Capítulo II

586 20 8
                                    

                                                                                                                                                                                                                II

Cuando finalmente llegaron a Alamut, los rayos del Sol despertaron a Hassan, quien se había quedado dormido abrazado del blanco corcel de Omar. Djafar también fue despertado, pero no por el calor sino por una de las sirvientas y siete amantes de Abu Soraka. Cuando el niño vio a la bella joven de cabellos castaños y blancos dientes que ostentaba con su dulce sonrisa, le pareció estar todavía junto a su madre, en su pueblo, cuando él era aún muy pequeño y recibía las caricias y la comida caliente, y no necesitaba del robo. No podía siquiera recordar el nombre de su madre y algunas características de su cara, y allí era cuando acudía a Hassan con sus incesantes preguntas: “¿cómo eran sus ojos?”, “¿cuál era su nombre completo?”, “¿qué ropas acostumbraba usar?” y muchas otras. Muchas veces Hassan se veía obligado a mentirle sobre lo que en realidad recordaba. En varias ocasiones, inventaba alguna descripción que le resultaba ideal y que le hubiera gustado que ella hubiera tenido. 

A Djafar en realidad no le gustaba la idea de alejarse de Sava ni de encaminarse en un viaje desconocido y extraño, pero quería demasiado a su hermano y estaba acostumbrado a estar detrás de él cuando los problemas se presentaban. La mujer de cabellos marrones le ayudo a salir del carro, y él pudo oler el embriagador perfume de su pelo.

Estando de pie fue al encuentro de su hermano, que estaba firmemente parado esperando el regreso del dey, quien hubiera ido a avisar del ingreso de los dos nuevos estudiantes. Por un momento, el Sol le cegó y le pareció que Hassan era otro más de los soldados que marchaban, entrenaban o discutían dentro de las murallas de la fortaleza. Su postura, su mirada, le otorgaba otro aire a su hermano, algo más adulto. Hassan sintió un sentimiento totalmente opuesto al de su hermano. Al ver a Djafar salir del carro y desperezarse, frotando con sus manitos los ojos, le pareció que una nueva distancia los separaba ahora. Le pareció más infantil, más débil, distinto… Pero removió esa idea, sacudiéndola de su cabeza con un movimiento brusco.

Le recibió abrazándolo con sincero cariño. Fue allí cuando regresó Omar y se unió a ese fraternal abrazo estrechando la cara de los dos pequeños contra su ancho estómago, y ahogándolos por momentos. Cuando los soltó, y los chicos recuperaron el aliento, les dijo con franca felicidad expresada en su larga sonrisa: 

- Buenas noticias, pequeños. Han sido aceptados por el líder de los ismaelitas como estudiantes de la causa nizarí en la escuela de Masyaf. Dentro de dos días partirán hacia allí con varios de mis guardias más confiables. Descansen bien esta noche y prepárense. Servirlo a Él no es un trabajo sencillo. Requiere de una extenuante preparación física y psicológica, pero la recompensa es magnánima. Así que recorran libremente por estos días la fortaleza de Alamut. Acostúmbrense y observen como se mueve la máquina movida por la fe ismaelita. Espero verlos de vuelta en Alamut dentro de unos años, no como niños sino como hombres completos.

- ¿Es que no vendrás con nosotros, Omar?- preguntó inseguro Hassan. 

- Lamentablemente no, pequeño. Me necesitan más aquí. Sé que me extrañaras y espero que tú también lo hagas Djafar, - dijo lanzándole un guiño al desconfiado hermanito de Hassan – recuerden esto: no han sido salvados allí en Sava por una casualidad. Alá me ha querido poner en ese mercado por una razón en especial, y sé que tiene un destino escrito para ustedes, mis futuros guerreros. No lo olviden.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Hassan. “¿Ganar y perder un padre en tan poco tiempo?” pensaba el niño, que veía a ello como una injusticia imperdonable. Pero Omar trató de tranquilizarlo, diciéndole que le permitiría a ambos acompañarlo en el entrenamiento de sus alumnos en el ala norte de la fortaleza. “Verán como hago sufrir a los iniciados”, se jactaba sonriendo bonachonamente.

Los soldados de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora