Capítulo 11

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Subió al avión en último lugar. El espacio era reducido y Ana se había sentado sola en la parte de atrás. Mimi, Aitana y Miriam Rodríguez, la otra agente femenina, habían subido antes y ocupaban la zona posterior a la cabina del piloto. Mimi los saludó con la cabeza  al dirigirse hacia la cola y se acomodó en el asiento situado frente al de Ana.

Estiró las piernas en el pasillo y sacó un montón de memorandos de su maletín.

—¿Tiene planes para esta noche, agente Doblas? —preguntó Ana. Le gustaba el aire medio informal de Mimi: llevaba unos pantalones chinos planchados y una chaqueta a juego sobre una camisa azul. Sólo le gustaba más con los vaqueros ceñidos y descoloridos que se ponía cuando no estaba de servicio. Ana se acordaba muy bien del aspecto que tenía Mimi con ellos. En realidad, cada vez que pensaba en la noche del bar, sentía enormes deseos de deslizar las manos debajo de aquellos vaqueros. Aunque, por el momento, no parecía que hubiese muchas posibilidades—. ¿Una cita amorosa, tal vez?

Mimi sonrió y sacudió ligeramente la cabeza.

—Ningún plan. A propósito, feliz cumpleaños.

Ana se ruborizó ligeramente ante la sorpresa que le produjo aquel comentario personal. La mayoría de los agentes del Servicio Secreto tenían como religión no establecer más contactos que los profesionales con su protegido. Eso le sirvió para recordar que la jefa de seguridad sólo pretendía ser amable, como casi todas las personas com las que se relacionaba. Se inclinó hacia delante y bajó la voz para hablar:

—Vaya, gracias, comandante. ¿No hay posibilidades de recibir un beso de felicitación?

El suave sonido de su voz parecía una caricia. Mimi la miró sin poder ignorar lo atractiva que era y, luego, volvió a centrarse en los papeles que tenía delante.

—No.

No hablaron nada más durante el resto del vuelo.

Cuando el suburban frenó delante de la entrada privada de la Casa Blanca, Mimi salió, sostuvo la portezuela y acompañó a Ana por la avenida de acceso. Se detuvo ante la puerta del edificio, que un guardia abrió para que entrase Ana.

—La veré por la mañana, señorita Guerra—dijo—. Páselo bien.

La puerta se cerró sin que la hija del Presidente respondiera. El personal de seguridad de la Casa Blanca era responsable del bienestar de Ana desde ese momento hasta que estuviese lista para marcharse al día siguiente. Mimi estaba deseando tener un día libre y, sobre todo, una noche relajante. Despidió el coche y se alejó, marcando una serie de números conocidos mientras la Casa Blanca y Ana Guerra quedaban atrás.

Poco después de las nueve de la noche, Mimi se tumbó en el sillón con una bebida y contempló la escena que se veía desde las ventanas de su salón. Desde su apartamento se divisaba el resplandor de la Casa Blanca en la distancia. Se preguntó fugazmente cómo le iría a Ana, pero enseguida desechó aquel pensamiento. Esa noche no tenía que preocuparse por ella.

Alcanzó el teléfono, comprobó que el codificador funcionaba y marcó.

—Soy el número 1313 —indicó, cuando le respondió una voz femenina—. Quisiera confirmar mi cita de esta noche. —Espero un momento mientras verificaban su número de identificación de cliente—. Sí, a las once en... —Dudó cuando su busca sonó—. Un segundo—añadió, comprobando el número. Era la Casa Blanca—. Volveré a llamar. Tal vez más tarde. Sí, sigue en pie; pagaré el tiempo adicional. Gracias.

Llamó a la otra línea, sin desactivar el codificador.

—Doblas —dijo lacónicamente cuando alguien cogió el teléfono.

Honor (warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora