Obsesión por @urriaa

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La oscuridad de la noche había sido, durante siglos, su mayor aliada. Apenas recordaba la última vez que había visto el sol, un amanecer o un atardecer, y el recuerdo de su último día como ser humano hacía ya tiempo que se había ido desvaneciendo, hasta desaparecer, hasta convertirse en algo tan irreal como un sueño borroso. Lo mismo había sucedido con los sentimientos; apenas recordaba ya de qué se trataban.

En medio de una desierta calle y en mitad de la noche, lo único en lo que podía pensar era en el hambre que tenía, y lo único que podía saciarlo era la sangre. Durante aquellos momentos, lo único que podía hacer era dejar que su instinto tomase el control absoluto sobre su cuerpo y lo guiase. Por lo general, la noche solía terminar con al menos un par de víctimas muriendo desangradas, pero a él no le importaba, pues ya había quedado satisfecho.

Había resultado difícil, siglos atrás. Su conciencia le impedía alimentarse como su cuerpo le pedía, y los valores cristianos que le habían inculcado desde la infancia le hacían sentir que todo en él era un error. Pero alguien le había ayudado a seguir adelante, le había ayudado a aceptarse a sí mismo y su nueva naturaleza. Nunca olvidaría todo lo que ella había hecho por él, cómo le había salvado de sí mismo... para convertirse, años más tarde, en quien le destrozaría el corazón como nunca nadie había hecho antes.

Con aquellos recuerdos en la cabeza, él optó por atacar a algún humano y saciar su hambre para aliviarse. Era la única manera que conocía para apartarla de sus recuerdos. Por tanto, se deslizó sigilosamente por las azoteas de los edificios, lejos de la vista de los humanos, hasta encontrar a la víctima adecuada. Los años le habían convertido en un vampiro exigente que no se conformaba con sangre de una víctima al azar. Solía escoger cuidadosamente, generalmente decantándose por adolescentes o jóvenes cuya sangre era más dulce, más sabrosa.

No le costó encontrar a un humano que caminaba solo, a unas calles de donde él se encontraba. Saltó de una azotea a otra, sin apenas hacer ruido, hasta llegar a la altura del joven y saltar, cayendo exactamente donde deseaba, justo delante de su víctima. Le gustaba el factor sorpresa, ver el miedo en los ojos de los humanos a los que atacaba. Le resultaba entretenido observar sus reacciones y reírse a su costa cuando ellos creían tener alguna oportunidad de escapar.

Había perdido la cuenta de los humanos a los que había matado o dejado moribundos. Para él, una cifra más o menos era algo insignificante, pues la vida humana había dejado de tener importancia para él. Los consideraba seres inútiles y egocéntricos, demasiado débiles en comparación con otras especies, como los vampiros.

—No me haga daño —suplicó el joven, con la voz temblando de miedo.

Pero el vampiro se consideraba ya demasiado mayor para soportar súplicas o llantos. Se impacientaba escuchando cómo sus víctimas, en lugar de correr o tratar de huir, se limitaban a pedir por sus vidas, pues aquello no le resultaba entretenido.

Sin pronunciar palabra alguna, se abalanzó sobre el chico y clavó sus colmillos en el cuello de él. Apenas se demoró unos minutos, tiempo suficiente para beber una cantidad de sangre que podía resultar mortal, aunque su víctima lograría sobrevivir si recibía ayuda médica pronto, lo cual era difícil dado que era de noche. En cualquier caso, nadie le creería si contase lo sucedido.

Después del ataque, se apresuró a volver a las azoteas y correr hacia un barrio alejado del centro, al que acudía cada noche. Era consciente de que el amanecer se acercaba y de que no disponía de más de una hora antes de tener que esconderse, pero poco le importaba en aquel momento. Bajó de nuevo a la calle y se ocultó en un parque infantil. Pocos minutos después, vio a una joven pasar por delante.

Se trataba de una chica de cabello largo y oscuro, de aproximadamente veinte años. Él la había visto por primera vez dos años atrás, y la había investigado desde entonces debido al parecido que guardaba con la vampira de la que se había enamorado siglos atrás. Había descubierto que era su descendiente, que su nombre era Lily y que trabajaba como camarera en un club nocturno para ganar dinero, pues sus padres habían muerto y no tenía más familia. En un principio había pensado en utilizarla como venganza, pero con el paso del tiempo, se había obsesionado con ella, con su belleza y su esfuerzo, y la había espiado todas las noches desde hacía dos años.

Sonrió al verla pasar, aunque también notó que parecía más cansada que de costumbre, y más triste. No importaba, se dijo a sí mismo. En pocos días, iría a por ella y la convertiría en vampira para tenerla junto a él desde el atardecer hasta el amanecer, cada noche. Pues era la única persona que podía hacerle olvidar su hambre, hacerle comportarse como el humano que era antes de su conversión. Y no permitiría que los años se la arrebatasen.

Se marchó antes de que amaneciese, con la promesa de regresar pronto y convertirla, finalmente, en su compañera.

Historias de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora