La Masacre por @DeniaGrames

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Cuando entro en la sala del MoMA el olor de la carne de cerdo cruda me golpea como una bofetada

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Cuando entro en la sala del MoMA el olor de la carne de cerdo cruda me golpea como una bofetada. Entre toda la gente que hay alrededor, mis pasos apenas resuenan sobre el suelo de mármol.
Me paro frente a la obra de Guo Jian.
La carne de cerdo cruda cubre la totalidad de la maqueta de la plaza de Tiananmen, como un sangriento recuerdo de la historia.
O eso cree el artista.
En realidad fue mucho peor.
El gobierno chino consiguió silenciar las muertes de los civiles. Exilió a los periodistas extranjeros. Acalló a los medios de comunicación del país para que nadie conociese a ciencia cierta el número de manifestantes pacíficos que sus militares masacraron. Pero nunca dejó que se supiese la verdad sobre lo ocurrido aquel día. Sobre los centenares de militares que fueron desmembrados sobre los adoquines irregulares de la vieja plaza.
Mientras miro la vanguardista obra, recuerdo los gritos de aquellos hombres como si hubiese ocurrido hoy mismo. Sus lágrimas, su miedo, los disparos tratando de protegerse...

3 de junio de 1989
Cuando abro los ojos dentro del pútrido ataúd en el que paso los días escondiéndome del sol, el olor a sangre fresca es tan intoxicante, que mis colmillos se alargan hasta doler.
Abro la tapa de mi odioso escondite y me levanto quitándome de encima la capa de polvo que siempre se cuela en el forro de seda mientras no estoy durmiendo.
Cuando llegué hace meses a China, no tenía pensado establecerme en Beijing por mucho tiempo. La huida desde Siberia fue más dura de lo que creí, y el viaje desprovisto de sangre con la que alimentarme no ayudó a recuperarme de las heridas de mi última batalla. Pero las últimas revueltas han hecho que el gobierno establezca la Ley Marcial. Así que encontrar un transporte para conseguir salir de la ciudad se está convirtiendo en un problema.
Suspiro cansado mientras trato de eliminar las arrugas de mi traje. Odio dormir en un ataúd. Odio tener que alojarme en el sótano de una vieja casona abandonada. Odio haber tenido que exiliarme y encontrarme en este país sumido en la desesperación.
Salgo a la calle deseando encontrarme con algún agente de policía al que hincarle el diente. Pero el olor de la sangre es tan potente que me deja mareado y sediento.
Mis pasos me llevan inexorablemente hacia el centro de la ciudad. No sé lo que encontraré allí. Pero sé que será delicioso.
Cuando ya estoy a pocos kilómetros de la fuente del dulce olor, el sonido de la desesperación se hace patente. Las calles desiertas han quedado atrás para dar la bienvenida a aceras atestadas de humanos hediondos corriendo despavoridos. Apetitosos humanos asustados.
El picante olor del miedo atenaza mis fosas nasales haciendo que mi corazón lata rápido preparándose para la caza. Las presas pasan a mi alrededor sin saber que es de mí de quien deberían huir.
Un hombre con un tiro en el brazo pasa junto a mí y choca con mi hombro. Cae al suelo y una sonrisa ladina se me escapa antes de voltearme para ayudarle a levantarse del suelo. Le tiendo la mano y el hombre la acepta gritando cosas inteligibles en chino. Sin que nadie a nuestro alrededor se percate de lo que ocurre realmente me inclino hacia él y parto su cuello antes de clavarle los colmillos.
Doy unos tragos largos y suelto el cadáver del apestoso humano que se ha atrevido a tocarme.
Al próximo, lo torturaré largo y tendido.
Sigo aproximándome hacia el lugar que tanto me atrae con su jugoso olor, esquivando mortales sanguinolentos.
Los gritos de pánico son la mejor música que he oído nunca. Mejor que cualquier pieza de Stravinsky. Música celestial para los que conocemos el Infierno.
Al doblar una esquina me encuentro de lleno con el espectáculo más grotesco que he presenciado en este siglo. Militares armados abren fuego contra la multitud que trata de escapar por las callejuelas que salen de la Plaza de Tiananmen.
La sonrisa malvada se apodera de mis labios.
Amo las matanzas. Pero las amo más si soy yo quien las perpetra.
Con una carcajada mortal salto hasta ubicarme tras el ejército que hostiga a los temerosos y patéticos civiles.
Hago crujir mis dedos mientras grito en alto:
—Mi invitación a la fiesta se perdió por el camino, más no os preocupéis, he venido preparado.
Chasqueo los colmillos mostrando su blancura en el momento en que los militares más cercanos comienzan a darse la vuelta y me miran horrorizados. Escucho los gritos ordenando atacarme con sus armas mortales. Pero sus balas no van a servir de nada. No conmigo.
El primero en caer muerto a mis pies lo hace con la mandíbula rota.
Al segundo le saco los ojos y lo dejo agonizante en el suelo.
Al tercero le rompo los brazos y las piernas.
Mis carcajadas son ahora lo único que resuena por la gran plaza bañada en sangre.
Los civiles han aprovechado la distracción para huir, y los cadáveres de los que han sido asesinados por los militares sirven de colchón para los cuerpos de los hombres que estoy destrozando.
Las matanzas son tan divertidas.
¿Quién me habría dicho a mí que tras tener que huir de mi hogar iba a pasar una noche tan completamente deliciosa en esta ciudad que odio?


Aclaraciones para el lector:
La plaza de Tiananmen, en Beijin o Pekín, fue el escenario de una masacre perpetrada por la milicia contra civiles que se manifestaban pacíficamente para denunciar la situación económica del país. Entre los manifestantes había desde intelectuales que pensaban que el gobierno comunista era demasiado represivo, hasta trabajadores que creían que las reformas económicas habían ido demasiado lejos y se sentían amenazados por la inflación y el desempleo.
La noche del 3 de junio los tanques y la infantería entraron en la plaza para disolver la protesta por la fuerza.
Después de los sucesos de aquella noche, el gobierno expulso a los periodistas extranjeros, arrestó a los instigadores de las protestas e impidió la cobertura de lo ocurrido por parte de los medios chinos.
Aun a día de hoy se desconoce el número real de los fallecidos en aquel lugar, se estima que pudieron fallecer entre 400 y 800 según la CIA y 2600 según fuentes anónimas de la Cruz Roja china.
En cuanto a la obra que el personaje principal visita, en realidad se expuso en el año 2014 en Pekín y cuyo autor, Guo Jian, nacionalizado australiano, fue deportado pocos días después de la exhibición, tras ser publicado en el "Financial Times" inglés un perfil en el que contaba su experiencia durante las protestas.

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