Capítulo V

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                                                                                                                                                                                                                V

                                                                                                                                                                                                           - 1176 -

Al principio del nuevo año, la plaza de Masyaf comenzó a colmarse de gente y murmullos. Hassan asistió con desgano allí, incitado por sus compañeros. Uno de ellos regresó excitado y se unió al grupo de hashshashins, en el que se encontraba Abd al-’Ahad, y comenzó a contar el porqué de esa muchedumbre:

- Acabo de hablar con el maestro Malik y me confirmó ¡que la caravana de Rashid ad-Din Sinan fue atacada por hombres de Saladino!- exclamó el recién llegado.

- ¡Imposible! ¿Esta Nuestro Maestro bien?- preguntó otro.

- Afortunadamente sí. Alá le ha sido benevolente y fuerzas más allá de nuestra comprensión le ayudaron a escapar de una emboscada exitosa. Los mismos hombres de Saladino podrían testificar lo que les digo. Todos aquí esperamos que Rashid haga su aparición, y de un importante anuncio- contestó sin aliento

 Hassan escuchaba esto con sumo interés, cuando las miradas de todos se desviaron al hombre que salía de las torretas más altas del castillo. La gente entonces comenzó a ovacionar a esa misteriosa silueta situada en el balcón, que levantaba su mano en signo de oír las aclamaciones. Hassan era impedido de ver al Maestro, debido a los pequeños saltos que la gente realizaba para destacarse de los demás. Pero uno de sus compañeros y amigos, Rahman, le tomó del hombro y le indico que le acompañara urgentemente. En el recorrido por las escaleras, le dijo:

 - Rashid nos ha indicado que el momento culminante de todo nuestro entrenamiento ha llegado. Finalmente nos convertiremos en verdaderos fedayin, Hassan, una tropa de élite a Su servicio- le indicó emocionado Rahman. 

Ambos fueron los últimos en llegar a una amplia biblioteca adornada por impecables banderas color blanco como la nieve de los cerros nevados, color que distinguía a la Orden de los Asesinos. Todos los maestros (Yusuf, Malik, Sibrand y Naim) se encontraban allí, junto con otros diez estudiantes que esperaban ansiosos, algunos mordiéndose los labios y otros apretando los puños pero todos en una fila perfecta, a ser finalmente consagrados por el Maestro.

“El Viejo de la Montaña”, como le llamaban coloquialmente a Rashid, se encontraba realizando los últimos saludos desde el balcón a su multitud, dándoles las espaldas a los estudiantes. Entró apurando el paso, extendiendo ambos brazos de una forma casi cariñosa y esbozando una sonrisa en sus labios. Rashid hacía honor a su seudónimo con las arrugas que surcaban sus ojos y mejillas, y una larga barba que le llegaba hasta el pecho. Sus ropas eran grises, y estaba cubierto parcialmente por mallas metálicas. Su cabeza rapada estaba coronada por un turbante blanco.

Le extendió la mano, adornada de anillos, a cada uno de los alumnos que se encontraban allí. Ellos la aceptaban, emocionados. Entonces comenzó a hablar, dando al mismo tiempo un recorrido por la extensa biblioteca:

 - Como ya sabrán, en mi viaje de regreso de mi corta estadía para inspeccionar una de nuestras fortalezas ismaelitas, me vi rodeado por las fuerzas de Salah ad-Din que aún circundan el área. Bajos en números, las probabilidades de que yo y mi escolta resultáramos triunfantes ante una pelea con aquellos hombres eran extremadamente bajas. Desesperanzado, oré a Alá por poder ver Masyaf una vez más, y el cielo se vio iluminado por una luz cegadora que nos permitió huir de allí sin lesión alguna. Entonces fue que me di cuenta que no fui justo con ustedes, mis guerreros, luego de cómo actuaron para defender a su Masyaf. Para redimirme, hoy se convertirán en fedayin, los incondicionales soldados de Dios. 

Los soldados de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora