Capítulo 6.5 | Marina

12.3K 973 503
                                    

Maju y yo estuvimos listas a tiempo y tomamos un remis para llegar al Buenos Aires Rock, sitio donde se presentaría la banda de Santi. Ya yo había asistido a algunos toques de bandas de rock antes, no obstante, este me tenía un poco más emocionada de lo normal. Quizás era porque el vocalista era alguien que trataba.

Conocía a los chicos de mi curso desde que éramos todos unos infantes, no solo porque estudiamos siempre en el mismo colegio sino porque nuestros padres —en su mayoría— eran del mismo círculo social. Así que no era de extrañarse que en algunos eventos me topara con Clara, quien era mi mejor amiga, o con Fernanda, incluso con el mismo Ricky —a quien preferiría obviar de cualquier relato de mi vida—.

A Santi también lo veía con frecuencia en dichos eventos, sin embargo, él jamás interactuaba con ninguno de nosotros. En el colegio nunca nos dirigía la palabra, y si alguno se le acercaba, pretendía ignorarnos. Los de mi curso a veces se burlaban de él a sus espaldas, diciendo que tenía el perfil de un adolescente psicópata, de esos que solo observan a los otros en silencio y terminan haciendo cosas extrañas y sádicas. Pero yo jamás lo vi así.

Él tenía la misma mirada que la mía. La mirada de la soledad.

A veces me preguntaba por qué escogía no tener amigos en el colegio, hasta que me di cuenta de que las personas lidian con su soledad de forma distinta. Mis padres no estuvieron conmigo gran parte de mi vida, y para poder subsanar ese dolor y falta de afecto, yo intentaba ser más sociable. Mientras más ruido hacía, era porque más vacía me sentía. En ocasiones funcionaba. Los demás me miraban, se reían conmigo, y creía por un segundo que siempre sentiría que valía algo para alguien. Hasta que llegaba a casa y no había quien me dijera que me quería.

En mi casa solo estaba Fredda, pero a ella le pagaban por atenderme y hacerme sentir querida, era mi institutriz después de todo. Al final solo estábamos Martín y yo. Siempre fui la que veló por mi hermano menor, así que el amor constante que no pude recibir, intenté dárselo a él. Aunque yo sabía que jamás sería lo mismo.

Santi hacía lo contrario. Yo compensaba mi soledad buscando que los demás me aceptaran, él simplemente apartaba a cualquiera que quisiera acercársele. A excepción de su banda, quizá.

Él y yo empezamos a llevarnos bien cuando, el año pasado, nos castigaron y mantuvieron en un salón a solas, haciendo un ensayo de por qué no estaba bien llamar «ineptos» a los profesores. Esa mañana nos dimos cuenta de que pensábamos de la misma forma, criticábamos a las mismas personas, y éramos infelices por los mismos motivos.

No nos hicimos amigos después de eso, ni siquiera llegó a saludarme la mañana siguiente. No obstante, empezamos a respetarnos. Si yo peleaba por algo en el salón de clases, él siempre me apoyaba, y viceversa. Los profesores empezaron a tildarnos como la mala influencia de nuestro curso, las «manzanas podridas».

No sabía si era debido a todo eso, o si existía otra razón, pero desde nuestra mañana de castigo, Santi me había llamado la atención. Era solo atracción, pero la suficiente como para emocionarme un poquito con su invitación al Buenos Aires Rock.

—¿Crees que nos dejen pasar? Tenemos diecisiete —dijo Maju a mi lado. Rodé los ojos.

—Yo tengo dieciocho —contestó Clara—, de todas formas no creo que digan nada. En este tipo de sitios con mostrar un billete, pasas sin problema.

—Tampoco deberías preocuparte —la consolé—, con esa pinta que llevas pareces mucho mayor, a lo mejor ni te piden identificación. Ya había venido a este sitio antes y no ponen muchas trabas, de hecho, casi nunca hay fila para entrar a excepción de los días en los que hay presentaciones en vivo, como hoy.

Indie Gentes - Capítulos extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora