tantos recuerdos desde aquella vez hasta la actualidad que podría incluso escribir un libro sobre ello.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz aguda e irritante que lo hizo volver a la realidad bruscamente. Frunció el ceño al reconocer aquella voz.

— ¿Castiel? ¡Gatito, eres tú! 

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