Capítulo 6

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Ana Guerra se encontraba ante una de las ventanas que llegaban hasta el techo de su ático, contemplando las bulliciosas calles. Reconoció enseguida a Mimi Doblas, que bajaba de prisa las escaleras del edificio y corría hacia Central Park.

Aunque Mimi desapareció rápidamente entre la multitud, la última imagen de su esbelta figura permaneció en la mente de Ana. Había estado pensando en ella desde la reunión de la mañana. Como era de esperar, la nueva comandante había sido toda profesionalidad, pero Ana percibió algo diferente en ella. Por un instante, mientras Doblas exponía las directrices con su estilo directo, le había dado la impresión de que realmente le importaba: no sólo el trabajo, sino también Ana.

Sí, claro. Le importa lo mismo que les importaba a todos: buenos informes de trabajo.

Hizo ademán de coger el teléfono, que estaba en una mesa de rincón próxima, pero dudó antes de marcar. Con toda probabilidad, los agentes del piso de abajo registrarán la llamada, aunque no la escuchasen. Por lo general, no le importaba, pero no quería que registrasen aquella conversación. Tomó el teléfono móvil y marcó un número de memoria.

—Hola, qué tal —saludó en tono alegre cuando respondieron a la llamada al segundo timbrazo—. Sabía que estarías trabajando el sábado por la tarde. ¿Sigues empeñada en ser la subdirectora más joven?...Ajá... Oh, sí, claro. —Ana escuchó unos segundos y, luego se río—. ¡Naturalmente, necesito un favor! Comprobación de antecedentes de una tal Mimi Doblas. Escucha, tal vez resulte difícil. Es del Servicio Secreto... Sí, ya sé lo mucho que te sacrificas. Llámame cuando puedas, en cuanto tengas algo, ¿vale? Ah, sé que estoy en deuda contigo, en serio...¿Qué?...No en esta vida, no lo harás.

Cuando colgó el auricular, pensó en llamar abajo para avisar del cambio de planes. Pero, ¿por qué iba a alterar la rutina? Las peticiones de los jefes de seguridad nunca le habían importado. Sin dejar de pensar en la intensidad de los ojos verdes de Mimi Doblas, se puso una cazadora de cuero marrón y salió de su apartamento.

El busca sujeto a la cinturilla de la pequeña bandolera que llevaba Mimi pitó cuando acababa de dar la primera vuelta al estanque de Central Park. Sacó el teléfono móvil y marcó los números sin aminorar prácticamente el paso.

—Doblas.

—War se ha puesto en movimiento.

—¿Destino?

—Desconocido, señora.

—¿La cubrimos?

—Hasta el momento sí. Va a pie y la tenemos a la vista.

—Bien. No intenten establecer contacto. Limítense a permanecer con ella. Volveré a la base dentro de veinte minutos. Tengo un coche preparado.

—De acuerdo, comandante.

—¿Y Merino? —preguntó Mimi tras recuperar el paso, abriéndose camino entre paseantes y turistas que miraban boquiabiertos.

—¿Sí, señora?

—Dígales que no la pierdan.

—Sí, señora.

Dios mío, te pido que no la jodamos el primer día, pensó el agente Ricky Merino cuando transmitió las instrucciones de la comandante a los agentes del Servicio Secreto que seguían a la hija del Presidente.

—¿Dónde está?—preguntó Mimi sin preámbulos mientras tiraba la mochila sobre la cama y se quitaba las zapatillas de correr.

Con el teléfono apoyado en el hombro, se bajó los pantalones azul marino mojados de sudor, se los quitó y se despojó de la camiseta.

Honor (warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora