En aquellas madrugadas frías y noches enteras de desvelo, se volvió costumbre que me contarás cosas.
Bajo el cielo estrellado y lunas cambiantes, abrías tu corazón y desnudabas tu alma.
Eras un pequeño petirrojo enjaulado que poseía alas rotas.
Tu bello plumaje se había opacado y el frío del corazón de tu madre había logrado que en las noche de luna llena te faltara amor.
La falta de cariño del que alguna vez te acogió bajo su capa impedía que cantaras canciones por temor a ser rechazado.
En tu jaula de oro te sentías inseguro y por alguna extraña razón decidí protegerte de aquel mundo tan ingrato.
Me acostumbré a tu presencia e ignore el hecho de que en algún momento te tendría que dejar ir.
Las conversaciones en la madrugada y los mimos se hicieron constantes, en algún momento los besos se volvieron intentos y nuestros momentos se hicieron de poca charla.
En aquellas veladas aprendí tu anatomía y recorrí con caricias hasta el rincón más apartado de tu cuerpo.
Extrañaré hasta las más insignificante cicatriz en tu cuerpo y en mis memorias mantendré vivo el recuerdo de tu fino torso siendo recorrido por mi lengua, pero llegó el momento de mi ignorancia.
El tiempo a transcurrido rápido y bajo mis cuidados lograste sanar tus heridas, tal vez te duela mi indefenso petirrojo, pero he decidido dejarte ir.
Vuela con el viento y no mires atrás, chico de mis sueños vete de este lugar donde te lastimaron tanto y aprovecha tu dolorosa libertad.
Jason Todd te he amado tanto y me gustaría aferrarme más a tu persona, pero ambos sabemos que un petirrojo tiene alas para volar hacia la libertad.