El juego de la manguera, más que juego, era una especie de competencia entre los hermanos Joaquín y Roberto. Allí en el campo, en el caluroso clima chaqueño, donde no hace frío ni en invierno, refrescarse de cualquier forma y en cualquier lugar, era una necesidad.
Ese mes de diciembre, con toda la sequía que ya duraba más de diez meses, el calor y el viento Norte abrasador eran como si a uno lo estuvieran asando a la parrilla.
En el campo, estos adolescentes no tenían muchos entretenimientos para elegir, ni siquiera amigos cercanos para ir a visitar. Cazar o pescar era la máxima diversión. Para jugar a las cartas, tenían que esperar la visita de algunos amigos o parientes, ya que a sus padres no les gustaba.
Por si fuera poco, tenían casi prohibido jugar con agua, porque culpa de la sequía era necesario no malgastar. En la casa sólo había un aljibe, que estaba seco desde hacía bastante tiempo, y un motorcito, una electrobomba que era la que llenaba el tanque de mil litros de agua.
Los padres todos los días recomendaban a sus hijos ahorrar al máximo, regar sólo las plantas más importantes, no regar el patio, y por supuesto, que no se les ocurriera jugar con agua.
Ese domingo de diciembre a la siesta, los hermanos estaban más aburridos que nunca. El calor era insoportable, no se podía estar ni a la sombra. Ni se les ocurría ir a pescar o cazar, porque ese calor era muy peligroso.
Uno de ellos propuso:
-Che, vamos a mojarnos un poco...
-Sí, vamos, esto no se aguanta más -contestó el otro.
-Vamos allá, detrás del galpón, y conectamos la manguera en la canilla que está ahí, así los viejos no escuchan nada.
Y allá fueron los hermanos. Llevaron la manguera que estaba tirada en el patio, la conectaron y Javier propuso:
-Che ¿jugamos a ver quién aguanta?
-Dale -aceptó su hermano.
Roberto agarró la punta de la manguera y la metió en la boca, mientras su hermano observaba y esperaba la orden, agarrando la manija de la camilla.
El juego era quién aguantaba más la presión, sin que se le escapara ni una sola gota de agua. A veces había que tragar un poco para no perder, pero el asunto era que no chorreara nada.
Cuando Roberto hizo señas con su pulgar, Javier abrió la canilla al máximo. En realidad la presión nunca era mucha, menos aún cuando el tanque estaba medio vacío. Ahora al parecer tenía bastante presión, porque a Roberto se le inflaron de golpe los cachetes, trató de aguantar tragando un poco, pero parece que se atoró porque empezó a toser y escupir.
-Perdiste, ahora me toca a mí -dijo Javier cerrando la canilla.
Roberto siguió tosiendo un poco más y se sentó al lado de la canilla, donde no dejaba de carraspear.
-Dale, che, no es para tanto, mirá y aprendé cómo hay que hacer -se burlaba Javier, al tiempo que ponía la manguera en la boca y aguantando la respiración, hacía señas a su hermana que abriera la canilla.
Abierta al máximo, Javier resistía sin tragar y sin que se le escapara una sola gotita. Con sus cachetes inflados y rojos, los ojos parecían a punto de saltar, aguantó unos diez o quince segundos, hasta que sacó la manguera y escupió.
-¡¡Gané!! -dijo triunfante, apuntando ahora la manguera hacia su hermano y mojándolo todo. Luego, poniendo el chorro sobre su cabeza, empezó a mojarse y refrescarse.
-Soy un capo -decía y lo cargaba a Roberto.
Como ya se habían refrescado bien, volvieron a enrollar la manguera y la dejaron nuevamente tirada en el patio. Ahora tenían que esconderse hasta que se secaran, porque si no se iban a ligar un reto de los padres.
YOU ARE READING
CUENTOS DE TERROR PARA FRANCO I
TerrorCada día cuesta más asustar a un chico. Hoy día sino se le aparece un Freddy Krugger o un Chucky el muñeco asesino, los pequeños ni se mosquean. Desde temprana edad, casi todos los niños son depositados frente al televisor, para que allí se entrete...