No entiendo qué hay de malo en mí, cada tanto que mi alegría florece siempre hay algo que la mata, la mata a sangre fría. He pasado dos años buscando al culpable y casi me acerco a él, casi doy con el maldito que arruina mi existencia, estoy tan cerca que solo una noche me es suficiente para descubrirlo... Esa noche es hoy.
Después de horas de introspección he llegado a la conclusión que me temía, esta noche se ha tornado más oscura de lo normal, la verdad que hoy he descubierto es perturbadora, agobiante, terrible, trágica y otras denominaciones cada una peor que la anterior. El culpable ha plagiado mi nombre, ha plagiado mi apellido, ha plagiado mi vida entera... O eso pensé... Pero una epifanía llegó a mí como un destello, el culpable no nadie era más que yo..
Siento que... -Repentinamente fui interrumpido por unos cuantos ruidos en la puerta. Era mi hermana.
— Llevas cuatro horas ahí adentro, ¿no piensas salir? Te estamos esperando para cenar.
Hice caso omiso a su voz y seguí dentro de mí, es el único lugar donde me siento seguro o, por lo menos, cómodo. Suelo ser tan sociable como ningún otro ser, muy comunicativo, carismático, qué triste es saber que todo esto nos es más que el resultado de breves momentos de alegría propiciados por el amor de mi vida, por la música o simplemente por la paz que me da escribir, pero siempre debo encontrar la salida y tratar de existir normalmente allá afuera, lejos de mi mundo. No tengo opción.
Una hora más pasó y decidí que debía salir de mi cómoda y solitaria habitación. Momentos después de hacerlo me doy cuenta al llegar a la sala que estoy solo en casa, solo escucho el ruido de mis pasos y unos cuantos pájaros que pasaban por ahí. Abruptamente todo ruido quedó sepultado por los ecos de una voz extrañamente familiar.
— Hermoso, ¿no? Toda la casa se asemeja a tus adentros y me parece muy raro que no estés disfrutando de esto -Quedé paralizado al oír esa voz que me hablaba con tanta lentitud y claridad, sin duda alguna estaba solo... O eso creí.
— ¿Quién se supone que eres? -Pregunté con firmeza pero con cierta preocupación-. ¿Eres un espíritu, acaso?
No soy supersticioso y no creo mucho en lo sobrenatural pero en ese momento dudé incluso de mi propio nombre.
— Soy alguien que puede desmentir todo de ti y a la vez cambiarte por completo, ¿no me reconoces? Hemos estado juntos por muchísimo tiempo pero desde hace poco me has escuchado más seguido y con más fuerza -Creí que me volvía loco hasta que la voz siguió hablando-. Soy uno de tus miedos, uno de muchos miedos. Vengo a recordarte que la comodidad de tu soledad no es solución para tu casi permanente tristeza. Tu alma está tan vacía como esta misma casa, trata de gritar y nadie te oirá, estás solo, solo y desamparado, sin ayuda, sin salida cuando la oscuridad te atrape, estás encerrado en tu propio infierno; jamás vas a salir de aquí.
Sus palabras... Mis palabras, me aterraron profundamente, me sentía inmovilizado e incapaz de salir de esa abrumadora tormenta que yo mismo me causé. Me sentí atado de manos y clavado al piso, no dejaba de pensar en las palabras de esa voz dentro de mí.
Aunque sabía que saldría de esa caótica tormenta, constantemente me pasaba por la mente el hecho de que esa voz tenía cierta razón en lo que decía.