Aquella mañana me sentía mucho mejor. Era miércoles. Otro miércoles. Hoy en la noche visitaría al profesor Snape por mi problema, ya habían pasado unas cuantas semanas desde aquello, y con ello, unos cuantos anocheceres de miércoles que pasaba con el misterioso hombre. Si soy sincera desde aquella noche en la que el profesor Dumbledore me explicó aquello, no entendía muy bien lo que estaba pasando. Recordaba perfectamente el día en que descubrí aquel campo de rosas tan blancas como la nieve, dándole pureza al lugar francés…
“-Julie, deja de hacer eso.
Mi hermana pequeña y yo nos encontrábamos entre las tantas flores que cubrían el lugar. Hacía tiempo que esa parte de los cultivos no se cuidaba, y las flores se mezclaban creando una explosión de color que incluso podría dañar a los ojos. Julie, de tan solo siete años, se mecía sobre sus propios pies tarareando una veja nana que le había cantado la señora Florence ayer, justo antes de dormir.
-Giselle, estoy cansada, ¿no podemos dejar esto para mañana?
La voz de mi hermana era tan suave, que de oírla al anochecer, no dudarías en dejarte dormido al escucharla. Pero ni su voz ni su cuerpo estaban acorde con su personalidad, cosa que compartíamos. A pesar de su cabello rubio oscuro, y unas perfectas pestañas sobre sus ojos verde hierba, aún infantiles, era una niña desesperante. Siempre tenía que hacer algo, no podía estarse quieta, a menos que estuviera cantando o escuchando música. Siempre había querido tocar algún instrumento, pues bastante extraño era, que al tener una voz suave, no era melodiosa, y al cantar, afinaba tanto la voz, que rompería un plato de solo hacer una simple escala de música. Y llegamos a lo desesperante. ¡Siempre se mete en conversaciones ajenas! Cuando vinimos aquí, la pequeña Julie usó ese tono tan amable que aparenta con su aterciopelada voz, para ganarse la amistad de la cotilla del pueblo. Siempre, cada tarde, después de irla a visitar, volvía con un jugoso cotilleo. <<Y tiene siete años…>> pensaba yo. Pero el día que me presentó a su “amiga” me di cuenta de que no era una niña al igual que mi hermana, ni mucho menos, era toda una mujer, de piel algo bronceada, ojos azules amables y picarones, junto a su cabello rubio claro de alborotado peinado en moño, como de ballet. Al final, caí en la cuenta de que la que conseguía los cotilleos, era mi propia hermana, con su pequeño cuerpo disimulaba por las calles del alejado pueblo de Francia, y volvía a la casa de esa amiga suya, que le explicaba bien los conceptos del cotilleo, pues otra vez vino ese pensamiento a mi cabeza: <<Solo tiene siete años…>> Esa mujer era una charlatana, no se cortaba en nada, una vez estaba tan inmersa en lo que había escuchado mi hermana cerca de un honesto hotelito en el centro del pueblo, que no pudo evitar decir justo lo que, desgraciadamente, pensé yo al oírlo. <<Está claro que al final la pastelera esa es una zorra, ¡mira que acostarse con el fontanero! Vale, una fantasía está bien, hacerla realidad, mejor, ¡pero un esfuercito, por Dios!...>> y antes de que dijera nada, le tape la boca, y con la otra los oídos de Julie. << ¿Qué es acostarse? Hacían mucho ruido como para dormir. >>preguntó con una voz totalmente inocente, sin poder evitarlo, deje mi cara de horror, y me eché a reír, pero volví a la realidad al ver como Carine, que así se llama la mujer, empezaba a explicarle como era… bueno, “eso”. Mi único remedio fue, sacarla a rastras de allí mientras aún gritaba, a pesar de tener mi mano en la boca, como era, acostarse con alguien. Lo peor, luego me dio la charla a mí. Lo mejor, gracias a eso, mi sentido del humor y mi carácter pervertido creado por Blaise, conseguí una nueva amiga.
-¿Giselle, me puedo ir ya? Me duelen los pies.
La voz de mi hermanita me devolvió a la realidad, y la dejé marchar, sin quitarle la vista de encima, hasta que llegara al camino correcto, el que la llevaría a el hostal de Florence. Porque a pesar de lo cotilla que era, seguía siendo mi hermana pequeña, y la quería más que a mi propia vida, pues era mi única familia.