Unas manos sacudieron sin mucha delicadeza mi hombro, y ví por encima de mi aun dormida mirada, a la figura que me llevaría a Hogwarts. Esta vista no duró mucho cuando de la nada, me entraron unas horribles ganas de vomitar. Las arcadas se repartían por mi garganta cómo parásitos y mi boca se llenó de un aliento ácido. Pude notarlo.
Un cubo se presentó ante mí y sin dudarlo incliné mi cabeza. El espantoso líquido salió de mi boca dejándome un asqueroso sabor a jugos gástricos.
Mis parpados se embobaron unos segundos, y luego minutos. Otras manos diferentes a las que me despertaron me quitaron el cubo de mi regazo y me alcanzaron un pañuelo donde limpiarme el resto de vomito.
-Efectos segundarios de los primeros en que se toma el medicamento. Tuvimos que experimentar un poco, ninguno parecía servir para calamar las irregularidades de tu estado físico.
El doctor Williams me sonreía de forma leve, pero era obvio que intentaba no agobiarme. No creo que lo haya conseguido. Aún así, el alivio de haber sido él al que me encontré frente a mí al despertar, me tranquilizó. La figura que me despertó era la última que quería ver, aunque sabía que tarde o temprano tendría que verla.
-El señor Snape la espera fuera del edifico. Le pedí que esperase unos minutos para poder vestirla.
-Espere... ¿v-vestirme?
El sueño no conseguía abandonarme y de lo aturdida que estaba, las palabras adecuadas no lograban salir de mí.
-Bueno, si se siente capaz, usted misma podrá hacerlo. Encima del escritorio tiene la ropa, junto a ella se encuentra una bandeja con su desayuno.
Otra sonrisa y una caricia en mi brazo por parte del doctor Williams y este desapareció por la puerta.
Me tomé otro rato más para poder despertarme. Me era imposible, sin duda era de esas personas a las que se le pegan las sábanas incluso sin estar en la cama. Bostecé y estiré mis brazos, un intensó dolor se marcó en mi cuello y dejé a las dos partes de mi cuerpo suspendidas en el aire. La venda se había soltado un poco, tendría que pedirle a alguna enfermera que me la ajustara.
Por primera vez desde que me desperté, miré a mi alrededor. Nada había cambiado desde el día anterior, la habitación del Hospital San Mungo de Heridas y Enfermedades Mágicas seguía pareciéndome un lugar extrañamente calmado y demasiado tranquilo. Daba escalofríos...
Parpadeé un par de veces antes de levantarme y posar mis pies descalzos sobre el suelo. Mi piel estaba mucho más pálida de lo normal, supongo que estar días encerrada en una habitación sin ventanas y metida en una cama causaba ese efecto.
Suspiré y por fin quitándome el deseo de dormir de encima, me acerqué a una mesa pegada a una de las paredes de la habitación. Sobre una bandeja estaban unas cuantas tostadas, un pequeño cuenco con lo que parecía algún tipo de yogur y una botella de agua. Creo que también había un bote con cereales, pero yo solo me concentré en mordisquear una tostada que era observada atentamente por mi mirada. Me sentía tan perdida... Sentí ganas de gritar, vomitar, pegar, e incluso de apuñalar. Pero no de llorar. Ya no lloraría más...
Agarré el pantalón doblado al lado de la bandeja y lo lancé a la cama. Igual ocurrió con la camisa, la chaqueta y los zapatos. Luego de quitarme la ropa, empecé a colocarme la que me habían preparado. Al terminar, volví a mirar el desayuno casi sin tocar sobre la bandeja. Decidí terminarme la tostada que había mordió, sería un desperdicio dejar así... Mientras le daba los últimos mordiscos, agarré mi varita y la metí en el bolsillo del pantalón, pero era bastante molesto así que decidí recogerme el cabello con ella.