Mimi se reclinó, dejó a un lado el programa y esbozó una leve sonrisa.
—Necesito conocer todos sus planes: citas para cenar, para tomar unas copas y todo eso. Si no lo averiguo ahora, deberá informar cuando surjan las cosas. Sólo tiene que avisar al puesto demando.
—Ya lo sé, agente Doblas—dijo Ana, irritada.
—Sí, pero al parecer no le gusta mucho la rutina.
—¿Y a usted?
—Eso no viene a cuento. Usted es la hija del Presidente de los Estados Unidos. No hace falta que le explique lo que eso significa. Por favor, déjenos hacer nuestro trabajo y le prometo que seremos todo lo discretos que podamos.
—¿Espera que le cuente también cuando voy a tener relaciones sexuales?—preguntó Ana con un tono brusco.
—No es necesario que sepa lo que va a hacer, pero sí dónde lo va a hacer—respondió Mimi con soltura. Sabía que Ana quería que diese marcha atrás, pero no podía ceder.
—¿Y si no sé dónde voy a pasar la noche?—Ana esperó alguna reacción, pero se encontró ante una mirada inexpresiva.
—Entonces, tendré que improvisar.—Mimi tomó aliento—. Una cosa más. Es de vital importancia que sepa con quién se encuentra. Lo principal es la seguridad, señorita Guerra. A menos que se trate de alguien que usted conozca bien, y a veces incluso en ese caso, no podemos confiar en su seguridad. Las personas que usted frecuenta han de estar autorizadas.
—Está usted de broma.
—No, nada de eso.
—¿Y si no las conozco?— La voz de Ana contenía un desafío y, durante un segundo, amargura.
—Entonces, le pediría que nos deje protegerla de cerca.
—Eso sería muy íntimo.—Ana ladeó la cabeza y sonrió perezosamente—. ¿Hacemos tríos, comandante?
Mimi estuvo a punto de sonreír, pero no podía hacerlo delante de Ana.
—Las relaciones íntimas nos resultan especialmente difíciles, sobre todo con sujetos desconocidos, pero haré todo lo que pueda para asegurar la discreción.
—Es usted mucho más directa que sus predecesores, comandante. ¿No teme que me queje de usted? Podría acabar de guardaespaldas de cualquier diplomático extranjero de poca monta que visita el Capitolio. — Su tono era cáustico, pero observó a Mimi con cauteloso respeto. La nueva comandante se parecía a ella en cierto sentido: no había forma de provocarla y, evidentemente, no se sentía intimidada. Un cambio renovador, pero que tenía mucho más desafío que los otros.
Mimi se río.
—Señorita Guerra, para mucha gente eso sería un chollo.
—¿Comparado con esto, quiere decir?
—No, no necesariamente. —Mimi se levantó, rechazando la provocación—. Encantada de haberla conocido, señorita Guerra. Por favor, llámeme en cualquier momento si desea hablar de algo. Me gustaría revisar su itinerario todos los días. Indique en la sala de mando cuándo le viene bien reunirse conmigo y, por favor, manténganos informados de sus planes.
—Oh, por supuesto —respondió Ana con una sonrisa y en un tono que reflejaba el poco interés que despertaba en ella aquella petición. Permaneció sentada cuando Mimi salió de la habitación, pensando cómo sería su cuerpo firme y elegante en otras circunstancias.