Capítulo 31[ Parte 1]

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Aegon a precioso su habitación con un poco nostalgia.

No había cambiado nada desde su última visita a la capital. Los muebles, los cuadros, los libros, los grandes mapas. Todo se mantenía exactamente igual a como recordaba. Suponía que se debía a su madre.

Su estancia era lujosa, digna de un príncipe. Las paredes estaban cubiertas de tapices negros en las cuales a cada un pie de distancia se delineaba un dragón tricéfalo. En tanto en el suelo se decoraba con alfombras traídas de Myr y en las que descansaban todo tipo de criaturas feroces. Quimeras, gárgolas, arpías, basiliscos. Bestias que alguna vez fueron usadas por los Valyrios en sus extravagantes castillos labrados con fuego de dragón, y que inspiraron miedo a un Aegon de cuatro años.

En la esquina izquierda se ubicaba una cama rellena de plumas de ganso y la cual encajaba a la perfección con la pared, dejan muy poco espacio entre el tapiz y el edredón. De niño aquel mueble siempre le había parecido enorme e incluso ahora le parecía descomunal. Era dos veces más grande que su reemplazo en Invernalia.

Y a diferencia del castillo de los Stark, en la Fortaleza Roja su habitación poseía un gran vista. Un ventanal que se extendía por todo el lado derecho de la habitación y que deja ver en su magnificencia la Bahía del Aguasnegras. Cientos de barcos que llegaban y se iban del puerto. Barcos procedente de Ibben, de las Ciudades Libres, de la Bahía de los Esclavos, de la enriquecida Qarth. Miles de hombres y mujeres que navegaban en el infinito mar, cada uno con su propia historia.

Pero lo que más había atraído la atención de Aegon (durante su niñez) cuando se concentraba en aquella vista, era la Flota Real. Recordaba haber pasado horas observando aquellos barcos que desde lo alto de la torre de donde se encontraba parecían hormigas.

La mitad de la flota estaba anclada en la entrada de la bahía y el resto en RocaDragón. Se conformaba por galeazas, dromones, cocas y carracas. Todas galeras de guerra de distintos tamaño. La más grande con trescientos remos y tres enormes velas. Armadas con catapultas, escorpiones, espolones de hierro y castillos de popas. Aegon había soñaba con algún día dirigir semejante ejército en nombre de su padre. Aunque tal sueño ya había quedado en el pasado, ya no tenía las mismas ansias de pelear. No desde la muerte Barristan.

Decidió entonces levantarse de la cama. Los rayos del sol empezaban a filtrarse entre las cortinas del ventanal anunciado el inicio de un nuevo día e iluminando la estancia. Visualizando mejor los muebles de arciano, el armario y el estante de libros que se erguían en su habitación.

Entre tanto pensó en la noche de ayer. En su llegada a la ciudad que comenzó con un interrogatorio por parte del rey. No le recrimino acción alguna de los sucesos de la batalla del Vado, solo asentía cada vez que Aegon terminaba una oración, desprovisto de malos sentimientos. Aegon se hubiera sentido mucho mejor si Rhaegar le hubiera impuesto algún castigo que le permitiera saciar su búsqueda de aflicción, pero los dioses no fueron piadoso. Era el camino fácil y carecía de suerte.

Luego de las explicaciones al rey se había celebrado un pequeño banquete y reunido la corte en su honor. El rey había actuado según las normas de la nobleza. Distante, ostentoso, impoluto. Sentando en el Trono de Hierro inspiraba miedo, debido a lo alto, sombrío y afilado del asiento. Pero al mismo tiempo Rhaegar infundía un sentimiento similar al amor.

«Un rey debe ser amado y temido» pensó Aegon.

Por otro lado su madre rompió varios protocolos; le había estado abrazando, manteniéndolo constantemente cerca de ella como si de un cachorro recién nacido se tratase. Provocando que Vaegon se sintiera celoso, y al mismo tiempo a Aegon le causó vergüenza y alivio. Lo último por dos simples razones. El saber que estaba preocupada, aún después de un inicial reproche por haber actuado de manera tan imprudente, y en segundo lugar con Lyanna cerca no tendría que preocuparse por Myrcella. Dudaba que la Lannister lo volviera a incitar delante de la reina.

El reinado de RhaegarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora