Capítulo 3

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—¿Agente Doblas? —preguntó un tipo guapo, parecido a Brad Pitt, cuando Mimi salió del ascensor del piso octavo de un edificio al lado de Gramercy Park. Extendió la mano con una sonrisa encantadora—. Soy Mac Phillips. Los demás están en la sala de instrucciones del puesto de mando. Bienvenida al edificio Indigo.

—Agente Phillips.—Mimi estrechó la mano extendida y sonrió.

—Llámame Mac, comandante.

—Muy bien. ¿Qué tenemos esta mañana, Mac?

La acompañó a un amplio loft dividido en cubículos de trabajo y puestos de equipamiento, con tabiques de aglomerado que llegaban a la altura de los hombros. El centro de vigilancia del Servicio Secreto ocupaba todo el piso situado debajo del ático de lujo de Ana Guerra. En un rincón había una salita de reuniones cerrada con cristales.

Cuando se dirigían hacia el grupo de gente acomodado en su interior, Phillips consultó un listado que llevaba en la mano.

—Ahora presentación e instrucciones semanales. Está previsto que se reúnan con War a las once en el ático. —Se fijó en la leve expresión de sorpresa de Mimi y se encogió de hombros—. No quiere hablar con ninguno de nosotros. Dice que, si tiene que hablar de sus planes, será una sola vez y con el jefe del equipo.

—Está en su derecho —comentó Mimi sin la menor inflexión. Mientras caminaba, tomó buena nota de las hileras de monitores de vídeo, grabadoras multi cassette, simuladores de ordenador y de un gran mapa de Nueva York, clasificado digitalmente, que mostraba en tiempo real la situación de los vehículos policiales. Se trataba del mismo equipo utilizado para vigilar la Casa Blanca y sus alrededores, y por la misma razón. El Presidente era vulnerable a través de su familia. Para evitar mostrar esa vulnerabilidad, la primera familia debía representar que llevaba una vida lo más normal posible, lo cual excluía que se los viera rodeados de hombres armados. Por tanto, la protección debía ejercerse a distancia, sin que fuera visible. La apariencia de libertad era una trampa que todos se esforzaban en perpetuar; todos, salvo Ana Guerra, por lo visto.

Phillips abrió la puerta de la sala de reuniones para dar paso a Mimi, que entró sin dudarlo ni un segundo. Aquél era el terreno en el que iba a mandar.

—Buenos Días a todos. Soy Miriam Doblas.—Se situó a la cabeza de la mesa oblonga y los miró a la cara, estableció un breve contacto visual con cada uno y dejo que, a su vez, la mirasen bien. Cuando tuvo la certeza de que la atendían, se sentó y habló en tono enérgico: Disponen de una hora para contarme todo lo que debo saber sobre esta operación y también todo lo que creen que no debo saber. Empecemos.

Al final de aquella hora que Mimi pasó escuchando, preguntando y dando unas cuantas ordenes, los agentes que constituían su equipo se dieron cuenta de que habían cambiado las cosas. Todos los presentes se tomaban su responsabilidad en serio, aunque sólo fuera para mantener el empleo, y habían sentido la frustración confesada por el jefe saliente. Agravaba el descontento el hecho de que no les gustaba Ana Guerra, aunque ninguno lo diría, ni siquiera entre ellos. Durante los seis meses que el equipo se había encargado de la protección de la primera hija, la actitud obstruccionista y no cooperativa de Ana Guerra había minado la confianza de los agentes. Una hora con Miriam Doblas les proporcionó el primer golpe de optimismo desde hacía semanas.

—Resumiendo— Mimi se levantó y fue hasta la ventana que daba al jardín privado, del tamaño de un sello, que constituía el centro de Gramercy Park. Mientras miraba, una anciana abrió la puerta de la verja de hierro forjado que rodeaba el parque.

Honor (warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora