El detective, al enterarse de que la víctima recibía visitas nocturnas, comenzó una vigilancia que arrojó un sospechoso, vecino del pobre señor Mendieta, que se marchó a un hotel en un intento de estar a salvo.
El problema era que, en lo que él pensó, era un engaño de su propia vista, vio cómo el intruso se asomaba por una ventana en el segundo piso, para después perderse entre estelas de niebla espesa, sin dejar rastro.
Sin embargo, Dandelion alcanzó a ver su rostro y, tras consultar con gente de los alrededores, pudo descubrir que la figura enjuta y pálido rostro (que el señor Mendieta no había visto), correspondían a un hombre acusado por sus vecinos de ser demasiado extraño y macabro.
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Dandelion fue temprano a comprar hierbas para infusión y un nuevo juego de té. Las molestias tomadas valdrían la pena una vez que estuviese cara a cara con el ser que se ocultaba tras el nombre de Augusto Romagnoli, que aceptó gustoso la invitación. Ambos buscaban tomar ventaja del encuentro; quizás esa era la única razón que los motivaba a llevarlo a cabo.
A las cinco y treinta de la tarde, ni un minuto más ni uno menos, el timbre anunció que el esperado visitante había llegado. Dandelion se apresuró a abrir. Augusto fue cortés y el detective hizo lo propio, ambos con la certeza que ofrece el ser consciente de tener ventaja sobre el adversario, con elegancia y sigilo.
Dandelion condujo a su invitado al balcón, donde había dispuesto un par de sillas y una mesita para beber el té.
—Excelente, mi señor —dijo Augusto, tomando asiento frente a Dandelion—, no quisiera apresurarlo, pero debería ir al punto.
—¿Antes de que le ofrezca el té? Cómo podría.
Fue a la cocina y regresó con una tetera. Sirvió el líquido humeante en dos tazas y se sentó, ante la mirada expectante de Augusto, quien miró su taza con suma curiosidad.
Dandelion estaba disfrutando la reacción del otro. Augusto no quiso quedarse atrás: esbozó una sonrisa cínica, olfateó su té y miró al detective con frialdad; del reverso de su corbata retiró un alfiler y, para sorpresa del contrario, pinchó su dedo. La sangre se deslizó hasta caer en el té, tiñéndolo de rojo al instante.
—Deja de jugar, Dandelion.
—Au contraire. Vacía tus bolsillos, Romagnoli, te aliento a hacerlo.
Augusto se permitió ceder ante la propuesta, de igual modo sabía que podía asesinar a ese simple humano en cuanto se atreviera a más. Extrajo su reloj del bolsillo del saco y lo dejó junto a la vajilla.
Dandelion, en cambio, llevaba un revólver. La reacción de Augusto Romagnoli al ver el té no era más que una forma de saber si con su arma habitual sería suficiente. No lo era, pero no mostraría ni un ápice de nerviosismo.
—¿Te complace, Dandelion?
—En efecto.
—Y la bazofia que me serviste, ¿al menos a los tuyos les gusta?
Dandelion se puso de pie con su taza en la mano, se dirigió a la esquina contraria del balcón e hizo una seña a Augusto para que le acompañara. El segundo, hastiado y deseando ponerle fin al concilio, fue tras él.
—No te creas tan especial.
Augusto, en un gesto de falsa fraternidad, posó sus largos dedos en el hombro del otro para clavar sus uñas en él con sutileza. El detective, poniendo fin a su diversión, tomó la taza que había posado en el barandal y arrojó su contenido sobre Augusto.
Los labios del vampiro se contorsionaron formando una mueca de asco; sus ojos se habían tornado rojos, reflejo de la furia que refulgía en él. Romagnoli se lanzó contra su rival, dispuesto a acabar con su vida, no sin la intención de probar su sangre antes.
El vampiro aferró las manos al cuello del hombre, ansioso por saciarse del líquido que corría por sus venas. Dandelion se arrastró con dificultad y hundió su mano en una maceta, donde guardó una filosa daga antes de la reunión.
Trató de apuñalar al vampiro, pero este fue más veloz y se puso en pie; una ligera herida ardía en su hombro.
El detective alcanzó a levantarse para atacar una vez más. Augusto le dedicó una sonrisa sardónica y lo asió entre sus brazos para tirarse junto a él desde el balcón.
Dandelion dejó escapar un grito de terror, esperando su inminente impacto contra el suelo.
Augusto Romagnoli no se lo dejaría tan fácil, su muerte solo sucedería cuando él lo decidiera. Haciendo gala de sus habilidades sobrenaturales, aterrizó de pie en la calle; antes de que Dandelion se recuperara de la impresión, lo arrastró con fuerza hacia el interior de la casa del detective, haciendo trizas la puerta de madera en el proceso.
En el vestíbulo, ambos supieron que era el fin: el vampiro clavaba sus colmillos en la piel de Dandelion, quien sin saberlo reemplazó al señor Mendieta; mientras el detective reunía todas sus fuerzas para arremeter con una estocada mortal que hizo rodar por el suelo la cabeza de su enemigo.
Dandelion saboreó una amarga derrota, pues si bien había acabado con la criatura, se convirtió en lo que en algún momento buscó exterminar.
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Historias de medianoche
Historia CortaHistorias de medianoche es una antología oscura, repleta de historias que te helarán la sangre y harán que el mundo de los vampiros te cautive un poco más.