Prólogo

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20 de mayo de 2013

Hoy es un día muy triste para Dalia y para mí. Lo recordaremos toda nuestra vida. Es el día en el que enterramos a nuestros padres. Miles de personas se encuentran hoy aquí, para despedirse de ellos y darme el pésame y estar conmigo en tan duros momentos a pesar de que a muchos de ellos apenas los conozco. Estoy tan ido y me parece todo tan irreal que aún me cuesta asimilarlo. Es como si fuese todo esto una pesadilla, de la que quiero despertar, aunque en realidad sé perfectamente que no lo es. No he querido que Dalia, esté aquí, porque ella aún es muy pequeña para asimilar y afrontar todo esto, por esa razón, me encuentro tan solo, aunque tarde o temprano lo tendrá que hacer.
Tengo un profundo dolor en mi pecho que no me deja respirar. Mis progenitores y mis guías en esta vida se han ido para no volver jamás.
Me vienen muchas cosas a la cabeza y millones de recuerdos se agolpan en mi memoria. Han sido un pilar fundamental para mí, sobre todo en lo referente a Claudia, mi primera novia en el instituto.
Éramos mejores amigos y novios, aunque esto último mis padres nunca lo han sabido.

Fuimos novios y realmente pensé que estábamos enamorados, hasta que un buen día se fue de la ciudad sin dejar rastro y sin dar ningún tipo de explicación. Después de ese hecho, me pasé varios días postrado en la puerta de su casa, incluso a la lluvia. Me sentaba a esperar a que volviese. Tenía esa esperanza, aunque en realidad nunca lo hizo.

Mis padres al ver lo desolado que estaba, me hicieron ver que ella no era para mí y que mi amistad no había significado nada para ella, porque ni siquiera se había dignado a llamarme en todos esos días que ya habían pasado. Me dieron el consejo de que me centrase en cosas más importantes, cómo acabar la carrera. Ese día marcó un antes y un después en mi vida e hizo que jamás volviese a tener una novia estable y a la que valorase de verdad. Por esa razón, también hoy me encuentro tan solo en estos duros momentos.

Varios hombres llevan el ataúd de mis padres, mientras que unos segundos después, los posan en el suelo. El sacerdote dice unas palabras en su honor, porque yo no puedo. Tengo tal nudo en mi garganta que me es imposible pronunciar palabra alguna. Esto va a ser muy difícil de superar.
Tengo que agradecer que mis padres estuviesen pagando una prima por decesos y que los de la funeraria se hubiesen encargado de todo, porque yo no podría. Ahora permanecerán en el panteón familiar que mi familia materna tenía y que aún quedaban algunos huecos.

Unas lágrimas recorren mi cara, mientras yo estoy en silencio diciéndoles adiós. Soy consciente que jamás los volveré a ver; ni a escuchar los sabios consejos de mi padre o la paciencia infinita que tenía mi madre, para sacarme una sonrisa, cuando tenía mal día o miraba todo muy negro.

Estoy aterrado, mientras observo que varias capas de tierra van cubriendo su ataúd. Con ellos también se va un trocito de mi corazón que jamás lograré rescatar y también mis esperanzas de permanecer juntos mi hermana y yo. No sé qué será de nosotros a partir de ahora, pero, lo que sí sé, es que haré todo lo posible en centrarme en ella y que permanezcamos juntos cueste lo que cueste.

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