1. Cuando todo cayó en pedazos

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Son ya más de la una de la madrugada y un joven delgado camina raudo en dirección hacia la avenida principal más cercana. Su cuerpo tiembla fuertemente, detalle que escapa al observador, pues su acelerado caminar lo convierte en una sombra fugaz para los escasos transeúntes de la calle secundaria. Su mirada se mantiene pegada al pavimento y en sus pestañas abundan lágrimas que intenta de limpiar presuroso, quizás avergonzado de que alguien note su cara contrahecha y anegada. Greñas castañas escapan del gorrito de lana sobre su cabeza. "Destrozado", es la palabra que usará más adelante para referirse a su estado emocional esa noche.

Esforzándose por respirar con naturalidad, cae en cuenta de que está a menos de veinte pasos de la esquina y efectivamente, a los pocos segundos sus ojos parpadean por el brillo de las luces brillantes de los automóviles y el alumbrado público que les ciegan por un instante. Detiene entonces su huida. "¿Porque está huyendo verdad? ¿o en realidad fue echado? ¿descartado? ¿desechado?". No lo tiene claro. La angustiosa presión que anida en su pecho, le impide pensar claramente y menos aún digerir lo ocurrido en las horas previas a su apresurada marcha. Sopesarlo y asumirlo, son acciones necesarias, pero él tardará bastante más de lo esperado en llegar a esa etapa.

Se siente y se ve perdido, allí parado en la transitada intersección, y sabe que, por la hora, será difícil encontrar un taxi disponible. Suspirando entrecortado se resigna a esperar, rogando "por lo que más quieran", que aparezca un taxi ya y literalmente lo teletransporte a otra dimensión, una donde nada de lo ocurrido el último año haya tenido lugar jamás. Con los días y semanas siguientes se dará cuenta que esa esperanza es vana. El dolor y la angustia serán sus compañeros por mucho tiempo, y el viaje que le espera, es mucho más largo de lo que cree. Cada persona es única, y su tiempo para sanar heridas es diferente. Pero esto, él no lo sabe en este punto. 

Por ahora, Donghae solo quiere llegar a destino y encontrar refugio seguro, recibir palabras de consuelo y un abrazo cálido que quite el frío espantoso que se ha alojado en su interior y que roba su aire por momentos.

.......

Los días siguientes pasan lentos, agónicos. Los ha pasado en parte enfrascado su trabajo, pero mayormente recluido en el refugio elegido: la antigua casa familiar, donde hoy solo vive su hermana acompañada de tres gatos. 

Cuando Donghae, el hijo menor, terminó la universidad, sus padres volvieron al campo, para vivir sus años dorados en paz y plenitud, dejando la vivienda como una herencia anticipada para los hermanos. Durante la infancia y educación secundaria de los hijos, toda la familia vivió en la zona campestre y tranquila de Mokpo, localidad habitada por gente buena y con un ritmo de vida lento, tan distinto al acelerado palpitar de la ciudad. Al ingresar Donghae y Ji a la universidad, padres e hijos se trasladaron a Seoul, y cuando finalizaron sus estudios los padres decidieron retornar a su lugar de origen. Ji y Donghae pronto encontraron trabajo y continuaron viviendo juntos en la enorme casa hasta que Donghae decidió seguir su propio camino.

Hace cerca de un año, partiendo desde esa misma casa, Donghae había hecho el mismo trayecto a la inversa, sintiéndose dichoso y pletórico de expectativas, pues partía a formar un nuevo hogar - su propio hogar -, lleno de sueños de futuro en pareja y promesas de felicidad. 

Por supuesto, ahora tiene claro que se equivocó desastrosamente, y además, en lo más íntimo de su ser, anida la sospecha de que sus equivocaciones - también podría llamarlos fatídicos errores - partieron mucho antes y tienen causas mas profundas. Pero por ahora, no quiere pensar, solo tiene ánimos para lo mínimo y el resto del tiempo flota en un estado de tristeza y fracaso total.

Desde su retorno a la casa familiar, fuera del trabajo y la oficina, ha permanecido solo la mayor parte del tiempo. Su hermana Ji trabaja con horarios extensos y su relación desde niños no fue nunca cercana, aunque tampoco conflictiva. Se quieren mucho, pero cada uno tiene su vida. Sin embargo, fueron los brazos de ella los que lo recibieron cálidos y pacientes la noche del desastre, a pesar de la hora, la sorpresa y el espanto de verlo desbordado y en llanto. Esa noche, por ser tan tarde en la madrugada y considerando que, sin importar lo sucedido, ambos debían ir temprano a sus labores al día siguiente; solo pudo explicar a Ji brevemente lo sucedido, en un par de frases entrecortadas, frente a las que su hermana no expresó mayor extrañeza, aunque si empatía. 

Compañero del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora