Sangre del Diablo por @MaryoricaLenom

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Su caminar es más o menos humano, aunque no distinguirías algo anormal en la oscuridad

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Su caminar es más o menos humano, aunque no distinguirías algo anormal en la oscuridad. Carga algo en una mano que deposita frente a un departamento y se va.

Es una botella.

La Sangre del Diablo es espesa. Una ola que se torna espumosa al tragarla. Quema lentamente dejando un tremor en el estómago. Se extiende hasta las piernas erigiendo deseos vaporosos que te harán creer que llevas demasiada ropa.

Mario lo sabe por los rumores del vecindario.
Sabe también que no debe beberse a solas.
Lo más que puede hacerte estando acompañado es despertarte una irresistible lujuria por lo que terminarás con una irritación en la entrepierna y otras partes del cuerpo.

Sí, cometerás actos que conscientemente no harías, incluso perversiones, pero despertarás riendo por un orgasmo latente y esa será la única consecuencia.

El candor debe liberarse a través del acto sexual o tendrás visiones, horrendas visiones que te atormentarán por el resto de tus días.
Es una de las novedades que el cataclismo demoniaco trajo cuando los seres del infierno decidieron mudarse al mundo de los vivos.

Nadie sabe quién (o qué) reparte las botellas.
Si no bebes y dejas la botella sin tocarla, su repartidor regresará por ella sin ningún problema, pero no debes nunca tocarla. De hacerlo la botella volverá a ti, una y otra vez, hasta que la bebas. Solo así se irá.

Recordando su error, Mario se limpia el sudor de la frente. Si no tienes con quién compartirla, puedes colgar un crucifijo invertido en tu puerta y alguien te acompañará. Mario no tiene a nadie. Sus vecinos cierran las ventanas y puertas cuando él llega, pues notaron el paquete diabólico frente a su número. Los únicos que siguen dirigiéndole la palabra son unos ancianos que recogen gatos callejeros y no sería correcto escogerlos.

Odia despertar y encontrarse con aquel licor junto a la cama. Le aterroriza, pues lo ha tirado varias veces; lo ha roto, lo ha arrojado por la ventana y siempre ha vuelto.

La botella no se mueve ante tus ojos, solo cuando no la miras. Te persigue para recordarte que debes beberla.

Sangre del Diablo.

Ninguna persona cuerda bebería de algo que se aparece así y te persigue así. Lo saben todas las mujeres que se negaron cuando Mario las invitó a beber un trago.

Pero él ya no está cuerdo y no posee el valor para quitarse la vida como hizo el del 140.

Así que sentado a la mesa, sin quitar la vista de la cosa maldita, espera a quien será su acompañante.
A las doce de la noche en punto tocan a la puerta y el golpeteo le provoca una escalofriante anticipación.

Tarda varios minutos en moverse, con el arrepentimiento de haber colgado el crucifijo así, para que todos lo vieran.

Sin volver a tocar, la visitante espera a que Mario abra.

Cuando finalmente entreabre sin retirar la cadena, se desilusiona, pues su visitante es un hombre y Mario debe aclarar el error.
—Esperaba a una chica— susurra limpiándose el sudor de la frente. El hombre de mediana edad es de anchos hombros, alto y pálido. Demasiado pulcro y bien peinado para los tiempos terroríficos que acontecen en la actualidad.
Como respuesta, el visitante se alza de hombros dando a entender que le da igual y da la media vuelta.

Mario maldice. Debes invitarlo a pasar o no entrará. Mira al suelo, solo para encontrarse con la botella de nuevo, ahí junto a la puerta. Aprieta los ojos y la busca en la mesa dónde estaba y ha vuelto. Se mueve tan rápido que si mira hacia el refrigerador la ve ahí arriba y ya no puede soportarlo.

Será el final de su heterosexualidad. Evita pensar mucho, abre la puerta y grita: —¡Adelante! ¡Pasa por favor!
Ya no le importa si así consigue que la pesadilla de botella desaparezca.

El visitante cruza el umbral agradeciendo la invitación con una pronunciación exagerada de la "c". Le pregunta a Mario si está listo para "echar un buen polvo" por lo que confirma que no es latino. Un europeo que de alguna forma cruzó el océano en algún momento de su desafortunada vida. Los demonios no son tan abundantes en España, el lugar más limpio en el mundo de la invasora presencia sobrenatural.

"Bienvenido al Nuevo Infierno" piensa Mario.
Se sientan a la mesa donde dos tazas de porcelana esperan pues Mario no cuenta con otro tipo de recipiente para brindar.

Como Mario pasa saliva sin hacer más que contemplar la botella, su acompañante la abre sin temor alguno y llena ambas tazas con el líquido sanguinolento.

Alzando la bebida en un primer brindis Mario intenta sonreír, ya que mañana desaparecerá la maldita botella de su vida. Traga ásperamente, exhalando el último resquicio de miedo. Miedo que se evapora junto con mil inhibiciones.

Los efectos son inmediatos y lo siguiente es un borroso sumergirse en el contacto más impuro. El tiempo para Mario se distorsiona, afectado por la lentitud y la rapidez.

No sabe en qué momento abrazó la figura inclinada del europeo, impregnado de olor a cigarrillo, saturándose con espasmos y viscosidad.
La deleitosa sensación es interminable.
No hay visiones ni terror, sólo el más bienvenido placer y vicio.

En un parpadeo, se encuentra desnudo sobre una gruesa rama en lo alto de un árbol. Los movimientos incontrolables que deja el residuo sensual de la Sangre del Diablo ocasionan que gire y caiga abruptamente.

La corta soga que lleva al cuello se estira y revienta.
La muerte, sin embargo, le dura poco, pues una quemazón lo devuelve al cuerpo. El alma queda pendiendo de un fino hilo al cual Mario se aferra.
Tose sangre del cadáver animado, que ahora es, por una nueva ferocidad insaciable.

Con una gran sonrisa de sangrantes caninos afilados, el europeo lo felicita dándole la bienvenida a su nueva identidad.

La Sangre del Diablo ya no le afectará pues, como el vampiro a quien llaman "el Inquisidor" le explica, solo afecta a los vivos.

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