Acto III: Lupa rabiosa.

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Como un relámpago, el joven Brian Ortega abandonó su la clase de física luego de contarle astutamente ante su profesor que debía irse por la inesperada noticia de un pariente enfermo. A medida que sorteaba los obstáculos poblados de bancos, libros y gente, acomodaba con sorpresiva astucia unos libros que llevaba a cuestas en su pequeña mochila, y con las llaves en su boca se acercó a su casillero. Con brutos tirones sacó un descomunal bolsón con tanta torpeza que regó el suelo con sus herramientas quirúrgicas. Tras recoger cuidadosamente cada elemento, salió catapultado hacia el estacionamiento donde se subió a su auto escarabajo de color amarillo y, jugando con los cambios, fue tomando varios atajos por la ciudad. Mientras iba conduciendo, recordaba el día en que conoció a aquel cliente que lo sacó apresuradamente de su rutina cómo estudiante, ese cliente era nada más y nada menos que Guillermo Rivero:

Hace cuatro años, Brian había trabajado como practicante de la medicina en una modesta clínica privada; en donde no solo aprendía del oficio, sino que también costeaba sus propios estudios académicos en la universidad. Todo cambió en una helada noche de agosto durante en su cierre de jornada. Su jefe tuvo que marcharse para realizar unos trámites de urgencia, y le pidió cerrar el establecimiento. Totalmente solo en el lugar, recibió la sorpresiva visita de un convaleciente hombre esbelto, armado con una pistola de veintidós milímetros en su mano derecha, y con su mano izquierda tapaba con torpeza una herida de bala que recibió en el estómago. Al observar que el sujeto no podía mantenerse en pie, y con el temor de que lo amenazaran de muerte, Brian decidió ayudar al herido amén de no tener un buen dominio con las herramientas quirúrgicas. La intervención fue sin anestesia por la exigencia de su paciente, quien en ningún momento se despegó de su arma; misma que usaba para apuntar y dar instrucciones al joven Ortega. Luego de dos arduas horas de cortes, presiones, estiramiento de tejidos e insultos esporádicos, logró retirar la bala y cerrar la herida con mucho éxito. Finalizada la intervención, el sujeto ya recuperado se levantó de la camilla, tomó sin permiso unos analgésicos guardados en una despensa, retiró de su bolsillo unos billetes en dólares y, tras entregárselos en mano a su salvador, le agradeció por sus servicios y se retiró del lugar. Al día siguiente el muchacho fue despedido luego de que su jefe viera todo lo ocurrido a través de las cámaras de seguridad que había instalado en toda la clínica. El motivo: ejercer la medicina sin permiso del propio hombre y robo de medicamentos; dejándolo desahuciado y a la deriva en su vida cómo profesional de la medicina.

Siete meses después de aquel suceso, el joven Ortega logró conseguir un puesto laboral cómo vendedor en un sencillo quiosco ubicado en el corazón de la capital, trabajando solamente en el turno nocturno para seguir con sus estudios. Durante una de sus noches de vigilia, fue víctima de un asalto por parte de unos delincuentes precoces totalmente drogados y armados con pistolas caceras. Indefenso, el muchacho dejó que se llevaran todo el dinero, bebidas alcohólicas y algunos cigarrillos. En el instante en que uno de los de los ladrones tomara la decisión de asesinarlo a sangre fría, fue milagrosamente rescatado por un grupo de hombres que ingresaron abruptamente al lugar, repartiendo empujones, bofetadas y patadas a los malhechores; dando por iniciada una escaramuza en la que Brian aprovechó el momento para esconderse en el acogedor almacén del sótano. Al cabo de unos segundos, el disturbio había cesado, y el joven Ortega salió con mucha cautela de su improvisado escondite; solo para observar anonadado el desastre que había causado toda la riña, y a uno de sus rescatistas vendándose el brazo derecho tras recibir un disparo. Cuando se acercó para ofrecer asistencia médica, lo reconoció de inmediato: era el mismo sujeto al que le había salvado la vida en la clínica privada hace unos meses atrás. Luego de tratarlo, el herido se presentó cómo Guillermo Rivero, y se tomó la molestia de llamar a la policía, quienes se encargaron de llevarse a los bandidos. Al día siguiente, Brian fue despedido por segunda vez debido a que su patrón lo trató como un inútil que no sabía defenderse, y de permitir el destrozo de su establecimiento a manos de los hombres que le salvaron la vida.

El arte de la psicología animal.Where stories live. Discover now