Acompañante

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La tristeza de dos corazones nunca ha sido razón para que el tiempo se detenga; siempre ha sido frío y totalmente indiferente ante las lágrimas, los sollozos y a las súplicas; esta no sería la excepción por lo que siguió su curso sin mirar al pasado ni una sola vez. Pero la sorpresa que el tiempo, famoso sanar las heridas del alma, nunca consideró, es que el primer amor genera más, mucha más esperanza que anhelo o vano deseo.

Así que a pesar del cambio de días, noches, meses y estaciones Eren se aferró a aquello que sentía real; a aquello que su corazón se negaba a renunciar, a aquello que nos caracteriza a los humanos; esperanza. Eren se llenó de esperanza y se negó con todas sus fuerzas a renunciar al de cabellos azabaches, aquel hombre que tanto amaba.

Ver la cabellera del castaño sobresaliendo entre los arbustos del jardín principal, era una costumbre para todos en aquella mansión; era algo cotidiano encontrarlo rodeado de verdes hojas y pétalos de distintos colores que perfumaban sus prendas, sin necesidad de sustancias artificiales. Ver al menor de los Jaeger ocupándose de las flores, resultaba algo reconfortante, pero más reconfortante era el que en sus ojos ya no hubiera rastros de llanto y su sonrisa volvía a denotar auténtica felicidad. Sí, Eren extrañaba a Levi con toda su alma, pero también confiaba en él con todo su corazón; por lo que esperaba de manera paciente y sin penas, por su regreso.

Como cualquier otra tarde de otoño, el oji-esmeralda se encontraba limpiando el pasto de la entrada principal, lugar donde se solían acumular más las hojas de los árboles que, una vez se desprendían de las ramas, eran arrastradas por el viento hacia cualquier lugar que a este más le complaciese y casi como si quisiera jugarle una mala broma a los sirvientes, solía guiar a todas las hojas a la entrada.

– En verdad que detesto el otoño –murmuraba el chico de piel canela entre dientes, sin importarle mucho si su compañero le prestaba o no atención– es la peor estación de todas.

– No sé si lo dices por el trabajo o porque casi todas tus flores se marchitan –respondió el de cabellos bicolores.

– Por ambas –la contestación fue casi inmediata– es que Jean, me dirás que tú no odias tener que hacer esto todos los días, solo porque el estúpido viento vuelve a ensuciar la entrada.

El más alto se limitó a encogerse de hombros, para luego soltar un simple "ya me he acostumbrado". Jaeger miró al otro con el ceño fruncido y cierta molestia por la resignación que mostraba, pero no dijo nada, después de todo, él no era nadie para juzgar a otros.

Las fuertes y constantes pisadas de los caballos, alertaron al par de mozos de que un carruaje se acercaba; y no se equivocaron, pues a los pocos segundos, pudieron divisar con claridad al vehículo.

Vaya que las personas son muy diferentes entre sí. Mientras que a uno de los jóvenes tan solo sintió apatía y un claro desinterés por quien fuera dentro de aquellas maderas negras que tan elegantes se mostraban; el otro sentía que su corazón saldría de su pecho, que cada parte de su cuerpo temblaba y que el aire ya no solo llenaba sus pulmones, sino que lo envolvía a todo él, haciendo que se elevara y flotara sin problema. El instrumento con el que limpiaba cayó al suelo, pero el sonido que alertó a Jean, no generó ni la más mínima reacción en Eren, quien mantenía toda su atención en el dichoso carruaje que acababa de detenerse, justo en la entrada. Era solo cuestión de segundos para que se abrieran las puertas y revelara a sus pasajeros.

Fortuna o desgracia, es algo que depende del punto de vista de la persona que lo analiza; para el castaño, resultó ser una clara desgracia. La puerta resultó encontrarse del lado derecho, así que el oji-verde tendría que esperar un poco más para poder mirar a los recién llegados, lamentablemente la paciencia no resultaba ser una de las virtudes más destacables del joven.

El sonido de una suela chocando contra el suelo resonó, logrando que un ya acelerado corazón, adquiriera mayor velocidad. Eran zapatos de varón, era posible distinguirlo si se ponía la suficiente atención, luego sonaron un par de taconcillos y era más que claro que eran de una dama.

Una dulce risilla, una voz grave que no pudo reconocer, pasos; el joven Jaeger estaba con la palma de su mano derecha bien puesta sobre su corazón, tratando de impedir que este escapara de su pecho, o peor aún, que incrementara más el ritmo de sus latidos.

El brillo de la luz reflejándose en una oscura cabellera.

– ¿Señorita Mikasa? –habló, con los nervios jugando con su voz.

– ¿Eren? ¡Oh por Dios, Eren! –la alegría brilló en el rostro de dama, que olvidándose de todas las reglas de etiqueta, se lanzó a abrazar al mozo que la recibió con los brazos abiertos.

Ambos, cual hermanos que hacía años que no se veían, se mantuvieron de ese modo por un largo tiempo, sin decir nada diferente a "te extrañé mucho", "señorita, ha crecido tanto", "siento que ha pasado una eternidad", "he pensado mucho en usted y en su hermano"; una escena conmovedora en todos los sentidos en que pudiese mirarse, que llegó a su fin cuando un leve carraspeo, devolvió al par de amigos a la realidad.

Eren bajó a la señorita lentamente hasta que esta tocó el suelo, pues al parecer, durante el efusivo abrazo, había llegado a cargarla incluso; cosa que logró que las mejillas de ambos se sonrosaran y que unas tímidas sonrisas cruzaran sus labios.

Mikasa caminó hacia su acompañante, esta vez de manera tranquila, siguiendo toda las indicaciones sobre lo que debía o no hacer una dama, reglas que se le habían dado desde niña. Los ojos esmeraldas la siguieron con lentitud, nerviosos por encontrarse con su tan añorado, Levi Ackerman.

– Eren, permíteme presentarte –las esmeraldas subieron, buscando aquellos ojos platas que lograban hacerlo temblar con menos que una mirada– a mi prometido, Erd Gin.

El asombro se mostró al instante en el rostro del de piel canela, los ojos bien abiertos, los labios levemente entreabiertos; con lentitud la piel del entrecejo se frunció ante la desilusión que no se trató de ocultar en ningún momento.

El joven miró triste al acompañante de la señorita, sin duda aquel sujeto bien vestido que sostenía a la azabache del brazo de manera cariñosa, no era la persona que tanto amaba. 

El jardín de las orquídeasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora