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Kaythleen.

Todo está muy frío, demasiado frío. Estoy en un cuarto lleno de varias frases pintadas en color rojo. Están escritas en un idioma extraño. En el suelo frente a mi hay una frase que sí puedo leer: Satán representa la venganza, en vez de ofrecer la otra mejilla.  

—Dios mío. —susurro.

—NO MENCIONES A TU DIOS AQUÍ.—grita una voz desde algún lugar que no puedo reconocer.

Me quedo en silencio. No sé en qué clase de lugar estoy, lo único que sé es que cualquier persona inteligente sadría de aquí cuanto antes. Pero tengo miedo. Mucho miedo. No sé que hacer. Lo único que me cuestiono es: ¿por qué estoy aquí? 

—Te preguntarás por qué estás aquí. —dice como leyendo mis pensamientos. 

Es una voz femenina, de algún modo me es familiar pero no puedo identificarla. Es como si ella tratara de distorsionar su voz para que yo no la reconociera, y aunque sé que la conozco. No sé de donde. Realmente no lo sé. Trato de rebuscar en mi mente pero no puedo saber de dónde. Pero por ahora eso no es importante. Necesito saber qué es lo que quiere de mi. 

—Sí. —respondo con la voz un poco quebrada.

—¿Tienes miedo? —dice en un tono un tanto burlón.

—Sí. —confieso.

—Es gracioso que tengas miedo. Tú que siempre lo has tenido todo asegurado. 

—¿Qué demonios? —mascullo.

De repente, como cuando un recuerdo viene a tu mente como un flash; la reconozco. Demonios. no puedo creer que esté haciendo esto. Yo jamás le hice nada. Nada. Siento el impulso de ser valiente y enfrentarla así que lo hago. 

—Sé quien eres. 

—No, no lo sabes. 

—Sí que lo sé. 

—Bueno, entonces, dime quién soy. 

No sé si decirlo, si lo hago tal vez me asesine o algo peor. Ella me odia, ya me he dado cuenta con esto que me está haciendo. Y si es una broma, no es para nada graciosa. Pero este tipo de bromas no se hacen, para nada. Esto no es de alguien mentalmente sano.

—¿Sabes? —empieza a decir— El Príncipe Oscuro me da la libertad de hacer lo que me haga feliz sin remordimientos. Y pienso que vengarme de tí me hará feliz. 

—¿Qué demonios te hice? 

—No te hagas la estúpida. ¿Acaso no se supone que sabes quién soy?

—Sí lo sé.

—¿Entonces por qué no lo dices?

—Porque si lo hago y salgo de aquí vas a esconderte porque habré acertado en mi respuesta.

Realmente estoy asustada de equivocarme en mi respuesta y acusar a la persona equivocada. Sé que la acusaré porque sé que saldré de aquí.  Veo que mi captora se dirige a una mesita situada en el rincón de la habitación y toma una libro que se encuentra encima. 

—"«Amaos los unos a los otros». Se nos dice que esto es la ley suprema, Pero ¿qué poder lo ha hecho así? ¿Sobre qué autoridad racional reposa el evangelio del amor? ¿Por qué no habría yo de odiar a mis enemigos? Si los «amo», ¿no me pongo a Merced de ellos?" — me lee.

Trato de analizar lo que me acaba de decir pero simplemente no lo entiendo. Lo que dijo me heló los huesos con tan sólo escucharlo y ni siquiera quiero imaginar que sentiría si lo analizo. 

—¿No dirás nada? ¿Alguna pregunta estúpida? 

—No. 

—¿No te vas a ni siquiera arriesgar a decirme quién soy?

—No lo creo. 

—Está bien. —deja el libro en la mesa y se dirige a la puerta. 

—May —digo. —Cuándo Zeeke se entere no estará nada feliz. 

Se detiene ligeramente en la puerta, me voltea a mirar y sigue su camino. Cuándo cierra la puerta, me doy cuenta por su reacción, que he acertado. Es May.

Atrapado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora