La sospecha

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El ministro Ishtawa, no tenía más remedio que aceptar. No le gusta que los religiosos le digan qué hacer, menos le gustaba que le ordenaran preparar un asesinato, menos que se tratara de 3 jóvenes relativamente tranquilos. Aún peor, no le gustaba saber que no podía negarse, al tratarse de un asunto de interés real de la estabilidad de la ciudad. Al enterarse del descubrimiento, y de lo que costaría deshacerse de todos esos cadáveres. Maldijo por lo bajo al darse cuenta que aún les quedaban 12 horas de sueño a los constructores. Detestaba que no se les pudiera despertar, en serio que detestaba a los constructores. Eran asquerosos, asquerosos en todo aspecto: cómo y de qué se alimentaban, en dónde dormían y cómo procreaban. Pero los ciudadanos habían establecido una simbiosis casi perfecta con los constructores, las heces fecales de los ciudadanos constituían el alimento, colchón y nidos de los constructores, y Los constructores constituían la fuerza de la ciudad, creando y reparando edificios, carreteras y túneles, lo mejor a un valor ridículo: las heces de los ciudadanos. Pero eso tenía una dificultad, los ciudadanos jamás podrían enterarse de ciertos aspectos de los Constructores: de qué se alimentaban, que sus crías nacían y crecían en las inmundicias de la ciudad, entre otras cosas aún más asquerosas. Los malditos constructores eran mucho más resistentes que los ciudadanos, mucho más grandes, y muchos ni siquiera les interesaba vivir en la ciudad, La mayoría abandonaban la ciudad en cuanto se les planteaba el "trabajo" y la paga. Siempre lo hacían por la tarde cuando los ciudadanos aún no regresaban de sus trabajos. Se les ofrecía un trato justo con dos condiciones simples: No contar nada a ningún ciudadano. No comer delante de los ciudadanos. Trabajar 6 horas al día, cuatro horas en la ciudad, una en el Palacio y otra hora en la casta. Casi ninguno aceptaba, por eso  tenían que trabajar tanto los pocos que quedaban. Dos de cada diez constructores nacidos allí aceptaban, el resto se largaba en cuanto sus alas terminaban de desarrollarse.

La primera vez que visitó como ministro el área de los constructores vomitó cinco veces. y vomitó otro tanto igual camino a casa. Los secretarios habían tratado de prepararle, de explicarle, se lo habían advertido, hasta se lo habían gritado. Pero no hay nada que te prepare para visitar un edificio de repleto de los deshechos de la ciudad, mientras los constructores, cuál piscina nadaban en ellos. Todavía tenía pesadillas con eso. Pero no tenía tiempo para divagar en las costumbres de los Constructores, ya luego tendría que preocuparse por los problemas que le provocaban los constructores. Por lo pronto encomendaría y autorizaría a veinte de los mejores (y caros pensó para sí) Civilizadores para que los siguieran y reportaran todo lo que dijeran, vieran o escucharan. También pondría en alerta a los gemelos.Ojalá que no tuvieran que actuar, pensó para sí de nuevo. Los gemelos habían llegado a la ciudad hacía tan solo 3 meses, pero desde que llegaron a la ciudad se pusieron al servicio del ministro. En cuánto los entrevistó, supo que sería mejor aceptar su trato: la mejor comida, raíces un tanto difíciles de conseguir en abundancia y mucha bebida, entregadas cada semana en la casa que debían proporcionarles mientras estuviera en la ciudad y ellos le ayudarían si tenía problemas. Claro que sí, el lo sabía muy bien, ya conocía a los de su tipo, ellos podrían ayudarle con los problemas si estaban de su lado, o serían los problemas en caso contrario. Los gemelos eran rápidos, más que cualquier ciudadano, los de su especie rara vez entraban en la ciudad, no estaban en conflicto directo con la especie de los ciudadanos pero su especie, aunque se alimentaban de lo mismo, también podían comer madera y muchas otras cosas más, incluso ciudadanos. Pero tenían ciertas costumbres un tanto extrañas para los ciudadanos, como dormir bajo objetos húmedos, como hojas que normalmente los ciudadanos utilizaban para otros fines. Y contaban con muchos más miembros que los ciudadanos, así que en una pelea, los ciudadanos, aún armados, estaban en desventaja frente a ellos. Por eso casi siempre que entraban a una ciudad, se presentaban a los ministros a ofrecer sus servicios. El ministro se sintió cansado. Cansado y abrumado acerca de lo que tenía sobre sí.

