Templo de Escorpio, Santuario de Atenea
Cuatro meses después
Narración Normal
Milo y Camus estaban sentados en la sala principal del Templo de Escorpio. El griego tenía su mano sobre el apenas abultado vientre de casi nueve meses de su pareja. En realidad, estaban a horas nada más de la medianoche de la fecha señalada para el nacimiento de sus pequeñas. Milo no podía evitar sorprenderse de que el embarazo tan avanzado no hubiera modificado demasiado la figura –en su opinión personal- perfecta e inmaculada de su amado francés. Estaban conversando tranquila y amenamente, en un tono que daba la impresión de que no querían estorbar a alguien más cuando eran los únicos ocupantes del Templo. La charla iba bien hasta que Milo notó a su amado recostarse aún más contra el respaldo del sillón y moverse incómodo. Se alarmó sin embargo al darse cuenta de que se tomaba el vientre con ambas manos y apretaba los dientes en un gesto evidente de dolor.
-¡Camus! Cariño, qué... ¿Qué sucede?
-Temo... Temo que están en camino, Milo... Dioses, duele demasiado...-. Cerró los ojos, tomando hondas inhalaciones para intentar relajarse y expulsando el aire con cuidado, puesto que el dolor le dificultaba respirar con normalidad. Mientras tanto, su pareja salió desesperada en busca de la única persona que podría asistirlos en ese momento de extrema urgencia. Mū de Aries. Poco le importó la confusión en el rostro del rubio lemuriano. Él solo necesitaba llegar pronto a un hospital. Y era consciente de que la Fundación Graad que heredara Atenea (Saori Kido) tenía su propio centro médico, donde podrían resolver su 'problema' sin miradas extrañas, puesto que todos allí conocían la identidad de la mujer y de sus guerreros. Santos inmortales o no, no se perdonaría que sus hijas nacieran allí.
Hospital, ocho horas después
POV Milo
Juro que si alguien no salía ya mismo de esa sala gastaría mis Agujas Escarlatas agujereando la pared que me separaba de Camus. Por qué rayos me habían prohibido estar junto a mi pareja es algo que nunca voy a entender. Algo definitivamente no estaba bien, lo sentía en mi pecho. Y el solo pensamiento me causaba una angustia inmensurable. A mi derecha, Saga intentaba darme ánimos mientras me aseguraba que todo estaría bien, con una convicción en su semblante y su voz de la que evidentemente hasta él mismo dudaba. A mi izquierda, Shaka había tomado su habitual posición de loto. Sin embargo lejos de estar abstraído de lo que sucedía a su alrededor, mantenía sus turquesas abiertas y su Cosmos levemente encendido, logrando que la sala se inundara de una –honestamente- reconfortante calidez. Cerré mis ojos echándome hacia atrás hasta descansar mi espalda en la pared de la sala. Pasaron otras dos horas hasta que un sonido que hizo que mi corazón se sobresaltara literalmente me sacó de esa ensoñación en la que había comenzado a caer. ¿Verdaderamente estaba oyendo llantos o era solo mi imaginación? Confirmé la respuesta al ver a mis dos amigos casi saltar de sus asientos. Shaka, deshaciendo su postura a una velocidad nunca antes vista. Frente a nosotros se detuvo una joven no mayor de 33 años vestida en su pulcro delantal verdoso, con una cofia sosteniendo su cabello que (imaginaba) le llegaba al menos hasta debajo de los hombros y una máscara protectora en ese momento colgando alrededor de su cuello. Sonrió levemente, preguntando (vaya casualidad) en francés por el esposo de la nueva madre. En ese instante nos miramos unos a otros con la misma pregunta en mente. Si aquella mujer entendía lo que acababa de suceder en esa sala de partos. Es decir, un hombre había dado a luz.
-Señor... ¿Debo llamarle Milo o prefiere Escorpio? –dijo, esta vez, en griego –Si no lo ha notado, probablemente luzca como una médica ordinaria, más no lo soy. De hecho, la señorita Atenea pidió especialmente que fuéramos mi hermana y yo quienes nos encargáramos de esto. Mi nombre es Ilitia; mi hermana...
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Incondicionales
CasualeSu amor había superado todas las barreras existentes. Y finalmente la vida les daría la oportunidad de alcanzar la felicidad máxima con la llegada de un hijo. Por supuesto, eran caballeros aun y por ende nada seria color de rosas por siempre. Camusx...