Capítulo 13

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A la mañana siguiente Ana abandonó su habitación, sola, un poco antes de las siete. No dijo nada cuando los agentes del Servicio Secreto salieron de la habitación de enfrente y se pusieron a su lado. Una vez en el vehículo, se inclinó hacia atrás y cerró los ojos. Oyó que el jefe del equipo llamaba a Mimi y la informaba de la hora aproximada fe llegada a la residencia. Estupendo. Realmente me apetece verla en este momento.

Mimi estaba esperando en la entrada lateral de la Casa Blanca cuando el Suburban frenó. Observó como Ana descendía y se fijó en sus ojos, ligeramente hundidos, y en su expresión tensa. Habría que darse prisa para conseguir despacharla al gabinete de prensa sin necesidad de anunciar que había pasado la noche fuera. Y Ana tenía toda la pinta de haber pasado la noche fuera y levantada, tirándose a alguien. Mimi se imaginó que su aspecto no debía de ser mucho mejor que el de Ana, porque se sentía fatal.

No se saludaron. Mimi guió a Ana a través de la entrada de servicio y por un laberinto de pasillos hasta el ascensor que conducía a los aposentos de la familia.

—Estaré fuera con los coches. El avión sale a las ocho y media.

—Estupendo.

El trayecto al aeropuerto apenas media hora después fue igual de frío.

En el avión, Ana le echó un vistazo al pasillo y se tendió en los asientos de atrás. Mimi se acomodó en el primer asiento, se inclinó y cerró los ojos. No había dormido mucho. Ninguno de ellos lo había hecho. Entre seguir el rastro de Ana y vigilar el hotel el resto de la noche, la mitad del equipo había trabajado en una noche que contaban tener libre. Cuando el avión aterrizó en Nueva York cuarenta minutos después, Mimi acompañó a Ana al vehículo de servicio que esperaba y se sentó a su lado en la parte de atrás. Al cabo de una hora Ana tenía que reunirse con el alcalde para presidir el desfile del día de Año Nuevo.

—¿A dónde, señorita Guerra?—preguntó Mimi automáticamente. Desde la desaparición de Ana la noche anterior y su tardía aparición esa mañana, toda la agenda había sido cambiada. Mimi no tenía ni idea de sus planes y la enfurecía aquella desventaja.

Por una vez, Ana se mostró obediente.

—Debo ir a casa a cambiarme.

Mimi asintió, le transmitió el mensaje al conductor y al coche que las seguía y se recostó en el asiento. Aplacó su ira. No le daría a Ana la satisfacción de saber lo desasosegante que había sido para ella el interludio del bar. Las horas vividas con Z la habían proporcionado satisfacción a su cuerpo, pero no habían borrado el recuerdo de la boca de Ana en la suya ni la exigente promesa de sus manos sobre su cuerpo. Era un recuerdo que a Mimi no le gustaba, y los ligeros arañazos que observó en los labios de Ana le indicaron que había pasado la noche satisfaciendo sus necesidades con una extraña.

Por Dios, Doblas, no seas idiota. Cualquiera serviría, al menos mientras ella lleve las riendas. Lo que ocurrió es que estabas a tiro.

Cuando se detuvieron ante el apartamento de Ana, Mimi envió a Mac a por café mientras ella aguardaba el vehículo. Cerró los ojos sin pensar en nada.

Cuando la puerta volvió a abrirse, levantó la vista y la desvió rápidamente, mientras Ana Guerra se deslizaba en el asiento de atrás y se sentaba frente a ella. Aquella mujer no se parecía nada a la que Mimi había seguido hasta el bar gay de Washington la noche anterior. La otra era salvaje, indómita e indomable. Ana se comportaba como una depredadora, mucho más peligrosa aún porque resultaba irresistible. Era hermosa como los animales salvajes y Mimi había caído presa de su poder aunque se empeñase en negarlo.

En aquel momento veía a una mujer elegante y refinada, sin el menor parecido a la criatura de la noche anterior, aunque igual de inalcanzable. El hambre feroz que transmitían los ojos de Ana había sido sustituida por una calma glacial. Si alentaban pensamientos detrás de la pared de hielo azul, no se translucían. Llevaba abierto el abrigo de confección y, debajo, un traje entallado, cuya chaqueta desabotonada dejaba al descubierto una blusa de seda. La falda se subió cuando cruzó las piernas. Mimi la encontró tan atractiva de aquella forma como la noche anterior. Y no se sentía más segura, pues era bien consciente de los acelerados latidos de su corazón.

Honor (warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora