Epílogo 7: #Alianza

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La palabra de nuestras diosas corría como la pólvora de Norte a Sur y de Este a Oeste.

Y es que aquellos que querían encontrarlas para hacerlas cumplir con la ley, no cayeron en un pequeño detalle:

Al pedir a las gentes la captura de nuestras diosas, también estaban expandiendo el mensaje de la religión Albalia, despertando a muchas almas que en secreto pensaban de la misma manera.

Así, la propia Inquisición generó devotos entre todas las clases sociales y por todos los rincones del mundo.

Escrituras de la apóstol Julia, #IslaPeseta

Febrero del año 1

Una imponente fachada protegía al exagerado castillo color arena del resto del universo. Era una muralla alta, infranqueable a primera vista, y que bordeaba por completo la pequeña isla. Natalia abrazaba a su bebé escondiéndolo en su pecho con la mantita de lana que los pastores le regalaron, y Alba se había posicionado delante de esta, con un brazo tras su espalda que le permitía saber si su prometida y su hija seguían andando tras ella. Llegaron a la entrada de la muralla, también blindada por una gigantesca puerta de madera oscura que contrastaba con la claridad del resto del muro. Alba alzó la barbilla dejándose impresionar por la altura de semejante arquitectura.

—No—susurró Natalia, agarrando la mano que tentaba su presencia cada dos pasos. La rubia la acarició girando su cuello con una gran sonrisa tras haber encontrado en el cielo algo inesperado.

—Mirad el arcoíris, mi vida—susurró. La morena alzó la vista y vio cómo el haz de luz coloreado se expandía hasta crear una especie de techo sobre el castillo. Su boca se abrió conforme el fenómeno sucedía, y Alba no pudo evitar soltar una carcajada mientras aporreaba la puerta con seguridad.

—¡No, Alba! —exclamó asustada, tirando de su mano para que dejara de golpear así la entrada.

—No temáis, mi amor. Tengo una corazonada.

—¿Y si quieren hacerle daño a nuestra hija? ¿O... entregarnos a la Santa Inquisición? —gritó a susurros, pero una trompeta impidió que Alba le contestase, girando ambas la vista hacia el portón de la muralla, que se abrió lentamente.

—¡Las Albalia! —exclamó un extravagante guardia que las esperaba tras la puerta. Llevaba una lanza y un casco de metal, como todos los soldados de la época. Sin embargo, su armadura rosa y sus ojos pintados de azul sorprendieron a la pareja.

—¿Cómo sabe...?

—¡Veréis cuando se entere nuestra Señora! —gritó, girando sobre sí mismo sin levantar los pies del suelo para después correr a toda velocidad y de manera robótica hasta el castillo.

—¿A dónde va? —murmuró Natalia en el oído de su prometida.

—No lo sé. Mejor esperamos aquí...

Pasaban los minutos y en los jardines de ensueño que separaban a la muralla del castillo no ocurría nada. Varias mariposas habían volado sobre sus cabezas, algún pájaro cantarín, pero ni rastro de aquel guardia. Alba y Natalia comenzaron a sentirse impacientes y angustiadas. No sabían qué pasaría. Qué se encontrarían en aquel lugar que el arcoíris se había empeñado en señalar.

—¿Albeilan? —preguntó Natalia extrañada al oír que su hija, en lugar de despertarse llorando como solía hacer, estaba riendo a carcajadas, golpeando con sus manitas el pecho de su madre.

—Creo que le gusta este sitio—susurró Alba, pidiendo con sus brazos que se la pasara—. ¿Es eso, pequeña? ¿Te gusta el castillo?

La hija de las diosas parecía feliz. Emitía sonidos alegres que intercalaba con risas mientras sus madres la admiraban entre besos y caricias que hacían un poco más llevadera la espera.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora