Sabía que iba a extrañar esta sensación, mas no sabía con exactitud qué sería lo que extrañaría.
¿A mis amigos? Eso se sobreentendía. ¿El colegio? No, en definitiva no extrañaría la dinámica escolar. ¿A Diego? Una parte de mí lo haría, a fin de cuentas, él se había convertido en una persona trascendental en mi vida. Me sentía triste, pero cuando mis ojos enfocaron a Diego del otro lado de la pista del baile, me di cuenta de que él no era el motivo de mi nostalgia.
Diego Suárez había sido el chico que me abrió los ojos, aun cuando pensaba que yo conocía el mundo lo suficiente.
Todo comenzó a inicios de nuestro penúltimo año escolar, cuando con notitas y encuentros repentinos fuera del salón de clases, fue ganándose mi corazón. A lo mejor lo que me atrajo de él al principio era el hecho de que no era como el resto de los chicos con los que había crecido. Diego no era de una clase económicamente alta, ni era el más guapo del curso, ni el más carismático, ni el más inteligente. Era un promedio de todo: altura normal, cabello castaño, ojos marrones, notas regulares, chistes comedidos. Era agradable, y los chicos lo sabían, por eso le dejaban jugar fútbol con ellos en las horas libres y hasta lo incluían en los almuerzos grupales.
La primera vez que Diego me invitó a salir, le pregunté si él podía pagar un almuerzo en el restaurante St. Regis, que era uno de mis favoritos. Ese día le dije que si no podía pagarlo, que entonces reconsiderara la opción de salir conmigo.
Dos semanas después, Diego me llevó al St. Regis y lo pagó con un dinero que se había ganado trabajando durante esos días con sus papás.
Allí supe que me enamoraría de él: no porque me pagara las comidas, sino porque él hizo lo posible por complacerme. Desde aquella tarde, dejé de pedirle citas a lugares costosos, simplemente nos volvimos inseparables en el colegio. Solo me bastaba con su compañía.
Pero a mis padres no les gustó Diego, ellos siempre tuvieron otros planes para mí. En especial papá, quien no solo era ministro, sino que quería aspirar más adelante a ser Presidente de la Nación. Él jamás toleró que yo fuera novia del hijo de unos «confiteros». Por lo que, cada vez que ellos se topaban con Diego, se encargaban de hacerlo sentir inferior, sin mencionar todas las veces que me pedían que lo dejara dado que él no era «buena compañía» para mí.
Siempre mantuve firme mi posición: yo lo amaba, no lo dejaría solo por órdenes de mis padres. Mi dilema comenzó cuando una tarde lo escuché hablando con Marina —que, siendo mi mejor amiga, se había vuelto cercana a él—, y le confesó que en ocasiones se sentía disminuido por culpa de mis padres, creyendo que de verdad no era suficiente para mí. Por más que intenté pedirles a mis papás que aceptaran a mi novio, se negaron a ceder, a tal punto de humillarlo cada vez de forma peor.
Cuando acabó el penúltimo año escolar, terminé con Diego. No porque él fuera «inferior» o porque dejara de amarlo, sino porque era la única manera de que mi familia dejara de disminuirlo. Él merecía más, y si conmigo no podía tenerlo, confiaba en que más adelante alguien podría dárselo.
Había pasado un año desde eso.
Sí, durante los últimos meses puede que nos hayamos encontrado una que otra vez, no obstante, ya no era lo mismo. Ahora cuando lo miraba, no sentía ese afán de abrazarlo o besarlo. Al contrario, era como si mi corazón se hubiera ajustado primero que mi mente y reconocía que él y yo ya no teníamos un futuro.
Si no se me hizo tan difícil olvidarlo, ¿significaba que nunca lo amé como creí?
Suspiré y me alejé de allí, dirigiéndome al área de la piscina. Quité mis zapatos altos y me doblé pantalón negro hasta las rodillas. Quería disfrutar de mi fiesta de graduación tanto como mis compañeros, pero me sentía decaída. Me senté en el borde de la piscina, e introduje mis piernas en el agua, sintiéndola fría pero relajante.
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Indie Gentes - Capítulos extra
Teen FictionCapítulos extra de los libros que pertenecen a la saga Indie Gentes. [Contiene spoilers]