13. Un nuevo alba

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El atardecer pintaba el cielo de color naranja y Alba disfrutaba de las vistas preguntándose cómo funcionaba el mundo. Por qué aquel sol daba luz, por qué se escondía de noche, por qué aparecía una tal luna para sustituirla. Por qué Dios habría creado esos elementos de esa manera. Qué destino le había dado a ella, por qué estaba en ese convento. Por qué se llevó a su madre en su primer llanto, por qué a su padre cuando era tan joven. Por qué la había castigado de esa manera, por qué. Cerró los ojos y recordó una conversación profunda con Noemí sobre todas aquellas preguntas, sobre su lugar en el mundo, sobre la voluntad del misericordioso. Con un golpe de cabeza, alejó sus cuestiones y cerró los ojos mientras acariciaba a Queen. Dios padre, nos perdonasteis por matar a su hijo, yo debo perdonarle por todas las miserias a las que me has condenado y entregar mi alma y dedicación a vuestra causa. Gracias por darme una casa, gracias por darme el hogar más sagrado que alguien puede tener. Porque aquí voy encontrando el camino, voy encontrando mi fe.

—Aquí está—murmuró Natalia al verla sentada en el suelo de la entrada al patio, acariciando a Queen en su regazo mientras apretaba sus ojos achinados. Parecía que estuviera debatiendo algo muy profundo.

—Tienes que curarte—susurró de repente a la vez que alzaba sus párpados, dándole un beso en el ala rota a la paloma—. Tienes que volver a volar por el cielo. Buscarás allí al ángel más precioso que nadie ha visto, mi padre, y le dirás que estoy muy bien, que nuestro Dios me cuida, tal y como le rogó antes de morir. — Natalia se sentó a su lado tomando al animal entre sus manos.

—Se curará—sonrió sin mirarla—. Usted me curó a mí, ¿recuerda?

—No—frunció el ceño. La monja carcajeó—. No sé de qué habla, hermana. ¿Ha estado llorando? —dijo inocentemente mientras se apoyaba en el hombro de la morena. Esta contuvo la respiración al notar su peso en el cuerpo. Dejó que pasaran unos minutos disfrutando de una tranquilidad que se rompería cuando le respondiese a la pregunta.

—Alba... —la llamó, y esta musitó algo inentendible. La marihuana seguía provocando en ella efectos extraños—. Tengo que contarle algo—dijo sin parar de acariciar a la paloma.

—¿Usted también ha visto a Judas? —preguntó con rechazo. La monja rio confusa—. Es más feo de lo que pensaba. Traidor.

—La quiero—susurró con una firmeza de la que ella misma se sorprendió. Alba levantó la cabeza muy rápida, despejando el calor confortador que descansaba en el hombro de Natalia. Abrió los ojos de golpe y apretó los labios. Una sensación de mareo se apoderó de ella—. La quiero más que a...—la novicia tapó los labios de la monja con la mano.

—No puede, no puede amarme—insistió nerviosa—. Usted debe amar a Dios nuestro Señor—la monja notó cómo sus ojos volvían a humedecerse y Alba no entendía nada.

—Yo solo tengo corazón para vos—le dijo retirándole con cuidado la mano y colocando a Queen en el suelo—. Por eso debo partir...

—¡No! —pataleó aleatoriamente con movimientos arrítmicos—¡No, hermana!

—Deje de llamarme así, ya no soy una de vosotras. Lo siento, Alba—la frenó con la voz rota. La novicia comenzó a pegarle sin descanso y con poca fuerza. Natalia se dejó golpear el pecho mientras dos ríos salados cruzaban su cara.

—¡No quiero que se vaya! ¡Natalia, no! —gritó con la voz ronca y difusa—. ¡No puede irse! ¡No! ¡No! ¡No! —siguió insistiendo, aumentando la velocidad de sus puños contra el pecho de la joven, dejándose llevar por el mareo, la incomprensión y la adrenalina.

—Escúcheme—le pidió ella, sosteniéndole con violencia la mandíbula a Alba y consiguiendo que las puñaladas cesaran. Se levantaron sin dejar de mirarse—. No puedo quedarme aquí. Ya no quiero seguir este camino, este ya no es mi sitio—le explicó—. Necesito que me entienda, igual que yo la entiendo. Usted está empezando una nueva vida aquí, y yo he terminado la mía. Usted está encontrando la fe que yo he perdido.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora