Capítulo 12

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Los ojos de Ana brillaron peligrosamente cuando se dio cuenta de que había estado a punto de humillarse. El fuego del cuerpo de Mimi había encendido el suyo, y había estado a punto de correrse. Aún vibraba, y el más mínimo contacto la habría hecho estallar. Nadie la hacía una cosa así, a menos que ella quisiera.

—¡Jódase, agente Doblas!

Ana intentó alejarse, pero Mimi la sujetó por un brazo.

—Señorita Guerra, por favor.

—Déjeme en paz. —Ana se sacudió de malos modos la mano que la retenía—. Nadie sabe que estoy aquí.

—Yo sí.

—Entonces haga como que no lo sabe —le espetó Ana, tratando de perderse entre la multitud. No podía moverse con rapidez entre la masa de juerguistas, y Mimi no se apartó de su lado.

—No puedo —dijo Mimi en un tono tajante. Se arriesgó a volver a tocarla y deslizó los dedos sobre el brazo de Ana, lo cual la serenó un poco—. Por favor.

Ana dio la vuelta, con el cuerpo rígido a causa de la furia.

—Pues haga su trabajo y no se cruce en mi camino.

—Muy bien. De acuerdo. —Mimi aceptó la leve concesión, no le quedaba más remedio.

Aunque le fastidiaba enormemente, dejó que Ana fuese delante de ella. Quería llamar a Mac para pedir apoyo, pero temía perder a Ana si apartaba los ojos de ella durante un segundo. Lo mejor que podía hacer era permanecer a su lado hasta que la noche quedara configurada, y luego pediría otro equipo.

A pesar de los esfuerzos que hacía Ana para deshacerse de ella, Mimi estaba lo bastante cerca como para oír a la hija del Presidente hablando con una joven rubia, que llevaba el pelo de punta, un tatuaje en un lado del cuello y unos pantalones de cuero tan ceñidos que proclamaban a gritos que estaba pidiendo guerra. A modo de saludo, Ana la besó en la boca y anunció:

—Me voy. ¿Vienes conmigo?

La asombrosa desconocida tardó unos segundos en encontrar las palabras, pero, cuando lo consiguió, sonrió con descaro y respondió:

—A donde tú quieras.

—Sígueme, nena. —Ana la cogió de la mano y la arrastró hacia la puerta.

Mimi las siguió a una discreta distancia, mientras caminaban con las cinturas enlazadas. Cuando Ana se detenía para acariciar y toquetear a su conquista, Mimi se ocultaba entre las sombras.

Ana nunca miraba hacia donde se hallaba Mimi, pero sabía que se encontraba allí, contemplando el espectáculo.

Si aquella seducción estaba pensada para enfurecer a Mimi, la enfureció, pero seguramente no por las razones que pretendía Ana. A Mimi le enojaba el riesgo que corría Ana al escoger a una de sus conquistas para poco menos que hacer el amor con ella en la calle, a unas cuantas manzanas de la Casa Blanca.

Resultaba peligroso desde innumerables puntos de vista. Ana Guerra era hermosa y brillante, y tenía talento. No necesitaba desperdiciarse en relaciones de una noche. Era arriesgado desde el punto de vista físico, suicida desde el punto de vista político y voluntariamente autodestructivo. Y a ti que te importa.

Cuando la joven, de repente, puso a Ana contra la pared y deslizó las manos debajo de su jersey, Mimi estuvo a punto de acabar con aquel encuentro. Se le encogió el estómago al ver a Ana acorralada y casi indefensa. Jurando para sus adentros, Mimi apretó los puños a ambos lados del cuerpo y se esforzó en recordarse a sí misma que Ana Guerra tenía todo el derecho a hacer lo que estaba haciendo y que cualquier intento de intervenir solo serviría para que la próxima vez fuese más temeraria.

Honor (warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora