Capítulo VI

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                                                                                                                                                                                                              VI

                                                                                                                                                                                                         - 1192 -

Diecisiete años pasaron luego del llamado de amnistía de Saladino, quien reconsideró su campaña contra El Viejo de la Montaña después del amenazante mensaje que recibió de parte de la Orden de los Asesinos.

El propio Rashid recibió nuevamente a Hassan en su biblioteca luego de su misión, para felicitarle por el trabajo bien hecho. Lo ascendió de rango y cinco años después le otorgó el cargo que Yusuf había dejado vacante, luego de su desaparición en una de las guerras en Siria. Abd al-’Ahad se consideraba realmente feliz en su trabajo como maestro de lucha y montura. Disfrutaba de darle los consejos a los novatos que él hubiera querido conocer antes y que le ayudaron a sobrevivir todos esos años. Como empuñar correctamente el sable y volverlo una extensión de sí, como desarmar al enemigo cuando uno no posee arma alguna y como enfrentarse a un adversario de una fuerza considerablemente mayor, entre muchas otras. Les enseñaba a ser humildes en una victoria y aprender de lo ocurrido en un derrota. Les relataba de la libertad del hombre, de cómo servir a Alá no significaba ser esclavo de Él, pues el honor que esto aporta sobrepasa más allá de los límites de lo terrenal. Les instruía en como volver un dolor pasado en su fortaleza futura, cuando la voluntad se ve debilitada por los golpes recibidos. Sus alumnos le eran fieles y lo escuchaban atentamente.

Durante las noches, Hassan reflexionaba sobre el día transcurrido. Y las imágenes comenzaban a atormentarle nuevamente. Las lecciones de sus antiguos maestros. La muerte de su pequeño hermano Djafar, a manos de Ubayy. La ausencia de Zainab, vendida a algún extraño mercante, luego de la muerte de su padre Yusuf. Esos escurridizos fantasmas lo acompañaban hasta que lograba dormirse, y los rayos del Sol anunciaban un nuevo día de trabajo con los hashshashins, quienes mantenían su cabeza ocupada y sus pensamientos callados.

Mientras recitaba a sus alumnos, fue llamado por Rahman, quién dijo que el Gran Maestro les llamaba a ambos con urgencia. Esa escena le resultó familiar a Hassan, quien recordó algo ocurrido hace ya muchos años. Cuando llegaron con Rashid, este se mantuvo silencioso por unos momentos y luego dijo, acariciando su larga barba:

- Los he hecho llamar mis dos estimados fedayin, pues tengo una misión de vital importancia entre manos, que me gustaría ustedes ejecuten en conjunto. Si están enterados de lo que en las afueras de Masyaf ocurre, seguramente habrán oído de Conrad de Montferrat. Este hombre, es uno de los mayores participes en la abominable Tercera Cruzada, quien ha dejado víctimas de horrores a nuestros hermanos en Tierra Santa. Pues, este personaje ahora, según nuestras fuentes, será coronado como supremo Rey de Jerusalén en pocas semanas. No podemos permitir que ese crimen sea llevado a cabo, por lo que les pido a ustedes: Hassan Abd al-’Ahad y Rahman Abd al-Wali que acaben con la vida de Conrad y salven de la aniquilación a sus hermanos ismaelitas.

Los dos pensaban en dar sus palabras de aprobación, pero Rashid continuó diciendo:

- Hoy mismo me alejaré de Masyaf para instalarme en Alamut, y quiero que ustedes hagan lo mismo dentro de unos pocos días. Tengo una grata sorpresa para ambos allí, que les esperara con ansias para motivarles en su próxima tarea. Así que comiencen a preparar sus cosas- finalizó con misterioso aire Rashid.

Los soldados de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora