Capítulo IV

321 12 5
                                    

                                                                                                                                                                                                               IV

El sonido ensordecedor del cuerno nuevamente llegó a toda Masyaf. Inmediatamente un soldado entró corriendo a las habitaciones de los hashshasins.  

- ¡Rápido! ¡Han dado la alarma! ¡Nos están atacando!- les gritó a los dormidos guerreros.

Los estudiantes cayeron de sus camas, y tomaron velozmente las ropas de fedayin. Los hermanos Abd al-’Ahad fueron los primeros en llegar a la torre de observación, donde la imagen hizo latir duramente sus corazones: una lejana nube de tierra se levantaba en el horizonte y anunciaba la llegada de al menos quinientos ansiosos jinetes con destino al castillo.

 - ¿Qué vamos a hacer primo?- preguntaba desesperadamente Naim a Yusuf- nuestros ejércitos están combatiendo en Siria. No poseemos la fuerza necesaria para derrotarlos.

- Parece que los hashshashins dispondrán de su bautismo de fuego mucho antes de lo que habíamos planeado…- murmuró Yusuf.

- ¿En qué estás pensando?- preguntó Naim, pero Yusuf pareció no escucharle y se dirigió directamente hacia uno de los hombres que discutían intentando controlar a la multitud enardecida. El viejo Malik se dio vuelta y recibió del general la orden de reunir a todos los alumnos. Mientras Yusuf juntaba a los guardias que tenía a su disposición y daba instrucciones de ocultar a los niños y mujeres en lugares seguros, todos los estudiantes se formaron en el centro de la plaza de Masyaf, con esa cosa fría en el estómago que nace del nerviosismo. Malik se dispuso a hablar y, como siempre, un silencio sumiso llenó el aire de la escena: 

- Las fuerzas del sultán Saladino, enemigo jurado de nuestro gran líder Rashid ad-Din Sinan, se levantan ahora en el horizonte con el único objetivo de masacrar a nuestras familias y profanar la verdadera fe. Pero aunque sus números sean mayores en estos momentos, hay algo de lo que carecen esos asesinos y ladrones de almas. Y eso es ¡la aprobación de Dios! Espero que me hayan escuchado bien ayer y reflexionado mis palabras como se los he indicado, pues de lo que les hablaba se manifestara hoy en el campo de batalla. Porque si verdaderamente desean recibir el perdón de Él, y la gracia de vivir otro día bajo Su cuidado, deberán pelear hasta el final contra aquellos que atentan contra su vida y la de aquellos que aman. Solo así serán dignos de entrar en Su Reino.

 Las inspiradoras palabras de Malik llegaron hasta lo más hondo de muchos de los alumnos, incluyendo a Djafar y Hassan, que cayeron rendidos de rodillas ante el maestro. Juraron en voz alta que si la muerte se les presentase, la recibirían con gusto si solo fuera para defender a los demás ismaelitas.

- ...ahora levántense y sacudan el polvo de sus armas, pues el enemigo está impaciente de probar el acero forjado por las manos nizaríes- dijo Malik, finalizando su discurso.

Los soldados corrieron al encuentro de sus caballos y armas, y se formaron detrás del general Yusuf, quién dio indicaciones de cómo procederían en el ataque:

- Yo comandaré a un grupo de guardias en conjunto con algunos fedayin para atraer a las huestes a las colinas, donde el camino se hace peligrosamente estrecho y nuestros arqueros tendrán la oportunidad de masacrar fácilmente al enemigo desde las alturas. El resto de los fedayin saldrá de la oscuridad de los valles de Shia y terminará el trabajo. Queremos capturar vivo al comandante Ubayy ibn Kabbah, para sacarle toda la información posible, así que la última brigada debe estar compuesta por los más silenciosos y rápidos de los fedayin. En el caos del campo de batalla, les será difícil separarlos del polvo y la sombra. ¡Por la gloria del Maestro! ¡Por la gloria de Masyaf y la Orden de los Asesinos! 

Los soldados de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora