Capítulo 9

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—Es una lástima que no pueda disfrutar del arte—dijo María dulcemente, acercándose a Mimi—. Y no porque vigilar a Ana no sea un placer, desde luego. —Extendió una mano de dedos largos. En el dedo anular de su mano derecha resplandecía un diamante de un tamaño que casi podía considerarse ostentoso, pero era tan bonito que resultaba impresionante—. Soy María Martel, agente de Ana.

—Encantada. —Mimi asintió con educación. Sabía perfectamente quién era la sofisticada mujer que estaba a su lado y no reveló su nombre a propósito—. He conseguido echar un vistazo a todas las obras. Tiene una colección excelente.

—¿Ve algo que le guste de una forma especial? —preguntó María, en tono de burla. No le encontraba sentido a mostrarse tímida. Estaba muy por encima de esas cosas, así que apoyó una pierna contra el muslo de Mimi. Podría haberse visto empujada por la presión de la multitud, pero las dos sabían que no era el caso.

—Pues la verdad es que sí. —Mimi percibió el contacto y el calor de la pierna de María junto a la suya. Se daba cuenta de que, si bajaba la vista, observaría los pechos de la mujer, que el bajo escote del ceñido vestido dejaba al descubierto. Y no bajó la vista. En vez de eso, miró más allá, al lugar en el que Ana hablaba con un joven que representaba todos los estereotipos del artista luchador, desde la chaqueta de tweed arrugada hasta la áspera barba. Mimi no apartó los ojos de ellos mientras hablaba.

—Hay una serie de apuntes, desnudos, al fondo de la pared a la derecha. Carboncillo sobre papel. Son de ella, ¿verdad?

María la observó, sorprendida. Dudaba de que mucha gente hubiese prestado atención a los pequeños apuntes que colgaban entre los grandes óleos y otras telas.

Pero no fue ésa la razón de su cuidadosa respuesta.

—La artista es Sheila Blake.

—Claro —dijo Mimi con una ligera sonrisa—. Los toques de la señorita Blake recuerdan a los de la señorita Guerra, como también el uso de los claroscuros y la relación espacial. No creo que la hija del Presidente tenga interés en hacer estudios de desnudos femeninos. ¿Están a la venta?

—Sí —contestó María, intrigada y enormemente atraída.

—¿Y las transacciones son confidenciales?

—Si lo desea el comprador. Cuando depositan las obras en mis manos, el comprador se convierte en cliente mío.

—El comprador desea permanecer en el anonimato —indicó Mimi con soltura, cambiando de posición para no perder de vista a Ana.

María contuvo la respiración cuando el brazo de Mimi le rozó el pecho involuntariamente. Sintió como se le endurecía el pezón, con doloroso placer, y se dio cuenta de que se notaba bajo la fina tela de su vestido. ¿Cómo es posible que alguien que prácticamente no me hace caso me excite de esta forma?

Se lo garantizo —logró decir María con voz ronca.

—Gracias.

—¿No hablamos del precio? —preguntó María, tras controlar sus hormonas. Al fin y al cabo, era una mujer de negocios.

—No hace falta.

—Entonces, permítame que la invite a comer... para hablar de los detalles. —Mientras hablaba, María posó los dedos en el brazo de Mimi y apretó suavemente los duros músculos ocultos bajo el fino tejido.

Honor (warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora