III

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Me levanté cerca de las cinco de la mañana, el cielo era todavía oscuro, empaque los trajes de protección que iba a utilizar en mi maleta, botas, overol blanco con capucha, lo requería si me pedían un muestra para asesinar esas asquerosas cucarachas, recordando lo que me dijo el señor Leonardo, puse dos bidones, el demás equipamiento estaba en la caja de mi Chevrolet Apache, la puerta del piloto tenía una estampa con el logo de la empresa "Exterminadores de plagas: LP" abajo de la leyenda estaba una hormiga caricaturesca, con un dedo pulgar arriba y guiñiendo un ojo, era la mascota de la compañía, todo estaba preparado para usarse si así lo requiriese. Durante el camino de la larga, solitaria y agrietada carretera no me asombre por la reiterada fauna, el clima era caluroso pero estaba acostumbrado a ese tipo de ambiente que predominaba en todo el estado. Los matorrales desérticos se encuentraban dispersos a los costados del camino, las llanuras subrayaban cada vez más que estaba ingresando a un terreno aún más desértico. Conforme avanzaba los cactus de pitaya se frecuentaban más, "allí están los sotoles de donde sacan la famosa bebida alcohólica" me dije a mi mismo al ver esas plantas, saltaron un par de veces unas liebres en medio del camino, procure no hacerles ningún daño, mi tarea solo se limitaba a los insectos. Después de varios kilómetros de paisaje monótono noté que la aguja de la gasolina estaba descendiendo, estacione en la primera gasolinera que vi, pedí esa sustancia a la persona que atendía de pie a un lado de la máquina, era morena, en mi pensamiento relacione a este hombre con uno de esos indígenas Yocuawas, sabía que estaba cada vez más cerca de mi destino. El sujeto se limitó solo a decirme la cantidad a pagar por la gasolina, el y lo que pienso era su esposa estaban solos en aquel lugar, eran los únicos seres vivos, ademas de las cascabeles que había visto desde que tome la carretera a la reserva indígena, le di las gracias pero este no me respondió. El pueblo al que llegaría era una cuestión ajena a mi mente, pues aunque no quedaba tan lejos de la ciudad en la que vivo jamás lo había visitado, mientras mi vista se centraba en aquella carretera de ilusiones ópticas  de oasis a los lejos, añoraba que el líder de ese lugar me recibiera amablemente para tratar a profundidad el asunto de la plaga.
Por mi parte, jamás había tenido una experiencia similar o algún contrato que se le pareciera de fumigar a un pueblo entero, he trabajado con plagas sencillas, como termitas que carcomen la madera de las casas, fumigaba también incontables veces locales donde cundían las ratas, acabe a arañas en grandes fábricas pues les picaban a los obreros, la carne que dejaba después del mordisco lucia como putrida, es muy conocida la picadura de la temible araña violinista, de entre todos los demás bichos puede ser a la que más le temo aunque con buena protección no supone un peligro grave. Soy bastante conocido en cuanto estos temas en la ciudad que resido: Buenafortuna. Me llaman directamente a mí para extinguir a las alimañas invasoras, después voy con mis muchachos para encargarme del asunto, me siento casi un superhéroe.

Entretuve el tedioso viaje por aquel territorio desértico y muerto con canciones que se transmitían en la radio, "Big Iron" de un tal Marty Robbins o al menos así entendí en aquella emisora en inglés, me gusta escuchar lo  que se transmite en países cercanos al mío, disfruto también del mambo que suena alegremente desde las emisoras cubanas. Después de unos minutos más del viaje, al costado derecho de la carreta había un anuncio hecho de lámina oxidada "Yocuawa", con una tipografía escrita como si fuera de un niño pequeño, la precariedad de la carretera que seguía se acentuaba cada vez más, dio paso a un camino empedrado para después no llevar nada encima, una feo camino de tierra donde mi camioneta levantaba nubes de polvo a cada movimiento de las ruedas, a lo lejos vi el poblado en la que me esperaba un trato. Al llegar a la calle que conectaba con el pueblo note las casas apretadas a los costados, algunas que otras tenían las ventanas con madera clavada, lo derruido en ellas era notorio desde lejos, abundaban los techos de lámina agujerada, las paredes estaban desconchadas y eran comunes por donde se viera, los harapos de la gente que creo que eran su ropa, estaban colocados en viejas cuerdas podridas, había huesos de gallina amontonados en cada tanto, los alambrados de electricidad estaban sujetados por postes madera ya caduca que podrían provocar en cualquier momento un accidente. Lo peor, lo digo en serio, fue ver la infinidad de cucarachas que tapizaban el piso del pueblo, la cantidad era colosal, pues mi atención fue rápidamente enfocada de ver la degradante situación de las estructuras a las cucarachas, cundían por doquier en el suelo de tierra resaca y árida, baje el vidrio de mi camioneta para echar una vista más a detalle a en lo que quieto mi vehículo, las llantas estaban llenas de tripas de esos asquerosos insectos, para arruinar más la horrible primera impresión que tuve en Yocuawa, fue ver a la gente caminando tranquilamente en lo lucia como un charco de cucarachas generalizado por toda la zona, mi impacto no fue para nada bajo, pues al notar como los sórdidos niños morenos corrían jugando a las atrapadas me percate de algo inquietante, un fenómeno que jamás había visto, con cada paso que dieran los pequeños las cucarachas se apartaban abriendo un espacio, como si fueran conscientes de que eventualmente al dar una pisada fuerte mataran a algunas, estas se quitaban lo más pronto posible para dar paso a los menores, después volvían al lugar de donde cautelosamente se habían quitado. Los sucesos eran únicos, las personas adultas caminaban pero el efecto de las cucarachas era igual, todos las ignoraban como si no hubiera nada allí rondando con sus dimitas patas, el olor que recibí a la brisa con arenisca me hizo tapar mi nariz como intuición, pues penetro una fetidez densa a cucaracha a mi olfato, mientras me esforzaba por no dar arcadas los indígenas me veian con un rostro de desprecio, todos ellos estaban familiarizados con la raza en el pueblo, excepto yo, donde me di cuenta desde que entre que era el único blanco y barbado. Mi tarea se convirtió en tratar de ignorar a las cucarachas y hallar a el ayuntamiento o donde fuere que estuviera el líder de Yocuawa.

Plaga en YocuawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora