VII
Hassan y Rahman fueron llamados a reunirse con Rashid, absortos de lo que había sucedido con Omar. Cuando llegaron, el anciano les recibió con su velo de hombre afable:
- Al fin han llegado estimados fedayin, - les dijo- los he estado esperando, así como los espera su recompensa por sus servicios pasados y la misión que han de ejecutar. Tomen estas… Les preparará para el duro viaje al Paraíso.
Les extendió unas pequeñas píldoras blancas de una cajita de madera bellamente adornada, y Hassan y Rahman las tragaron con apuro. Pronto, se vieron afectados por los efectos de la droga hachís. Los colores de la habitación se volvieron mil veces más vivos y revoloteaban sobre las cabezas de los dos estimulados hombres. Cuando los efectos de la droga finalizaron con el desmayo de los fedayin, estos fueron transportados por los gigantescos guardias de Rashid a los secretos jardines que yacían en los pisos inferiores. Maravillosos patios que guardaban entre sus malezas y hierbas exóticas a ilusorias mujeres, y una idea concebida por el antiguo líder de Alamut, Hassan Ibn Sabbah, hacia años inmemorables. Una elaborada mentira que convencería a los inexpertos hashshashins (inexpertos en el amor y el vino) que él en realidad poseía las llaves del Paraíso, por lo que le seguirían hasta más allá de la muerte. Tras el fallecimiento del Seiduna, esa mentira fue abandonada por los posteriores líderes de Alamut, hasta que fue retomada y reconstruida por Rashid ad-Din Sinan y sus colegas desde sus mismos cimientos. Ahora, años invertidos en traer de vuelta a la vida a esas quiméricas tierras del Paraíso serían puestos a prueba nuevamente, en la convicción de los dos muchachos que comenzaban a despertar en las supuestas regiones sagradas de Alá.
Cuando Rahman despertó, este creía que aún se encontraba bajos los efectos de esos poderosos y diminutos dulces que el Maestro le había obsequiado. Pero pronto se dio cuenta con emoción al percibir los apetitosos banquetes, los jarrones de vino, y las huríes de ojos y cabellos negros que todo aquello era real; al menos, tanto como sus sentidos le afirmaban. Comenzó entonces de disfrutar del embriagante vino y amor de las mujeres que a su alrededor se encontraban. Cuando una de esas sonrientes mujeres le ofreció otra copa de vino, Rahman sintió como todo aquello comenzaba a desvanecerse y se escapaba de sus manos. Otra dosis de hachís comenzaba a dejarlo inconsciente nuevamente, con una sonrisa en el rostro.
Al separar los párpados, la imagen que recibió Hassan era la misma que en el Corán había leído tantas veces y describía las delicias a las que serían sujetos los héroes que defendieran los ideales musulmanes. Las hermosas mujeres comenzaron a rodearle con sus sonrisas y manjares. Él los aceptaba gustosamente. Entre esos perfectos rostros femeninos, le pareció observar algo familiar. Les pidió a las demás jóvenes que se retiraran por un momento y se quedo solo con la muchacha que había captado su atención. Con la mujer de negros cabellos y ojos azules que resaltaba del resto. Unas palabras comenzaron a salir de su boca, cuyos labios temblaban:
- ¿Eerr...eres tú Zai...Zainab?- murmuró Hassan. Zainab no pudo reconocer al hombre de más de treinta años que le tartamudeaba. Mucho tiempo había pasado desde la última vez que había visto a Abd al-’Ahad. Palpó con timidez, como lo hiciera una niña, las duras facciones de Hassan: sus mejillas curtidas, la marcada cicatriz que se extendía por su mejilla derecha, su prominente barba… No podía reconocerlo. Él masculló el poema que había escrito durante su entrenamiento en el nombre de la belleza de Zainab. Ella entonces lo abrazó fuertemente.
- Hassan, en verdad eres tú…- dijo sollozando Zainab.
- Entonces todo esto… no es verdader… ¿Dónde estamos en realidad?- preguntó Hassan, cuando sus pensamientos lograron organizarse.
ESTÁS LEYENDO
Los soldados de Dios
Исторические романыMedio Oriente (1168-1192) Hassan y Djafar son dos huérfanos obligados a vivir en las calles, sobreviviendo por todos los medios necesarios, hasta que son atrapados en el acto del robo. Son salvados de la ejecución por Omar, un representante de la O...