Prólogo

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“…Ahí estaba él. Con esa mirada tan fría e inexpresiva que yo nunca había conocido hasta ese momento. Me sentía tan cansada que ni siquiera mis ojos podía mantener abiertos; estaba a punto de caer desmayada a la fría acera de la ciudad, en cambio él…estaba fresco como el amanecer de Britania. No parecía que estuviera afectado por todo lo que acabábamos de hacer. La ciudad mostraba más muestras de emociones que el príncipe durante toda la batalla.

Edward se acercó a mí con su lento caminar y rostro serio, mientras yo lo esperaba sin poder moverme. La historia se repetía nuevamente; yo a punto de desvanecer y el enemigo inmutable. Apreté mis puños con rabia debido a mi debilidad y mis dientes rechinaban por la fuerza que aplicaba en ellos. Instintivamente me hice para atrás pero mis pies reaccionaron después de mi cuerpo y caí de espaldas. Mi espada; el único objeto que me había mostrado algún tipo de soporte en toda esta pelea de sentimientos, cayó lejos de mi, a los pies del rubio; quien lo tomó como si cualquier otra cosa se tratase, tal vez así era para él. Quise volver a levantarme, quise poder volver a pelear y no dejar que ganase, o por lo menos, no de esa forma, pero mi cuerpo no respondía a mis órdenes debido a su cansancio. Lo único que podía hacer era mirar el como se acercaba tan amenazante. Lágrimas de frustración cayeron de mis ojos sin control, haciéndome sentir como una pequeña niña indefensa.

//¡Mead! ¡Henry! ¡Jonathan! ¡Emma! ¡Alguien! ¡Por favor ayuda!// grité para mis adentros pues las palabras no salían de mi temblorosa boca dudosa. Edward se inclinó hacia mi; no me había dado cuenta que estaba en cuclillas enfrente mío y por primera vez, me dedicó un sonrisa. Una tétrica sonrisa que me erizo la piel. Él tomó mi mentón y acercó su rostro al mío, con rapidez y antes de poder siquiera entender que estaba ocurriendo, él me susurró algo al oído que nunca olvidaré.
-Yo soy más fuerte que los siete pecados capitales juntos.

….”
Desperté con un nudo en mi garganta, ese terrible recuerdo volvía a azotar mi mente dormida. ¿Por qué mi mente parecía disfrutar hacerme padecer esos acontecimientos tan detestables? No lo sé, pero me gustaría que me hiciese soñar esos lindos mundos antes del accidente, aunque muy dentro de mi me doy cuenta que eso es imposible. Logré levantarme un poco antes de que la alarma general sonara y, con mi rostro pálido y manos heladas salí de la habitación sintiéndome como basura. Entré al baño de chicas escondido detrás de la biblioteca en uno de los pasillos que casi siempre se hallaba desolado. Cerré el baño con seguro y enfrente del gran espejo me desvestí; primero me quité mi blusa corta de “hello kitty “ dejando a la vista mi brasier rosa con un moñito en medio, luego mi short roto color crema dejando a la vista mis pantis rosa claro. Me quedé viendo a mi reflejo durante un largo rato, tenía unas ojeras bien marcadas, unos lunares que siempre tuve, pero últimamente se veían como si fueran piquetes de araña y mi piel lucia reseca, más de lo normal.

¿Desde hace cuánto me he visto así? Me pregunté mientras me ponía la sudadera azul que había elegido para ya no ver mi cuerpo. Me arrepentí haber elegido ropa tan holgada y poco femenina después de ver en todo lo desagradable que me había convertido; si me sentía mal, esto me hacía sentir peor.

Salí del baño con frustración mientras me cubría los espacios de mi piel que no estaban tapados por mi ropa. Aún era bastante temprano, sin embargo decidí entrar al viejo salón de filosofía. Ese lugar (a parte de la biblioteca) era mi lugar secreto, uno donde podía sentirme cómoda, en donde, mi aspecto, mis conflictos y mis dudas no podían acecharme o hacerme sentir la basura de siempre, así que estaba protegida. Al lado del escritorio del profesor había un librero repleto de libros de varios tamaños, texturas y colores, tantos que algunos se hallaban en el suelo. Aunque no disfrutaba mucho de este instituto, lo que debía de admitir es que aquí si respetaban la lectura, aún así, el salón de filosofía era el más descuidado. //Vaya contradicciones daba esta dichosa escuelita.// pensé mientras tomaba una novela ligera titulada el “don de la estrella" .

