Capítulo 3.

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Chicas, por favor comenten y eso, porque si no tengo su apoyo no me dan ganas de seguir :c

***

Las ciudades del pecado una a una se fueron terminando, y me fui quedando sin opciones. ¿Dónde más podría estar? Si se supone que tiene que ver aunque sea en algo conmigo, debería estar en Las Vegas apostando en algún casino y viendo con quién tener sexo a la noche. Quizás simplemente estoy buscando mal. Quizás ya la encontré y no me di cuenta…

…o no.

Iba caminando junto a Gee por las concurridas calles de Las Vegas, cuando sentí algo extraño dentro de mí ser. Como si algo me llamara desde alguna parte del mundo, queriendo que yo esté ahí. Me transporté sin siquiera pensarlo, dejando atónita a Gee en medio de la calle.

El extraño llamado hacia mí provenía de una ciudad llamada Longbearden, aunque no estoy seguro del país en el que está. Se trataba de una calle donde no había nadie, solo un auto, y por la calle perpendicular venía una camioneta.

Me quedé quieto, intentando saber qué me había llamado a ese lugar, cuando lo descubrí. En el auto que iba por la calle en la que yo estaba, había una chica. Una hermosa chica, debo decir. Tenía el pelo negro, largo, aunque tenía un par de tonos rojizos que le hacía un tono precioso; sus ojos eran de un tono azul muy claro, casi llegando al gris. Era preciosa, como si un ángel hubiera bajado del cielo y se hubiera instalado en la Tierra. Paradójicamente, así iba a ser en unos momentos. Su vida estaba a punto de terminar, su auto estaba a punto de colisionar contra la camioneta que venía perpendicular a ella. Lo vi todo: la vi tendida a través de su auto, sangrando a más no poder, sin vida. La vi subiendo al Cielo, donde ella pertenecía. Ella debería irse a arriba, ahora.

Sin embargo, era ella la que me había llamado aquí. Su alma, esa alma tan pura que yo no podría jamás dañar, era la que me atraía. Por fin la había encontrado. Y justamente tiene que ser alguien que no pertenece al Infierno. Tienes un maldito sentido del humor irónico, Deidad.

Pero no puedo dejar que muera. Un alma tan pura y bella como la suya no debe irse de este mundo, no tan joven por lo menos. A penas tendría unos 16 años. No es justo que siendo tan joven muera. Es cierto, eso nunca me había importado antes; pero ahora no se trataba de una joven cualquiera. Era ella. Ella es la que quiero que sea mi princesa. No me importa si no pertenece al Infierno, quiero que ella sea mía. Sólo mía.

No me importa tener que romper las reglas. No me importa si tengo que pelearme con todo el maldito Cielo para tenerla. Ella será mía. Y sólo por eso, no puedo dejar que muera ahora. Si ella muere, no tendré ningún tipo de oportunidad con ella. Se irá al Cielo, y ahí ya no podré hacer nada para intentar conquistarla.

Así que con la nueva resolución en mi mente, pasé directamente a la acción. A lo lejos escuché a Gee diciéndome que no lo hiciera, que no me metiera en problemas, pero me importó una mierda.

Me senté al lado de ésta bella chica en su auto. Me sorprendí al notar que además de un precioso rostro, también tiene un excelente cuerpo. No iba a dejar que eso me tentara ahora, si todo sale como lo planeo, tendré muchísimo tiempo para admirar su cuerpo luego.

–No lo hagas. –me dijo Gee apareciendo en el asiento trasero.

–No es decisión tuya, Gee. Vete. –dije haciendo los cálculos en mi mente para poder salvarla en el momento justo.

–Castiel, ella no pertenece al Infierno. Ella es parte del Cielo. No quieras una guerra, por favor.

–Me importa una mierda la guerra, Gee. Quiero que sea ella. Ella es mi princesa. No importa si no pertenece al Infierno, yo la salvaré, y marcaré su alma como mía. Mierda, la corromperé si es necesario, pero ella será mía.

–Siempre podemos seguir buscando, Castiel. A alguien que sí te pertenezca…

–Ella me pertenecerá. No quiero a ninguna otra, y no me importa una mierda nada.

Faltaban pocos segundos para la colisión, y necesitaba concentrarme para poder salvarla completamente, y que sólo tenga una ligera contusión. Por eso mismo –y porque sabía que no me iba a interesar lo que me dijera– Gee se fue del auto, con un resoplido.

