Capítulo I

239 23 11
                                    

POV Milo

-Milo... -escuchar la voz de Camus en ese tono lastimero me preocupaba como nunca imaginé que pudiera hacerlo siquiera el más temible de los enemigos que hayamos enfrentado. Nunca, jamás había sido la clase de persona que expresara abiertamente sus emociones. De hecho, lo habían entrenado para que actuara de ese modo sin importar las circunstancias. Sin embargo, algo definitivamente debía estar mal como para que me llamara de esa manera. Más aun cuando estábamos uno junto al otro en aquella modesta habitación que habíamos conseguido como refugio durante nuestra estancia en este pueblo italiano. Éramos hombres de ya más de un siglo y medio de vida a pesar de aparentar apenas 35 años y de ese tiempo llevábamos 120 años juntos. Sin embargo no había llegado aún a nosotros la bendición más grande que podía tener una pareja. A pesar de que la idea podía parecer extraña, desde el momento en que fuéramos revividos tras nuestro sacrificio en el Muro de los Lamentos, Atenea nos concedió, además de nuevas habilidades específicamente relacionadas a nuestro deber como guerreros –entre otras, convertir nuestras Armaduras Doradas definitivamente en Armaduras Divinas y dotarlas de nuevos poderes-, los dones de la juventud eterna y eventualmente la inmortalidad. Pero finalmente y puesto que Camus y yo éramos la única pareja constituida en ese momento, nos otorgó (mejor dicho a mi amado pelirrojo de ojos rubíes) la posibilidad que yo jamás hubiera creído posible de engendrar.

-Milo... Milo, ¿estás ahí? –volvió a llamarme girando su cuerpo semidesnudo, dejando al descubierto (además de su figura digna de Adonis) las heridas que adornaban su torso. Nos habían ofrecido este sitio como refugio tras encontrarnos vagando literalmente por las angostas calles polvorientas del pueblo. Yo no solo cargando a cuestas ambas Cajas de Pandora, sino sosteniendo recostado casi sobre mi hombro a Camus, quien honestamente luchaba entre la lucidez y la inconsciencia para entonces. Extrañamente la pareja de ancianos que habitaba este sitio nos recibió como si supiera quiénes éramos y de dónde veníamos.

Flashback (3ra persona)

-Por favor, Cam; te ruego que resistas un poco más...-. El griego Santo Divino de Escorpio de solo aparentes 35 años aunque más de un siglo y medio en realidad, alto y robusto, de cabellera rizada hasta la cintura color rubio dorado, tez morena y ojos cerúleos estaba desesperado. En ese momento poco le importaban sus propias heridas producto de la misión fallida en aquella pequeña villa cercana a Sicilia, Italia. Su prioridad única y absoluta era su pareja y a la vez compañero de Acuario. El hombre de su misma edad tanto aparente como real y de origen francés, alto, esbelto y de facciones andróginas que le hacían ver casi como un calco del mismísimo Adonis, cabello lacio hasta la cintura de color carmesí recogido en una coleta baja y suelta, tez nívea como marfil y ojos rubíes no había sufrido en realidad heridas de mayor gravedad que las que él mismo tenía. Sin embargo, en ausencia del único Santo capaz de ayudarles a sanar mayormente las mismas (Aiolia de Leo), Acuario había utilizado su Cosmos helado para intentar al menos reducir la inflamación especialmente de aquellas lesiones óseas. O calmar el dolor en general. Soldar los huesos le era obviamente imposible. Para ello por desgracia y a pesar de sus nuevas habilidades deberían esperar un tiempo prudencial. El esfuerzo sin embargo le había dejado severamente abatido y prácticamente le era imposible mantenerse en pie.

Incapaz de sostener el peso de su amante y al mismo tiempo de las Cajas sobre su espalda, Milo cayó de rodillas al suelo. Hasta que finalmente y antes de perder el conocimiento dejó escapar un grito pidiendo ayuda desesperadamente. Nuevamente poco le interesaba su propio bienestar. Siempre había sido capaz de resistir el dolor mejor que el galo. Había avistado a pesar de su visión cada vez más borrosa una pequeña vivienda. Y rogaba que alguien la habitara y pudiera al menos ofrecerles abrigo por una noche. Finalmente y vencido tanto por el cansancio como por el dolor perdió la consciencia. Las Cajas de Pandora se soltaron de las correas que las sostenían sobre su espalda y cayeron a un costado. Ambos despertaron a la mañana siguiente. Junto al Santo de Acuario se encontraba una anciana limpiando con sumo cuidado las heridas en el torso desnudo del francés, mientras que un anciano increíblemente similar en apariencia a la mujer hacía lo propio con Escorpio. Los dos Santos estaban recostados en lo que parecía ser la cama del matrimonio. Y quizá la única en aquella modesta propiedad. El primero en reaccionar por completo fue, extrañamente, quien parecía más cansado de los dos. Camus.

IncondicionalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora