03.

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Mis ojos observaban a Lysandro, quién se encontraba igual de petrificado que yo al escuchar aquella voz que no había escuchado hacía años. ¿Qué quería ahora y por qué venía con tanta buena energía como si nada hubiese sucedido?

Me limité a soltar un suspiro y girar mi rostro hacia ella, manteniendo un semblante serio. No tenía nada por lo cual mostrarme amable frente a ella.

— Debrah. ¿Se puede saber qué quieres? —pregunté directamente. No me servía de nada ser amable, y ni siquiera lo merecía. Su rostro mostró sorpresa y una pizca de dolor ante mi indiferencia y dureza; ignoró por completo la presencia de Lysandro, a quien claramente le daba igual decirle hola o no.

— Gatito, ¿por qué eres así conmigo? ¿No te alegra verme? —preguntó con su completa falsedad. ¿Acaso no se había percatado de que todo el mundo se había dado cuenta de la máscara que llevaba siempre? No iba a creerme el cuento de que había cambiado, las personas así no lo hacen.

— No, Debrah, la verdad es que no me alegra verte. Y si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo contigo —murmuré mientras echaba un vistazo a Lysandro, tratando de captar su atención. Es algo distraído, pero gracias al cielo en aquél momento su mirada se encontró con la mía y pude indicarle que nos marchábamos. Nos levantamos de nuestros asientos dispuestos a marcharnos de allí, no iba a perder más minutos de mi preciado tiempo con esa arpía.

— Me he enterado que te casas. ¿Quién es la afortunada? —la pregunta salió así sin más de su boca, mientras sus brazos ahora se encontraban cruzados sobre su pecho. Tenía ganas de soltar una fuerte carcajada y burlarme ahí mismo en su cara, pero me contuve. Al menos tenía que mostrarme maduro en aquella situación.

— ¿Recuerdas en el instituto, cuando estábamos juntos, y quisiste engañarme con el delegado de cuarta? Que de hecho, hiciste que nos odiáramos el resto de nuestras vidas, o lo que creía que sería así —respondí mientras ella mostraba confusión en su rostro, claramente no entendía mi punto ni a dónde quería llegar, definitivamente no sabía qué tenía que ver aquello con su pregunta.

— Si, Castiel, lo recuerdo. ¿Qué tiene que ver eso con la afortunada que será tu esposa?

— Bueno, debo agradecerte por eso. Dicen que del amor al odio hay solo un paso, pero del odio al amor hay unos cuantos más, pero son posibles. No hay ninguna afortunada, sino más bien un afortunado, y es el chico al que me hiciste odiar durante todo el instituto.

El rostro de Debrah mostró absoluta sorpresa, y cuando finalmente cayó en cuenta de lo que decía su ceño se frunció con auténtico enfado. Seguramente no se lo esperaba, así como nadie se esperó alguna vez aquello que estaba sucediendo.

— ¿Vas a casarte con Nathaniel? ¿Con el delegado de cuarta que odiaste durante todo el instituto porque intentó robarte a tu novia?

— Esa fue tu versión, según tengo entendido, y no es la correcta. Ahora, discúlpame, pero mi prometido me está esperando en casa. Vamos, Lys.

Un suspiro de alivio salió de mi boca en cuanto salimos de aquél lugar, dejando a una enfadada y aún confusa Debrah de pie allí. Seguramente aún se encontraba procesando toda aquella información, ¿y qué seguía luego? ¿Inventaría algún plan para sabotear mi boda como solía hacer en el instituto con absolutamente todo? No me sorprendería para nada, pero afortunadamente ya no éramos niños.

— Todo está listo, Castiel. Finalmente tenemos fecha, lugar, y todos los preparativos están pronto. Lo único que falta son los votos, pero eso no puedo hacerlo por ti —Llegar a la casa y ver a Nathaniel tan tranquilo hacía que una sonrisa se formara en mi rostro. Finalmente habíamos (o al menos él había) terminado con todos los preparativos y la boda se llevaría a cabo en dos semanas. Dos semanas y finalmente serían esposos. ¿Es que alguien puede creer eso o aún les resulta imposible? Porque por mi parte sigo sin poder creer que aquél niño que solo me causaba dolores de cabeza en el instituto estaba por ser mi esposo en tan solo dos semanas.

— No te preocupes, haré mi mayor esfuerzo por escribir unos lindos votos. Lo prometo —murmuré soltando una risa mientras llevaba mis manos a la cintura de Nath, atrayéndolo hacia mi para poder dejar un beso en sus labios.

Los ojos del rubio se cerraron en cuanto pudo sentir el contacto de los labios de Castiel. Él realizó la misma acción, para así comenzar a mover sus labios con suma lentitud sobre los de su prometido, siendo así un beso tierno, lleno de amor.

Poco a poco la pasión comenzó a invadirlos a ambos, y aquél beso comenzó a ser más rápido. Sus labios encajaban a la perfección, moviéndose al mismo compás mientras las manos de Castiel tomaban con firmeza la cintura de Nathaniel, aferrándose a ella. El rubio, por su parte, rodeo ambos brazos en el cuello de su prometido, apegándose lo más que pudo a su cuerpo y dando pasos hacia atrás, llevándolo consigo hacia la habitación.

A tropezones lograron llegar y el pelirrojo dejó con suavidad al rubio sobre la cama. Se separaron en busca de aire, con sus respiraciones aceleradas, mirándose durante un momento y comprendiendo que iban a estar unidos durante toda la vida. Ambos sonrieron, unas sonrisas amplias de auténtica felicidad. Aquella felicidad al saber que estaban en los brazos correctos, que estaban con la persona correcta, con quien los amaba de verdad.

— Te amo, Castiel —susurró Nathaniel, como si estuviesen rodeados de personas pero solo quisiera que él lo escuchara.

— Te amo, Nathaniel —el pelirrojo susurró también, volviendo a besar los labios de su prometido como si fuese la última cosa que tenía permitido hacer, como si fuese lo único.

RECUÉRDAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora