8

776 102 85
                                    




Agoney estaba feliz. Y aunque no lo hubiese pensado así al principio, le encantaba tener un secreto. Le fascinaba la curiosidad que despertaba entre sus compañeros de trabajo o las miradas que le echaba Miriam cuando entraba eufórico en su despacho, contándole una nueva idea para un artículo de la revista.

Estaba híper feliz. Y todo era gracias a Raoul. Desde la noche que se declaró, se habían visto todas las noches. A veces Agoney iba a tomar un café y se miraban, se sentaban juntos y comentaban el trabajo que el moreno tuviese entre manos. Otras veces, las que más, se quedaba hasta la hora del cierre encadenando cafés y cupcakes, con tés varios y nuevas tartas que Raoul creaba con mayor o menor éxito. Él siempre decía que estaban riquísimas aunque fuesen difíciles hasta de tragar. Porque eso era el amor, ¿no? Esa fase en la que nada de lo que haga tu otra mitad te parece mal, todo es maravilloso.

En eso estaba ahora, probando una tarta de chocolate que hubiese necesitado un milagro para poder ser comestible.

- ¿Te gusta? ¿De verdad?

Agoney intenta tragar pero se empieza a ahogar cuando Mireya aparece con una servilleta y un vaso de agua.

- Mira que te he dicho que eso era incomible, Raoul. ¿Lo quieres matar? - La camarera se gira hacia Agoney y le mira con un poquito de cariño mientras le echa la bronca - la culpa es tuya porque no le sabes decir que no. La próxima te apañas.

Con su reprimenda recoge todo lo que hay en la mesa - tarta incomible incluida - y desaparece tras la barra de la cafetería. Raoul lo mira mientras sus mejillas adquieren ese color tan característico.

- Lo siento. Yo... - Agoney lo mira maravillado, cada día descubre algo que le enamora un poquito más. Hoy, sin duda, se enamora de su cabello rubio que está un poquito más largo de lo normal y tapa sus ojos dorados. - Podrías habérmelo dicho, sabes, ¿no?

Agoney acaricia la mano que cuelga al lado de su cuerpo, el rubio siente la caricia y mira rápidamente a su alrededor, roza sus dedos y se aleja un par de pasos.

- ¿Te quedas? - La mirada nerviosa de Raoul le inquieta un poco pero intenta disimular.

- No puedo. Tengo que terminar unas entrevistas y necesito supervisar el photoshoot de Ricky. - Se ríe solo de recordarlo. - Cuando me he ido tenía a 25 parejas de todos los tipos con sus mascotas en la recepción de la revista. Era una puta locura.

- ¿En serio? - Puede ver la mirada ilusionada de Raoul que le encoge un poco el estómago y le hace relajarse. - ¿Y qué había? - Se ha acercado lentamente, imposible huir del magnetismo que crean entre los dos.

- Pues había perritos, gatitos... - El moreno se lo piensa un momento. - También he visto jaulas así que supongo que algún pajarito o ratoncito. - Mira a Raoul y lo que ve le sorprende, está emocionado. Pero realmente emocionado. Tiene hasta lágrimas en los ojos. - Eh, eh. ¿Qué pasa?

El rubio se revuelve un poco en el sitio. Mira a Agoney un poco más recompuesto.

- Nada... Es que me encantaría tener una mascota.

El periodista lo mira con ternura en sus ojos. Ojalá poder cumplir todos sus deseos, pero se tiene que conformar con una sonrisa y una pregunta inocente.

- ¿Y por qué no adoptas uno? Podemos ir al refugio, conozco a algún voluntario. Seguro que encontramos la mascota ideal para ti, rubio.

Raoul lo mira con sus mofletes empezando a colorearse, producto del apelativo cariñoso que le acaban de dedicar.

- No puedo -

- ¡Raoul!

La voz de Nerea interrumpe la inocente charla que estaban teniendo. Raoul se vuelve rápidamente y Agoney siente que ha perdido la conexión que estaba sintiendo con Raoul. Hablaban de animales, algo doméstico, algo que daba normalidad a su extraña relación.

EPIFANÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora