Epílogo 2: #Mesías

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Pasamos semanas sin saber de su paradero. Como abadesa del convento, ordené a las devotas a escribir sobre lo que había acontecido, mientras que otras se dedicaban a plasmarlo en preciosos lienzos que fueron ocupando las paredes de nuestro hogar. Estas tareas lograban distraernos hasta que durante los desayunos y cenas, orábamos por ellas, por su suerte. Cuando se fueron, pensamos que las veríamos por el pueblo, que nos visitarían alguna vez.

Mas no lo conseguimos hasta un tiempo después.

Escrituras de la apóstol María, #Mesías

Julio del año 0

Exploraron medio reino entre pueblo y pueblo, probaron todo tipo de estrategias para conseguir un trabajo, durmiendo cada noche en un rincón diferente. Alba cada día estaba más cansada y triste, y Natalia se culpaba cada vez que no veía una sonrisa en ella. Quizás no debieron abandonar el convento, quizás nunca cumpliría su promesa de encontrar un hogar para las dos. Había anochecido por completo cuando cabalgaban de nuevo sin rumbo entre hierba y barro.

—Será mejor que busquemos un lugar donde pasar la noche—propuso Alba, cuya mejilla reposaba inerte en la espalda de Natalia. Sus ojos estaban entrecerrados, agotados por el cansancio de otro día de fracasos.

—No veo ningún establo ni pueblo cerca—informó, acariciando su mano, que le rodeaba la cintura aguantando a Queen. Alba respondió con un bostezo—. Hace mucho frío para dormir en el campo, mi vida. Aguantad un poco.

—Vale...—bufó sin apartar su somnoliento gesto de la espalda de Natalia.

—¡Alba! —el grito de la morena la hizo levantarse de un cabezazo hacia atrás. Lo hizo tan fuerte, que estuvo a punto de dar una voltereta y caer del caballo. Abrió los ojos como platos y recuperó el equilibrio en la cintura de Natalia—. ¿Está viendo eso?

—¡Hala! ¡Un arcoíris! —exclamó sonriente.

Sobre sus cabezas los siete colores del fenómeno atmosférico iluminaron la oscura noche. No era el típico arco que parecía no tener fin, era un haz que cruzaba el cielo en línea recta. De repente, dos arcoíris más se unieron al trazo, formando una flecha que apuntaba al suroeste. Natalia giró su cuello con el ceño fruncido. Alba sonrió ligeramente mientras se encogía de hombros.

—¡Arre!


Y un haz de colores brilló en el cielo para marcar el camino a una casa en el campo, no muy lejos del convento en el que vivieron. Tres días y cuatro noches de travesía siguiendo aquella flecha que indicaba el esperado hogar, sin saber qué se encontrarían al llegar. La divinidad les permitió hallar una morada cerca de nosotras, un estable punto en el que descansar sin preocuparse por buscar un techo cada noche.

Escrituras de la apóstol Paquita, #Mesías


—¡No! —exclamó Alba, tirando del viejo y raído vestido de Natalia—. ¿Y si hay alguien?

—No veo luz alguna en el interior—dijo, deshaciendo el agarre. Giró sobre sí y acarició las mejillas sonrojadas de la antigua novicia—. El arcoíris marcó el camino y aquí se ha detenido. — Alba suspiró, agarrando las muñecas que la sujetaban y asintió.

Sacudieron la puerta de aquella casa de piedra hasta que cedió. Una nube de polvo las hizo toser, teniendo que retirarse unos metros. Olía a cerrado, a humedad, y estaba tan oscuro que no podían vislumbrar nada en el interior. Alba salió para buscar unos cuantos palos para hacer fuego, como llevaban haciendo durante días. Natalia, mientras tanto, se alejó hasta dar con una madera ancha y larga. Deshizo el paño en el que llevaban sus pocas pertenencias, y cogió un pequeño recipiente que contenía aceite. Se rajó parte de sus faldas y las empapó con dicho líquido. Luego colocó esta tela en el extremo del tronco, prendiéndolo así al abrazarse con el fuego de Alba.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora