Capítulo 1.

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Caí rendido en la cama, con la respiración agitada después del fantástico sexo que estaba disfrutando el día de hoy. La rubia que hoy había llegado se llamaba Maddie, o Maggie, o como sea. Me importa una mierda cómo se llame, pero está tan buena que en menos de cinco minutos, la tenía en mi cama. Como a todas.

La rubia quiso abrazarse a mí, pero antes de que pudiera moverse de su posición post-orgasmo, me levanté de la cama, poniéndome un jogging gris. Ella se sentó en mi cama, mirándome como lo hacen todas después de tener sexo. Me crucé de brazos, devolviéndole la mirada sin una pizca de sentimientos en ella.

–Escucha, Maggie…

–Soy Maddie. –me interrumpió, claramente molesta porque yo no supiera su nombre. La miré molesto también, haciendo que se asustara.

–Me importa una mierda. En el futuro, jamás me interrumpas, puede que no exista un futuro para ti si lo haces, ¿has entendido?

–Sí, príncipe.

–Tampoco me llames así. Probablemente no tuviste tiempo de saber las reglas aquí, pero no me gusta que me llamen príncipe. Y, si sabes lo que te conviene, me harás caso en lo que sea que te diga.

–Lo que desee, señor. –sonreí complacido.

–Exactamente. Ahora deseo que saques tu culo de mis sábanas, de mí habitación, y te vayas a dónde sea que se te dé la maldita gana. Y no, no volveremos a tener sexo otra vez, así que, qué bien que lo disfrutaste. Adiós.

Como todas hacen, quiso buscar alguna excusa para poder quedarse, pero se calló casi al instante, pues mi rostro no admitía ninguna contradicción. Su rostro se puso rojo de furia, contrastando muy bien con sus ojos azules, pero eso no me tentó. Jamás repetiría a una chica, excepto a Keira. A ella la repito, porque sabe malditamente bien lo que hace.

Aún recuerdo la primera vez que tuve sexo con ella: me practicó sexo oral sin que yo se lo pidiera. Infiernos, es la mejor que he probado haciéndolo. No sólo eso, sino que me da cada parte de su malditamente caliente cuerpo cada vez que se me dé la gana.

Maddie tomó su ropa que estaba esparcida por el suelo, y salió de mi habitación medio desnuda. La verdad es que está muy buena, y también sabe lo que hace, pero no lo suficiente como para tentarme.

Al verla salir, eliminé la puerta para que nadie entrara. Aunque por supuesto, las dos únicas personas que entrarían aquí sin mi permiso pueden entrar aunque no tengan una puerta. Suspiré y prendí fuego, con sólo una mirada, mis sábanas de seda negras, en una forma de eliminar lo que había estado haciendo. Sé que no puedo hacer tal cosa –una de las reglas es no jugar con el tiempo, aunque me guste romperlas– pero la simple metáfora me hace sentir mejor. Luego, con otra mirada, puse unas sábanas nuevas pero idénticas a las anteriores. Me tiré en la cama boca arriba, mirando el vacío techo de piedra. Toda mi habitación es de piedra, excepto el piso que tiene alfombra negra sobre un piso de madera. La ausencia de cuadros o ventanas le dan el aspecto sombrío que es necesario para recordarme que estoy en el Infierno. Claro que no es el verdadero Infierno, pero es el mío particular, aunque la pase bastante bien la mayoría del tiempo.

Gee, mi mejor amiga, entró en la habitación traspasando la pared. Me senté en la cama para mirarla, apoyando mi espalda en uno de los postes de ella. Su pelo rubio con reflejos rosas se encontraba con el mismo peinado rebelde de siempre, haciendo que varias puntas quedaran hacia fuera. Sus ojos color celeste claro estaban cubiertos por toneladas de maquillaje negro, pero al mismo tiempo ese maquillaje hacía que resaltaran más. Iba vestida con su típico vestido negro de tirantes con guantes de red y medias con la misma característica, además de sus típicas botas militares.

Amar en el infierno. -Castiel-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora