Llamados en la madrugada

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                                                                                                                                                                   Hugo Mitoire

Era una noche bastante calurosa, con mucha humedad. Ese día había estado lloviendo toda la tarde y casi hasta la nochecita, pero la temperatura apenas había bajado un poco. 

El tío Aldo, sus dos ayudantes de la panadería y el pequeño M estaban tomando mate mientras horneaban el pan. Con apenas diez años, a M le gustaba quedarse hasta la madrugada o el amanecer hablando de cosas raras con el tío y sus ayudantes. Casi siempre hablaban de cosas fantásticas, claro, porque el tío Aldo era medio fantástico. A él siempre le sucedían cosas raras, cosas que a otras personas jamás les ocurrían.

La panadería de Cancha Larga era de por sí bastante tétrica. Estaba ubicada en medio del monte espeso, no había casas cercanas y los caminos eran angostos, casi como túneles, porque los árboles de cada costado se tocaban arriba con sus ramas, haciéndole como un techito al sendero. Ni loco alguien se animaba a pasar por allí de noche.

Era una casona grandísima: tenía más de diez piezas, grandes galerías, salas, salones, galpones, y la panadería que estaba a unos veinte metros. Todo el edificio estaba bastante abandonado y nunca nadie le había dado una manito de pintura, pero se notaba que había sido muy lindo cuando recién lo construyeron. 

La casa y todo lo que la rodeaba ya daba miedo, pero además todo el mundo contaba que estaba embrujada, que se oían voces, ruidos raros, gritos o llamados en la noche, cuando no apariciones de hombres altos con capotes negros. Estar ahí era para morirse de miedo.

Por las dudas M nunca se despegaba de su tío, y menos que menos a la noche.

Y así estaban, mateando y hablando de la última pesca que habían hecho en el río Guaycurú. El tío Aldo contaba que sacó un surubí de veinte kilos y unos cuantos dorados. Alrededor todo era silencio y sólo se escuchaba cada tanto a un grillito, y a lo lejos, casi como un lamento, se oía a una urraca.

De repente...

¡Clap Clap Clap!... -¡¡¡Don Aldo!!! ¡¡¡Don Aldo!!!

El salto que pegaron todos de sus banquitos significaba que se había agarrado un julepe bárbaro. Se miraron con cara de asustados y se quedaron en silencio paralizados. Esperaban que volvieran a golpear las manos y llamar, porque no sabían de dónde venía el llamado. Todos estaban como duros  de miedo, mirándose y de nuevo...

¡Clap Clap Clap!... -¡¡¡Don Aldo!!! ¡¡¡Don Aldo!!!

Ahí sí, escucharon que el llamado venía del callejón que pasaba por el costado de la casa, cerca del portoncito. El tío Aldo agarró su escopeta, que siempre tenía a mano; uno de los muchachos llevó el radiosol y el otro un machete. M iba casi pegado a la cola de su tío.

Llegaron al portoncito y miraron para el lado de afuera, en el callejón, hacia los jardines, y nada. Recorrieron un poco el lugar... y nada. 

Se quedaron un poco preocupados y casi sin hablar volvieron al patio, pero todos ya estaban bastante serios e intrigados.

-¿Qué será eso, don Aldo? -preguntó asustado uno de sus ayudantes.

-Y nada... capaz que pasó algún tipo y quiso hacer una broma -dijo el tío muy poco convencido.

Él también sospechaba que podría tratarse de algo del más allá, algún aparecido, un alma en pena o alguno de los fantasmas que siempre rondaban la casa, pero quería preocuparlos más.

CUENTOS DE TERROR PARA FRANCO IWhere stories live. Discover now