La luz mala

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                                                                                                                                                                   Hugo Mitoire

Si hay algo que da miedo, qué digo miedo, si hay algo realmente espantoso y terrorífico, eso no es otra cosa que la luz mala. No tengan ninguna duda.

Es una de las cosas más temibles y aterradoras que uno puede ver en toda su vida.

Pero ojo, eh. No hay que asustarse por cualquier lucecita de morondanga, o creer que esa luz que viborea en el monte es una luz mala y resulta que es un borracho con una linterna. O salir corriendo porque ven dos luces malas que se vienen por la orilla del maizal, y es un simple tractrocito.

Por eso es necesario conocer bien a la luz mala y poder diferenciar cuándo, en un de repente, se nos aparece una iluminación, en medio de la pampa.

La luz mala verdadera es de un color entre amarillento y anaranjado, medio paliducha, es redondeada y no hace ruido.

Siempre es una sola y obvio, anda de noche.

-¿Y de dónde salen esas luces, tío? -preguntó M.

Esas luches salen de los entierros. Por eso por acá hay tantas, porque la mayoría de los tesoros de la Guerra de la Triple Alianza están enterrados en Cancha Larga, Pindó, Tatané, y toda esta zona.

Pero con todo esto, lo que más la mata a la gente no es la luz mala, sino el susto que les agarra cuando andan por el campo o el monte y de golpe se aparece esa iluminación.

Así le ocurrió al Braulio, un gaucho de Cancha Larga. Una noche de tormenta, muy tarde ya, venía del pueblo en su zaino a todo galope porque se había largado la tormenta. Viento, lluvia torrencial y truenos, eso era espantoso, y ahí venía el Braulio.

De repente mira para atrás y la ve...

-¡¡¡Aaaaayyyy!!! ¡¡¡Mamita querida, a mí me tenía que pasar esto!!! -gritó el gaucho encomendándose a la Virgen y clavando las espuelas al zaino. Meta guacha y rezos, el Braulio iba a todo trapo y cada tanto miraba para atrás y la maldita luz mala, cada vez mas cerca, venía por el medio del camino.

-¡Protégeme Virgencita de los Milagros! ¡Por favoooor te lo pido! -imploraba el gaucho mirando siempre para atrás y viendo esa cosa amarillenta, apenas a unos cien metros.

En medio de la brutal tormenta y con esos truenos y relámpagos, le metía más espuelas al zaino. A todo galope pasó por el almacén El Palenque, que estaba al costado del camino.

Allí debajo de la galería a la luz de candil estaban tres gauchos tomando vino y mirando a la tormenta, y como alma que se lleva el diablo ven pasar a Braulio, que les grita:

-¡Cuidauuu! ¡Cuidauuu! ¡Que me viene corriendo la luz mala, metansé pá adentro!

Y ahí nomás los gauchos se atropellaron y se empujaron para meterse en el almacén. Trancaron la puerta y se asomaron por la reja de la ventana para ver pasar a la maldita luz. 

A los pocos segundos lo que vieron pasar no era la luz mala, sino al Jacinto en su motoneta, que también venía del pueblo. Nadie sabía cómo podía ver ese cristiano con esa luz tan debilucha y manejar en medio de la tormenta. Pasó y les tocó bocina a los gauchos. 

Al otro día encontraron al Braulio que se había estrellado contra un algarrobo, cuando a todo galope se desvió del camino y se metió en el monte. Parece que le calculó mal en las oscuridad y una rama del árbol lo bajó del caballo como si fuera un cachilito. Por suerte sólo se rompió tres costillas y una pierna. 

Por eso no hay que desesperarse o afligirse y querer salir rajando apenas uno ve una luz. Puede ser cualquier cosa y claro, también puede ser la luz mala, y ahí sí: ¡Agarrate Catalina!

Recuerdo un caso bien embromado, le sucedió al yerno de don Anacleto, allá cerca del Estero Cuatro Diablos, un estero que casi siempre está seco. Esa zona sí que es para julepearse. Lo que más se suele encontrar ahí son la luz mala, lobisones y almas en pena.

 Una noche muy oscura y sin luna, el Isidro se había escapado de la casa para ir a una chamameseada en el paraje Rincón del Zorro. Allí tenía unos amigotes que siempre se juntaban para tomar vino, jugar al truco y tocar el acordeón y la guitarra.

A eso de las dos de la madrugada, el Isidro, que estaba bastante mamado de tanto vino y ginebra, les dijo a los muchachos: 

-Bueno, me voy yendo. Ya es muy tarde y la patrona debe estar preocupada y enojada, así que mejor me las pico.

Se ajustó la faja, se colocó las polainas y metió su facó en la cintura. De un salto intentó subir al caballo y se pasó de largo y cayó al otro lado.

-¡¡No te muevas cuando voy a saltar, caballo de porquería!! -le gritó a su tordillo, que estaba quietito.

Enseguida nomás emprendió la partida, y con un trotecito tranquilo, más la borrachera que tenía encima, parecía que en cualquier momento se iba a dormir arriba del caballo. Ya habría hecho como una legua y estaba atravesando el Estero Cuatro Diablos, cuando vio una especie de esplendor entre las palmeras cerca de un mogote. Se refregó los ojos para ver si no estaba soñando, y ahí la vio mejor: era una bola de fuego medio anaranjadona, que se movía a media altura entre la arboleda. 

-¡La Santísima Trinidad, es la luz mala! -gritó lleno de miedo.

En un segundo parece que se le paso la borrachera y estaba más despierto que nunca. Le metió unos guachazos y hundió las espuelas en la panza del tordillo, arrancando a todo galope.

Parecía un cohete como corría ese pobre caballito con el gaucho que por poco no se sentaba sobre el cogote del animal, para alejarse un poco más de la luz que los perseguía.

Esa bola de fuego que avanzaba cada vez más rápido entre las palmeras iba iluminando todo a su paso, y el Isidro ya sentía que le iluminaba todo a su paso, y el Isidro ya sentía que le quemaba el calor de semejante cosa. 

Gritando y llorando de desesperación y de miedo, el gaucho prometía a la Virgencita que nunca más se iba a escapar de su casa, que nunca más se iría de farra y que nunca más se emborracharía. Y así en medio de esos juramentos, la luz mala lo alcanzó justo cuando su tordillo se llevaba por delante un tucurú, y hombre y bestia se desparramaron en el suelo como estornudo de ñato. 

La cosa es que el al Isidro lo encontraron al otro día a la siesta. Estaba medio boleado y tirado entre unas palmeras, con la ropa hecha flecos, la cara toda arañada y con más golpes que la campana de una escuela. Lo llevaron a una curandera que lo atendió un mes o menos, hasta que se empezó a poner bien y a recordar lo que pasó.

Ahí cuenta el Isidro que la luz mala lo empezó a zarandear de aquí para allá. Lo levantaba en el  aire y lo tiraba; lo estrellaba contra los aromitos y palmeras a o lo agarraba de una pata y lo arrastraba entre los espartillos. 

-Asegún cuenta el Isidro, esa luz tenía la fuerza de un toro. ¡Pa no creer! -contaba la esposa a quien quisiera escucharla.

Y habrá sido cierto nomás, porque los que vieron luego al gaucho aseguraban que parecía haberle pasado una manada de novillos por encima, de los estropeado que quedó.

Luego de este hecho , la que resultó más contenta fue la mujer del Isidro, que a todo el mundo contaba que su marido le había prometido que nunca más se iría de farra, que tampoco tomaría más vino ni ginebra, y menos, pasaría de noche por el Estero Cuatro Diablos. 

CUENTOS DE TERROR PARA FRANCO IWhere stories live. Discover now