Me senté en el lugar más apartado de la puerta, es decir, el más cercano al librero. La luz amarillenta del salón daba la ilusión de vejez a las hojas, haciéndome sentir como si estuviese leyendo uno de esos libros que encontraba de vez en cuando sosteniendo alguna mesa floja en la taberna. Esto me provocó una ligera sonrisa. El libro me atrapó de inmediato, no sabía muy bien el cómo lo había logrado pero estaba realmente agradecida de que lo hubiese hecho. Después de haber terminado el tercer capítulo del libro, la puerta del salón se abrió. Miré hacia esa dirección sin disimular mi sorpresa ante esa persona. No había reconocido quién era pues la luz de entrada estaba apagada.

-¿Amanda?- Preguntó dudoso. Su voz era fácil de distinguir del resto, tenía ese aire de la realeza, era algo tan sólo de él, además, su voz hacía sentir  que por cada palabra que él dijese tenía de fondo un coro de ángeles.

-Aquí estoy, Edward.- Dije intentando no reflejar mi incomodidad en mi voz. Trataba de repetirme que lo que había soñado sólo era un recuerdo pasado, que ya no podía hacer daño.- Hola.

-Hola.- Repitió con dulzura. Dejó su mochila en el suelo y cerró la puerta para tratar de prender el interruptor, apagado o encendido no haría una gran diferencia pues el foco se hallaba fundido. Tardó un segundo en darse cuenta.- Realmente deberían arreglar este salón…

— sé, no le prestan la suficiente atención para siquiera darse cuenta que el foco lleva fundido alrededor de dos semanas.- Dije sin prestar demasiada atención a las acciones del muchacho. La lectura me había vuelto a atrapar.

-¿Qué lees?- Preguntó estando a mi lado mientras veía el libro, o tal vez mi cara, no estaba segura.

- El don de la estrella.- Contesté continuando con mi lectura.

-¿Ese donde el protagonista se vuelve loco buscando una estrella inexistente?- Dijo sentándose a mi lado con inocencia ante lo que había hecho.

-…eso supongo…- Dije cerrando el libro y suspirando.

-¿Qué sucede?.- Preguntó.

-No lo había terminado de leer, principito.- Respondí cortante.

Las pupilas del muchacho se hicieron chiquitas y comenzó a tartamudear. En ese momento me di cuenta de su yeso, me había enfocado en olvidar ese recuerdo que no había caído en cuenta de que seguían habiendo secuelas de lo sucedido. Mi tobillo comenzó a arder me.

-¡Te aseguro que sigue siendo igual de satisfactorio el ver el descenso del protagonista a la locura aún conociendo el desenlace!- Dijo casi como un grito. Eso me hizo reír. Me levanté y dejé el libro en su lugar.

-Nah, está bien. Buscaré otro.- Dije con una sonrisa y empecé a ver los demás libros.

-Lo siento.- Dijo con voz baja.

Hubo un momento de silencio.

-Oye, principito ¿cómo va ese brazo tuyo?- Dije sin mirar a su dirección. El ver el yeso me provocaba una tremenda ansiedad y, si con sólo pensar en lo sucedido me ardía el tobillo, no quería saber lo que sentiría al volver a verlo.

-Bien, supongo.- Musito.- Podría estar peor.- Solté una pequeña risa ante su comentario “Si. Claro.” Quise decirle pero mantuve el silencio.- ¿Y tú tobillo?.- Preguntó de vuelta.

- “Podría estar peor" -Repetí como respuesta. El soltó una risa en mi lugar. Volteé y le sonreí, él me correspondió la sonrisa con sonrojo.

-¿Por qué disfrutas de este lugar? Es tan descuidado…- Dijo tratando de cubrir lo sucedido. Tomé un libro de pasta gruesa y roja.

-Vamos saltando de un tema a otro ¿eh?- Dije con una sonrisa traviesa y le guiñe el ojo.

-Bueno, tú ya me conoces.- Contestó evitando mi mirada.

-Lo mismo digo, ya sabes cómo soy.- Contesté ante la pregunta anterior.

-Si. Eres de sentirte bien ante este tipo de lugares o compañías.- Dijo volviendo a verme. Yo me senté y dejé el libro en la mesa para devolverle la mirada.

-"La basura de unos es el tesoro de otro"- Dije sin pensarlo demasiado. Hojeé la primera hoja del libro. Él se acercó a mi y vio el título.

-¿”Atherton"?- Preguntó.

-Si. No me lo cuentes.- Contesté mirándolo con un falso enojo. Él sólo volvió a reír.

-No. No lo haré.

El mundo Perdido (Au2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora