Reino Del Cielo

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Ella habría nacido entre las inmensas riquezas de el oro de ser un dios, dotada de una belleza sin escrúpulos que era delicada y eterna cual mordaz mañana de primavera que se aferraba a la noche de un invierno nada dócil.
Habría sido considerada la diosa más hermosa de todas, y la diosa de la belleza e incluso el romance. Había sido coronada con laureles que derramaba un color asemejado a la plata, ella había caminado por los infinitos y gloriosos pasillos de mármol tallado del Olimpo, con sus pies blanquecinos descalzos y glorificando el paso sutil y elegante de su aura, ella habría contemplado las inmensas esculturas de los dioses talladas el cuarzo, mármol e incluso oro, adornadas con joyas de alto valor y a los pies de las nobles y gloriosas esculturas habían sido puestos ramos de flores de la más alta calidad con olores exquisitos que veneraban la gloria que era capaz de mostrarse en la escultura labrada. Ella habría sido testigo de muchas cosas, maravillando su alma entre los gloriosos cielos de una llama divina que era el Olimpo.
Se sentía princesa y reina entre laureles, que podía vagar con libertad en el mundo verde y humano, mientras veía las sombras de los sauces derramandose en sus colores cobrizos y plateados, que se alzaban con orgullo, el mismo orgullo que ella misma era con su sola mirada de un violeta más profundo que un atardecer taciturno con el velo de Nyx.
No había nada que la domara, no había hombre, Dios o Daemon que pudiera conquistar su alma y encadenarla a las injurias de un corazón inequívocamente enamorado o lleno de irracional e hilarante odio hacia ella. Ella era reina superior a todos esos sentimientos que correspondían más a un coqueteo con la muerte.
No se atrevía ni a mencionarlos, no se atrevía ni a aceptarlos como algo irremediablemente parte de ella. Ella era superior, ella no jugaba a la vida, era una diosa orgullosa y apartada de las lágrimas de penurias.

Pará ella, el amor en un dios era una forma de mostrarse humano ante el mundo que les idrolataba, era una forma de rendirse ante sus ambiciones y su omnipotencia que les hacía gloriosos. Pará ella, amar era cosa de mortales, pues era un coqueteo discreto con la muerte y con los ríos del inframundo.
¿Qué sucedía cuando el amor no era correspondía? Los humanos podrían sentirse amargados y retribuidos a un sentimiento amargo de perdición e indeseo de la vida.
Podría ser la peor de las torturas que estruja el corazón humano, provocando el desfallecimiento del alma enamorada y sensible ante una tormenta de rechazo y soledad que no hacía más que hacer un círculo vicioso de dolor profundo y que se almacenaba con años en lo recóndito de un corazón.

Los peores hombres, aquellos que tenían un corazón gris y amargado como una piedra insípida habrían amado hace años de una forma tan enorme que el amor los consumía y los lastimaba con cada mísero segundo de su casi inocente existencia, transformándolos en monstruos inclemente con corazón despiadado como el mar y la noche de un invierno inclemente y sin sol.

Era una diosa destinada a ser del amor, que no creía en el y que jamás lo habría sentido.
Pero el gran Zeus no le importa esto, se fija en lo estratégico de sus acomodos, lo beneficioso hacia su ser.
La obligó a casarse con el dios más horrendo y deforme de todos, pero con palabras dulces cual néctar de jugo y aleteo de mariposas cándivas.
Hefesto, y como su nombre real, Renji. De cabellos rojos cual el fuego vivaz de su forja, con Tatuajes marcando como tinta derramada en bruma atra vez de, con voz rasposa como las manos que manejaban fervientemente el metal de la creación.
Ella no sintió ni siquiera un atibo de pena o cariño en su casi seco y cruel corazón.
Ella no coquetea ba con la muerte, ella deseaba ser la muerte.

Pero entonces, sus ojos fueron atrapados en un dios que parecía la gloria misma, que no disimulaba lo explendoroso que era su mirada casi de oro.
Sintio como su corazón se desvacencia ante los cabellos de un naranja vivaz cual fuego, alborotado como el mismo y que prometían más una cascada de oro anaranjado derramada en una ancha espalda de piel bronceada y bien formada.
Sintió como su alma se estremecía con sólo el aura gloriosa de este dios que desconocía, junto a su hedor de victoria y ceniza guerra.
Alto, de porte orgulloso y amenzanate con un permanente y tentador a lo sexi ceño fruncido.

Ares, el dios de la guerra. Y su nombre íntimo era Ichigo, que la hacía derretirse ante pensar como el nombre era perfecto para ese dios tan exótico y cautivador.
Afrodita, Rukia... Conoció lo que era amar un físico de forma tan atroz que devastada poco a poco sus sentidos de orgullo irrompible.

Tan tentador y destructor que era susurrar su nombre de forma baja y secreta.

No tardó en que sus labios fueran propiedad de el, abandonados a sí mismos en un beso tan devastador como posesivo, y que arruinaría el comienzo de una agradable e inocente cita.
No tardó en que la noche fuera espectadora de cómo ella susurraba su nombre de forma a casi mantra con la voz derramada sobre un placer imprescindible y tan prohibido como la muerte de un dios. Se suman entre sus carnes y las rozaba con pura impulsividad y deseo desatado como una tormenta en un verano reprimido. El era tan salvaje que llenaba los abismos de su alma así como los cercena a con una facilidad y crueldad tan explícitamente aterradoras como el secreto de la muerte.
Ella comenzó a amar eso, subiéndose a un barco que le mostraría los horizontes indescifrables de una crónica de la muerte implícita en su nombre.

Rukia se enamor tan perdidamente como si estuviese vagando sin rumbo por el laberinto del mino tauro.
Condenando se una y otra vez, cediendo al placer que culminaba en desenfreno y pecado.
Pero sólo bastó recuperar un haz de claridad en su alma encantada como para darse cuenta de que su carne no satisface a las moscas. Todo como una farsa, el amor no era para los dioses y casi nadie de ellos era capaz de sentirlo con la intensidad de desbocar su propia alma.
Y Renji no tardó en descubrirlos.
Ella se sumió en una pesadumbre llamada incertidumbre y su recelo por un amor ya no correspondido, según ella, comenzó a matarla y alarmar incluso al mismo hades.
Pero ante todo el pronóstico de ella, Ares, el precioso y exótico ichigo, peleó por ella y le entregó los pensamientos ataviados de su alma llena de gozo y amor por ella.

El amor fue tan grande que derribó reglas con la facilidad de un un simple papel.

Y fue cuando nació el dios del amor, eros.

Rukia no tardó en descubrir que ichigo, no era un dios en un principio. El se ganó el puesto por medio de lágrimas de sangre y dolores interminables.
Ella descubrió que se había enamorado de un humano.
Y que ese humano, desafiaría a la muerte y se convertiría en un dios, solo para ofrecerle una rosa y coronarla entre laureles.

One-shots ICHIRUKI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora