El polvo se acumulaba en cada rincón de este oscuro cuarto, el eco de tu risa resuena en las paredes, aunque hace ya mucho tiempo que no ríes por este lugar.
Tus cabellos pelirrojos daban color a la habitación y las paredes almacenaban fotografías de lo que considere mi felicidad.
Hace ya un tiempo que te fuiste, no te llevaste nada aparte de la posibilidades de volverme a enamorar.
Te enamoraste de una extraña viajera, una que se sentaba en el último vagón del tren y siempre iba de luto.
Te quedaste prendado a la belleza de aquella dama que venía de paso entonado melodías fúnebres, te ilusionaste de probar sus labios y deseabas irte con ella.
Lastimosamente no se fue pronto, una parte de ella se obsesiono con llevarte y sin mucha objeción la acompañaste.
Una tarde de abril tus muñecas se adornaron de una esencia roja como tu cabello, tu boca dio su último aliento y tus labios frambuesa dijeron su última palabra.
Por última vez diste color a esta habitación, no fue con tu risa o tus cabellos pelirrojos, fue tu sangre y tu muerte la que coloreo este triste cuarto.
Aquella arma de doble filo se encontraba cerca de tu cuerpo, aquella dama que alguna vez te acogió entre su falda, hoy te arrancaba cruelmente de mis brazos.
Dolía, dolía como el puto infierno.
Dolía, dolía que te hayas marchado.
Dolía, dolía que me escribieras una carta tan mundana, una que leí hasta aprenderla de memoria, una en la que leí entre líneas cada detalle, una que no me da razones por la cual te marchaste.
Simplemente dolía...
Pero que puedo esperar de una persona que amaba a la muerte y jugaba con la vida, una que se deslizaba entre la penumbra y desaparecía de día, pero que puedo esperar de una persona a lo que nada le dolía.
