El ministro Ishtawa ha pasado sudando y secretando una especie viscosa de baba que le da una picazón terrible cerca de sus receptores de largo alcance, su esposa siempre le recuerda que debe usarlos por lo menos un par de veces al día, pero el prefiere gritar y que la gente se presente ante él para tomar directamente sus órdenes, no le gusta transmitir ni que le transmitan. Una manía acerca de demostrar quién manda, o al menos eso es lo que ha pensado toda la vida su esposa. Quizás este sudor y baba sean causa de alguna enfermedad provocada por no haber utilizado sus receptores durante tanto tiempo. Ni siquiera a su hijo le permite comunicarse así. O quizás es que el estrés y el pánico que no le ha dejado dormir sumado a la presión ejercida por los dos emisarios del sacerdote que llevan ya varias horas acompañándole cada vez que tiene que recibir o enviar un reporte. No le han dejado dudas, su puesto estará vacante antes de lo que a él le hubiera gustado. La maldita picazón no le deja pensar en paz.... Sí tan solo hubiera hecho caso a su esposa. La picazón comenzó poco después de recibir la comida que los emisarios prácticamente le obligaron a tomar después de recibir las primeras malas noticias. Le pareció un detalle importante que el Sacerdote Shtaman se preocupara que tuviera suficiente energía para poder dirigir al equipo toda la noche. Le hizo creer que aún confiaban en él, pero las acciones de sus emisarios le indicaron todo lo contrario luego de esa comida. Revisaron todos los documentos que firmó y leían antes que él los reportes que le transmitían.
La comezón empezó a expandirse a otras áreas del cuerpo. En cuánto empezó a agitar sus alas los emisarios se vieron directamente y sin decir nada salieron de su oficina. Entonces lo entendió todo. Su final ya había sido confirmado. Shtaman daría un gran discurso relatando el excelente trabajo que el ministro Ishtawa había hecho por la comunidad, por la iglesia, por los ciudadanos, por todos. Uniría alguna tragedia reciente (qué el mismo sacerdote provocaría, no tenía dudas de ello) al estrés que habría provocado la muerte del primer ministro... Justo cómo su antecesor pensó amargamente. No tenía mucho tiempo, estaba seguro. Pensó en escribir una carta, un memo, tomó una pluma y una hoja... y empezó a reír, en cuanto cayera muerto los primeros en entrar a su oficina serían los emisarios, sus verdugos. Eliminarían y limpiarían todo para asegurarse que el sacerdote Shtaman no tuviera ningún problema para dar su magnífico discurso. Pero no, Ishtawa no se quedaría con los brazos cruzados; sabía que no podría atacar a los emisarios, nadie salía bien parado de atacar a un miembro de la iglesia, mucho menos de un emisario del mismísimo Sacerdote. Necesitaba pensar y mucho tiempo para analizar, pero sabía que esto último era lo que menos tenía.
Tomó una decisión, subiría a uno de los alfeizares de las ventanas y desde allí saltaría al patio trasero del edificio. Luego buscaría a alguien de ese periodicucho sensacionalista que siempre criticaba todas las decisiones de su mandato y de la iglesia. Oh sí, se regocijó mucho, le daría suficiente material al pusilánime director de ese periódico para que pudiera publicar durante un año por lo menos. Empezó a tomar nota mental de qué sucesos sería mejor revelar desde el inicio, los más escandalosos y que salpicaran directamente al sacerdote. Pensó que lo mejor sería hablar de todos los asesinatos y expulsiones forzadas que había hecho en los últimos meses, quizás del último mes sería mejor, no sabía con cuánto tiempo contaba. Se cubrió las alas con su traje oficial de primer ministro, iría por los últimos reportes para que sus verdugos no irrumpieran en su oficina muy pronto y se dieran cuenta de su fuga. Se acercó a la puerta e intentó girar el pestillo pero estaba atorado, intentó jalar la puerta pero estaba trabada por fuera. Palideció de nuevo. Tenía la esperanza de al menos poder advertirle a sus colaboradores más íntimos para que se retiraran de las instalaciones y no se vieran sometidos a interrogatorios luego de su escape.
Utilizó su traje y algunos enseres de la oficina para trabar por dentro las puertas. Tenía la esperanza que se armara un alboroto cuando intentaran entrar a su oficina y esto creara alguna hipótesis de por qué había escapado. Abrió la ventana y se subió al alfeizar mientras el frío viento le golpeaba la cara y el pecho. El aire le calmó la picazón y le despejó las ideas. Lo que provocó que palideciera al ver la altura desde la que pretendía saltar. Pero no tenía más remedio, así que por fin tomó todo su valor y saltó, pero en cuánto se sintió en el aire comenzó a agitar sus torpes alas, en lugar de bajar suavemente ascendió un poco más, y no tuvo más remedio que seguir agitándolas para caer fuera del edificio, cuándo iba a mitad del descenso se quedó sin fuerzas y se estampó a una gran velocidad, dejó medio receptor izquierdo en el piso y se lesionó 2 extremidades inferiores. A pesar del dolor que sentía logró ponerse en pie. Trató de ubicarse y se maldijo. Las oficinas del periódico estaban hacia el frente del edificio, tendría que dar un largo rodeo. Caminó lo más recto que el dolor le permitía, al menos no habían ciudadanos a esa hora. Llamaría demasiado la atención que el primer ministro no estuviera siendo transportado y sin todas sus escoltas. No se había dado cuenta de lo acostumbrado que estaba a la vida de primer ministro. No era capaz de recordar la última vez que se había movilizado por sus propios medios por las calles de la ciudad.
Después de algunas calles recorridas y rodeos, se aseguró que no lo habían seguido, Observó a dos de sus ayudantes de mayor confianza entrar con la mayor tranquilidad al edificio del periódico. Esperó un rato escondido en un callejón, ahora sabía quién filtraba la información más secreta. Pensó en encararlos y contarles todo para que fueran ellos quiénes revelaran todo al periódico; Pero nadie tomaría en serio la información a menos que el mismo primer ministro dijera todo y que el periódico tuviera testigos de tal hecho. Se encaminó hacia la puerta y antes de cruzar la calle notó que alguien de la iglesia estaba esperando cerca de la entrada, el principal ayudante del sacerdote estaba esperando a sus ayudantes. Se escondió lo mejor que pudo detrás de una tienda ambulante estacionada en la calle. Observó cómo los tres se dirigían a la sede de la iglesia. Entendió que su muerte ya había sido anunciada por sus ayudantes, quiénes serían premiados por la iglesia inmediatamente. Se enfureció y notó que le costaba cada vez más respirar. Ya no tenía nada que perder, utilizaría todo a su favor. Menuda sorpresa se llevaría el director del periódico al ver entrar al primer ministro que daban ya por muerto, del que seguramente ya estaban escribiendo para el ejemplar del nuevo día.
YOU ARE READING
Los ciudadanos
Ficción GeneralMurivak y Dorovich, ciudadanos de cuarta clase de una sociedad pacífica y trabajadora. Viven en dónde siempre ha vivido su especie. La ciudad se encuentra casi al centro de la extensión de tierra que parece no acabarse jamás, mires hacia dónde mires...