"Nada es una absoluta realidad, todo está permitido"
I
- 1168 -
Dos niños, de no más de diez años, corrían exasperadamente a través de los mercados de la ciudad de Sava, cuyos vendedores predicaban con esmero los precios de sus carnes secas y exóticas alhajas, tratando de picar la curiosidad de la gente. Detrás de ellos tres guardias vestidos de un gris dudoso, desgastado por el roce y el castigo del polvo, que ocultaban sus caras con sus turbantes les perseguían con torpeza a unos pocos pasos, empujando a la gente que se atravesaba en el camino. Con desesperación, los pequeños sostenían en sus manos unas hogazas de pan seco, que le delataban como ladrones. En una esquina de las galerías del mercado, otro guardia apareció y sorprendió a los chicos, tomándolos prisioneros con sus enormes manos como tenazas; estos se resistían con todas sus fuerzas, pero los hombres se reían de ese suave pataleo infantil. Los dos pequeños fueron separados, y uno de ellos fue obligado a arrodillarse y extender su brazo sobre una roca que se hallaba colocada casi en el centro de los negocios de los mercantes. El soldado gritó, presionando nerviosamente el hueso radio del niño: “…merece ser castigado por su crimen como lo han establecido nuestras leyes. Cortaremos sus manos, manchadas por el pecado del robo.”
El niño observo con terror, a través de sus mechones de pelo pegoteados por el sudor, la sangre seca que estaba esparcida por el mineral grisáceo, y el reflejo de la espada saif que se alzaba violentamente sin otro objetivo que cortarle sin piedad su minúsculo brazo. Escuchó las exclamaciones de victoreo y aprobación de los mercaderes. Vio a su hermano menor, que era forzado a observar la escena por otro guardia, con desesperanza, como alguien que sabe de la presencia del arcángel de la muerte, Azrael, expectante en su hombro. Bajo la cabeza con resignación y cerro sus ojos, aceptando lo que estaba escrito para él y su hermano.
- ¡Alto ahí, soldado!- exclamó una voz lejana, que parecía originarse de las sombras y polvo, que tanto caracterizaban a Sava.
- ¡¿Quién se atreve?!- respondió colérico el hombre, al ser interrumpido en su ejecución. Pero pronto, esa dura cara se llenó de espanto y arrepentimiento conforme la figura del dey Omar Abu Soraka se esclarecía. El niño suspiró aliviado y secó sus lágrimas cuando fue liberado de los gruesos dedos de su carcelero, que ahora se hallaba junto con los otros guardias pidiendo perdón al gran dey, indiferente a esos humillantes lamentos. El hombre se detuvo unos momentos a observar a los dos pequeños hermanos, mientras ellos hacían lo mismo con aquel extraño.
Omar era un hombre fornido, pero algo obeso y de piel morena, de una gran estatura y que ostentaba una frondosa barba oscura como la noche, que surcaba por los contornos de sus gruesos labios. Estaba vestido completamente de blanco, con algunos surcos plateados en sus ropas, y coronado por un turbante impecable. Daba la impresión de ser un oasis de riqueza, en esas tierras asediadas por la pobreza y el implacable calor. Dirigiéndose a los niños preguntó, de una manera casi paternal:
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Los soldados de Dios
Historical FictionMedio Oriente (1168-1192) Hassan y Djafar son dos huérfanos obligados a vivir en las calles, sobreviviendo por todos los medios necesarios, hasta que son atrapados en el acto del robo. Son salvados de la ejecución por Omar, un representante de la O...