Reentrada

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Vestido con un traje espacial sucio, el astronauta hizo su mejor esfuerzo para controlar su respiración. Fue difícil. Su cabina reducida había demostrado ser claustrofóbica incluso para los individuos más intrépidos. No ayudó que estuviera rodeado por la nada; una ausencia de luz total. Incluso los confines más lejanos del espacio eran notablemente más brillantes, con su oscuridad embelesada por las estrellas.

El calor bañaba la cápsula estrecha. Esta era piloteada por un estadounidense, si es que se podía confiar en las marcas afuera de la nave. En letras gruesas y remarcadas, se encontraban las palabras: «Estados Unidos». Enyesada por debajo, estaba la bandera nacional ligeramente torcida.

El astronauta extendió sus manos buscando el panel de control. No había luces LED guiando sus manos, y palpaba la pared desnuda.

«Socorro, socorro, socorro», llamó, esperando que el centro de control lo pudiera escuchar. Solo un sonido silbante extraño y su propia respiración agitada saludaron a sus oídos. Trató de impedir que el pánico lo sobrecogiera. Había estado en muchas misiones en solitario en el pasado, pero esta era la primera vez que se había sentido auténticamente solo.

Una alarma penetrante, que provenía de algún lugar no determinado, invadió su ensimismamiento. Por más extraño que pareciera, el ruido lo reconfortaba. Lo tomó como una señal de que no había sido olvidado, que aún existía alguna conexión entre él y el resto de la humanidad.

«¡Adelante, Torre de Control!», intentó de nuevo. A pesar de que la alarma continuó, creyó haber podido escuchar el disturbio sofocado de voces.

Se derramaba sudor de su entrecejo y jalaba el collar de su traje espacial. El material pesado del cual estaba hecho solo se sumaba a su miseria. No podía verlo, pero sentía como si el área a su alrededor estuviera titilando con ondas de calor.

Una negrura de naturaleza distinta comenzó a nadar por los bordes de su visión. Una vez más, trató de llamar  a las voces distantes, pero sus pulmones ya no tenían la capacidad. Incluso mientras el entumecimiento se apoderaba de él, el temor persistía.

De labios partidos, se desprendió su última palabra inaudible: «Mami».

...

El bombero negó con su cabeza, apartando la mirada del panorama enfermizo frente a él. La casa verdaderamente había sido reducida a cenizas por las llamas, pero quedó lo suficiente como para que pudieran reconstruir la escena.

Dos víctimas habían sido reclamadas por el infierno. Una mujer fue descubierta entre los restos de la cocina. Su proximidad con la fuente del incendio —una tostadora— indicaba que había sucumbido a la inhalación de humo relativamente rápido.

El segundo cuerpo era mucho más pequeño. El niño, vestido con un disfraz extraño, casi fue pasado por alto. Por alguna casualidad inquietante, la caja de cartón en la que se había ocultado permanecía intacta. El bombero habría sonreído ante el contenedor camuflado como nave espacial de no ser por el fallecimiento prematuro.

Se tomó un momento para llorar al niño. Por respeto a su imaginación, anotó la causa de muerte en su mente: Combustión durante reentrada atmosférica.

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