Una vez que los gemelos recibieron la información acerca de las 3 posibles víctimas, decidieron desperezarse un poco. Tomar un trago y repasar mentalmente que no era de su incumbencia si vivían o morían esos 3 ciudadanos. Así mismo se dijeron que con este único favor que el ministro Ishtawa les pedía, estarían a mano. Tanto mejor, aún permanecían en la ciudad, a pesar de que sus miembros ya estaban del todo curados y regenerados, por el solo hecho de que durante su estancia allí, no les habían pedido, exigido o negado nada. Pero ya estaban aburridos y eso podría ser bastante peligroso, para los ciudadanos sobre todo. Además se estaban exponiendo innecesariamente permaneciendo tanto tiempo allí sin ejercitarse y sin tener armas de verdad. Sobre todo por que aún quedaban 20 o más de los 50 individuos de la colonia que habían atacado a su ciudad natal. Y un solo individuo de esa colonia podía ser mortal para varios de su especie, aún con su coraza. No querían imaginarse qué podía ocurrir si invadían esta ciudad tan poblada por tantos débiles. Ningún ciudadano tendría una oportunidad contra ellos. Y los gemelos sospechaban que ya podrían estar cerca. Lo sentían en el aire.


Los gemelos tomaron sus cosas y sin esperar confirmación de si debían esperar o si debían matarlos, empezaron a empacar sus cosas y empuñaron sus armas, se encaminaron hacia dónde se suponían que los podrían encontrar. Ya habían tomado una decisión, en su mente y en su corazón, esos ciudadanos ya habían muerto. Ya habían calculado los segundos que tardarían en caer al suelo, la sangre que derramarían y la forma en que morirían. Únicamente quedaba encontrarlos. Cuando caminaban nunca hablaban, no se dirigían la palabra, Hablaban antes de partir, se comunicaban las cosas con mayor importancia e improvisaban sobre la marcha. Eso los hacía doblemente mortíferos, casi nunca emitían algún ruido, y se aprovechaban del ruido de los demás para atacar. Eran fuertes, rápidos y calculadores. Les tomó un tiempo encontrar el lugar llamado El Refugio, para ellos todos los edificios de los ciudadanos se veían igual de extraños. Entraron sin el menor atisbo de esperanza de que fueran a encontrarles allí. Es algo que habían aprendido los gemelos, la información se queda obsoleta desde que se registra. Hicieron un par de preguntas, se acercaron a la mesa que habían ocupado y distinguieron 12 olores personales en esa mesa. Sólamente quedaba descartar 9. Por el propio bien de los 9 restantes, más les valía no andar en grupos de 3, los gemelos no eran de los que hacían preguntas.

Al salir del local los gemelos vieron a un niño entregando monedas por las pertenencias dejadas en las casillas, se vieron de reojo y el que iba a la izquierda procedió a colocarse a la espalda del niño, le habló suavemente, despacio. El niño pegó un brinco y antes de que pudiera darse vuelta, muchas manos lo retuvieron desde el hombro hasta la cintura. La voz volvió a hablarle, lento y suave. El niño se asustó. Le caían bien los que encajaban en la descripción de la voz, pero le asustaba más no haber escuchado que se le acercaban por detrás, más aún, la cantidad de miembros que se posaron sobre él antes de que tratara de moverse. Contestó las preguntas sin tratar de voltearse todo cuánto se le preguntó, cómo iban vestidos, la dirección en que se habían marchado, si había una o más mujeres en el grupo. Respondió cada una de las preguntas lo más preciso que pudo. Sabía que su vida dependía de ello. Cuándo la última pregunta fue contestada, sintió cómo algunas monedas se deslizaban en su bolso al mismo tiempo que era liberado. Respiró aliviado, no quería voltear a ver, pero sentía demasiada curiosidad, aguantó todo lo que pudo, que no fue mucho. En cuánto se atrevió a voltear a ver, lo único que pudo observar fueron huellas, muchas huellas sobre la arena, parecía que detrás de él hubieran empezado a correr un maratón. El niño lloró, lloró de tristeza, de rabia, de vergüenza.

Los ciudadanosWhere stories live. Discover now