Capítulo 17.5 | Santi

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Me gustaba María Jesús. De eso ya estaba seguro.

De lo que no me había dado cuenta era de cuánto me gustaba.

Al principio no quería estar con ella, jamás había estado con una chica sin experiencia y mis amigos no me animaron demasiado a hacerlo. Lo hablé por separado con Pacho y con Beto —con Luis no, porque estaba casi seguro de que él era tan inexperto y virgen como mi flaca—; el pelirrojo me dijo que no era recomendable a menos que me gustara mucho María Jesús, debido a que las chicas que él había conocido y desvirgado, terminaban ilusionándose mucho con él.

Beto, en cambio, me dijo que era indiferente. Él no estaba con chicas inexpertas porque no le gustaba tener que jugar al maestro y dar lecciones, prefería a las chicas que ya saben qué hacer y cómo hacerlo. Sabía que era pura palabrería porque cuando él se enamoraba, perdía la cabeza y no le prestaba atención a detalles como ese.

Odiaba depender de las opiniones de otros, pero sí necesitaba que alguien me dijera que no era un loco por desearla como lo hacía y tener miedo a que ella después dependiera de mí, o el montón de cosas que Pacho a veces mencionaba. Entonces hablé con Diego. Me explicó su experiencia con Clara y cómo eso significó un antes y un después en su relación —para bien—. Le pregunté si Clara no se volvió una loca enamorada tras perder la virginidad, y para mi sorpresa, no fue así. En realidad Clara lo dejó a él.

A diferencia de lo que me había dicho Beto, Diego me confesó que enseñar a veces puede ser divertido. Además, cuando te gusta la otra persona, se convierte en algo íntimo y único, que solo los dos compartirán y les será difícil olvidar.

Suspiré, pensando en María Jesús y en todas las cosas que había experimentado con ella desde el primer día que la había visto.

Me atrajo su cuerpo la primera semana de clases.

Me divirtió su personalidad a medida que la fui conociendo.

Me di cuenta de que quería protegerla la noche en la que la rescaté de aquella fiesta nefasta.

Me di cuenta de que la deseaba cuando la veía en clases de natación.

Me di cuenta de que me gustaba cuando me atreví a contarle cosas sobre mi familia que muy pocos conocían.

Pero después saber con exactitud cuál era el sabor de sus labios, cuán exquisita era en la intimidad, y lo emocionante que era enseñarle a descubrir la sexualidad, me di cuenta de algo más: María Jesús me gustaba mucho.

Me gustaba para besarla, acariciarla, abrazarla, contarle más sobre mi familia, conocer sobre la suya, componerle canciones, escuchar su música comercial, invitarla todas las tardes a tener conversaciones tanto triviales como profundas, ayudarla a estudiar, enseñarla a descubrir su cuerpo, y recibir todo lo que ella tuviera para dar.

Por lo que si ella quería esperar para tener relaciones, yo lo haría con gusto. Y si quería hacerlo pronto, no dudaría ni un segundo.

—Se me ocurre una nueva canción para esta presentación —anuncié, mientras estábamos en nuestro «descanso».

—Ya estamos practicando una canción para esta presentación —resaltó Luis con obviedad—. Querrás decir para la siguiente presentación.

—No. —Me crucé de brazos y fruncí los labios—. Creo que deberíamos tocar algo nacional esta semana.

—Ya nos habíamos decidido por una. No puedes cambiar nuestra programación solo porque te provoca. Siempre haces lo mismo.

—Pelea de gatas. Me encanta —se burló Beto.

Le lancé un cojín en el rostro para que no saliera con ese tipo de comentarios. A la vez, miré a Luis con tedio. Él era el más cuadrado y obtuso de los cuatro en un nivel casi exagerado: hasta llevaba minutas de nuestras reuniones y nos enviaba correos con lo que habíamos «acordado». Con Luis todo era organización, y nada debía ser simplemente improvisado.

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