Esos segundos fueron los peores de toda mi existencia. Sabía que yo la iba a salvar, de eso no tenía ninguna duda; no iba a dejar que su alma saliera de su cuerpo. Pero, aún sabiendo todo eso, me sentía un poco nervioso. El pequeño margen de error que existía me estaba matando, metafóricamente.

Segundos antes de la colisión, corrí su asiento hacia atrás a tope, y me puse delante de ella en el asiento, parándome entre sus piernas, para que la bolsa de aire me golpeara a mí. Al mismo tiempo, tomé su cabeza entre mis manos para que no golpeara ninguna parte del auto y le hiciera mal. También la dejé inconsciente, para que no se diera cuenta de que algo sobrenatural estaba ocurriendo aquí.

Sentí el impacto sobre el lado del pasajero, y también la bolsa de aire golpeando mi espalda, pero no me importó en absoluto, porque ella estaba bien. Además, yo casi ni sentí el impacto pues no estaba en mi forma humana. Aún no podía dejar que ella me viera.

Pude lograr que el auto no se diera vuelta, lo que se suponía que debía hacer por el gran impacto. Suspiré cuando todo pasó, y me dediqué a acomodar todo para que pareciera que el accidente realmente había ocurrido. Tiré su asiento hacia delante, al lugar donde realmente debía estar, y puse su cabeza delicadamente sobre la bolsa de aire, ahora inservible. Debía tener por lo menos algo de sangre, así que hice aparecer un poco de sangre que saliera de su precioso pelo, para que si los doctores que la atiendan quieran revisarla, no encuentren ninguna cicatriz sin cortar su pelo, cosa que jamás permitiría que le hicieran a algo tan bello.

Me senté a su lado en el asiento del copiloto, y me quedé observándola. Me siento como un idiota, aunque dicen que el amor te hace eso. Al estar completamente inconsciente se veía preciosa; me daban ganas de acariciar y besar cada centímetro de su rostro, aunque no lo hice porque aún no es el momento. Ella es demasiado joven para ser mía; debo dejarla crecer un poco más, por lo menos hasta que cumpla los dieciocho años. Pero la mantendré vigilada; no dejaré que nada malo le pase. Al salvarla de su muerte, he marcado su alma como mía, y la cuidaré aunque tenga que poner en riesgo mi existencia. Ella es mía ahora, y no me importa lo que tenga que pasar para que esté bien.

La sirena de la ambulancia no tardó en sonar, y yo continué mirándola como un idiota, llenándome de ella para todo el tiempo que pase y no pueda estar con ella como me gustaría. Tengo que averiguar cómo se llama, aunque estoy seguro de que su nombre será igual de hermoso que ella.

Salí del auto cuando los paramédicos empezaron a intentar quitarla para poder llevarla al hospital, aunque me quedé cerca, observando todo lo que pasaba con ella. Tenían bastante dificultad en quitarle el cinturón de seguridad, pues había tenido que destrozarlo para que el accidente pareciera más real.

–Sabes que te metiste en una buena, ¿verdad? –me dijo Gee apareciendo a mí lado. No moví la vista de mi princesa ni por un milímetro.

–Seh. Pero no me importa en absoluto.

–Oh, lo dejaste en claro. ¿Y ahora que harás? ¿Te la llevarás a Vilokán?

–No. Esperaré a que llegue a los dieciocho, por lo menos. Mientras tanto, vigilaré que nada le pase…

–Eso si te dejan vivo, príncipe.

–No creo que sea para tanto. Sí, en el Cielo se enojarán porque les quité un alma, pero Lucifer dijo, y cito: “no me importa quien sea, sólo encuéntrala.” Eso es lo que hice. Pero, Gee, ¿puedes estar en el mundo humano con ella? Yo no puedo aparecerme ahora, porque no creo ser capaz de controlar mi propia tentación. Hazte su amiga, averigua cosas de ella, consuélala cuando esté mal. Por favor.

–Bueno, el amor ya te ha cambiado porque dijiste ‘por favor’. Lo que usted ordene, príncipe. –dijo haciendo una estúpida reverencia.

–Muchas gracias, Gee. Significa mucho para mí. Cuando esté ya en el hospital, volveré a Vilokán a enfrentar todo esto. ¿Te quedas con ella? Así me informas si le pasa algo, cosa que no creo posible.

–Ay, príncipe. El amor te hace un idiota.

–Lo sé. –contesté con una sonrisa.

Amar en el infierno. -Castiel-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora